Sabes, hijo, que no considero que el fútbol sea importante, o desde
luego no tan importante como parecen creer todas esas personas,
incluidos jefes de estado y de gobierno, que le dedican un entusiasmo
tan sincero e intenso como no ponen en otras cuestiones, a lo mejor más
dignas de su atención y entrega. Sin embargo, en cualquier aspecto de la vida, por insignificante que sea, te aguarda una lección. Y cualquier hombre, por poco que esperes de él, puede ser el maestro que te la imparta.
Fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro que comparece ante los
periodistas, después de haber perdido en el minuto 93 una copa de Europa
que lo habría catapultado a la gloria. Fíjate, en primer lugar, en cómo
admite que su equipo falló en la segunda parte, en la que el rival lo
arrinconó hasta hacerle encajar ese gol lacerante y demoledor en el
tiempo de descuento.
Primera lección: no responsabilices de tus fracasos, jamás, a otro
antes que a ti mismo. Ni siquiera aunque tengas pretextos. No cargues
contra los árbitros, aunque te parecieran adversos; no despotriques
contra el rival, aunque la fortuna haya estado de su parte; no mires al
cielo para quejarte de que en el momento decisivo no decidiera inclinar
la balanza de tu lado sino del contrario. Siempre pudiste hacer más,
hacerlo mejor. Hazte dueño de tus derrotas, porque ellas, algún día,
servirán para hacerte dueño de tus triunfos; si es que está en tu mano,
tu condición y finalmente tu suerte llegar a alcanzarlos.
Es amargo, sí, tenerlo todo en la mano y al instante siguiente ver
ese todo en las manos de otro y las tuyas aferrando solamente el vacío.
El hombre de negro, con el golpe recién encajado, lo resume a la
perfección: "Tenés todo, y tenés nada". Merece la pena
que lo recuerdes, así, con su giro porteño, porque probablemente es la
frase más trascendente y significativa de la noche. Mucho más
trascendente y significativa, desde luego, que las declaraciones de los
vencedores, que no aciertan a salir, tampoco hay que reprochárselo
mucho, de los lugares comunes. Todo lo que un día creas poseer, todo lo
que sientas que es tuyo, no es más que una ilusión que en cualquier
momento se lleva el viento. Lo único que será tuyo de veras es el modo
en que lo tengas, mientras te toque llevarlo, y la forma en que lo
pierdas, ese día que más temprano o más tarde, puedes estar seguro,
acabará llegándote, tal y como el hombre de negro dice, sin transición
ni previo aviso. Y entonces, afróntalo con serenidad. Un hombre es la
contención que sabe aplicar a sus emociones.
Toma ejemplo del hombre que reconoce la amargura de haber perdido,
mientras reivindica el orgullo de haber luchado, incluso cuando las
fuerzas ya no estaban con los suyos y el oponente era superior. Que te
venzan, pero nunca te rindan.
Y hablando de emociones y vencedores, tampoco dejes que te alteren
las exhibiciones que puedan hacer quienes entre ellos no sepan contener
las suyas, incluso quienes den en caer en la arrogancia. Piensa que
quien se quita la camiseta para lucirse, aunque en ese acto pierda la
elegancia en la victoria, hizo un esfuerzo y logró algo que tú no
supiste impedir. Ofenderte por ello es mezquindad y resentimiento en los
que no debes caer: el estilo consiste, también, en saber convivir con
los excesos de los demás, sin hallar pie en ellos para los excesos
propios.
En esta noche de mayo de 2014, algunos han llenado un poco más sus ya
repletas vitrinas. Otros, no han conseguido nada que poner en ellas, pero han sido dignos perdedores.
No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada
así, no mengua sino que hace crecer. Siento que pierdas esta
oportunidad. Siento que seas madridista. Con todo el cariño de tu padre,
enhorabuena por esa merecida Décima.