Desde que volvió a vestirse de luces, hace ahora casi un año, a José Tomás no le había salido el toro grande, el que le permitiese dar toda su dimensión. Había cuajado buenas, algunas muy buenas faenas, a medios animales. Pero faltaba ese toro. Había runrún de que sería, más pronto que tarde. Y fue Jerez.
Quiso esta plaza con encanto mágico, gentes de bien que viven el toreo de forma apasionada, ser testigo no sólo de la gloria del toreo. También del drama. Gloria y tragedia en apenas una hora. La verdad auténtica de la fiesta, mostrada en el toreo más puro, de mano baja y trazo largo; y la verdad dolorosa de la cornada. Poco pasó para lo que pudo haber sido. En Jerez, claro.
La tarde fue de muchas emociones. Contó con el elemento primordial, por supuesto. El toro encastado, se entiende. En diferentes grados, la corrida de Cuvillo, bien presentada en líneas generales, tuvo emoción e interés toda ella. Con muchos matices. Hubo tres toros buenos. Uno por torero. Y otros tres a cual más deslucido. Pero aún esos, casi siempre metieron a la gente en la corrida.
El madrileño centró casi toda la atención. Su primero fue un toro bajo y bien hecho. De los de no fallar. Y no falló. Tomás lo saludó ganando terreno a la verónica, casi delantales de tanto como encogió los brazos, y por un manojo de chicuelinas de frente. Algo habitual desde su vuelta.
No se le dio al animal en el caballo y con el quite comenzó a venirse arriba todo. El público vivió con intensidad el manojo de gaoneras que recetó. Sin inmutarse. Sin apenas rectificar terreno. No cabía más ajuste entre ambos protagonistas. Estalló entonces Jerez por bulerías de forma atronadora.
La faena no dejó un segundo de respiro. No lo tuvo el animal, que embistió mucho y bien. Cuando se disponía a brindar en los medios se arrancó el toro y montera en mano se lió a pegar estatuarios. Sin rectificar un palmo más que para ganar terreno entre dos. Mucho ajuste. Total naturalidad. El delirio se hizo presente cuando brindó entonces.
Allí en los medios planteó la partida el de Galapagar. Faena prodigiosa de dominio absoluto. De recordar al mejor Tomás de su mejor época, ese trienio de finales de los noventa. Porque José Tomás dio el pecho en los cites, se lo trajo embarcado en la muleta y ligó las series de cinco y seis muletazos, atornilladas las zapatillas, llevando al toro hasta el final y más allá, con mucha limpieza -salvo algún punteo aislado en los primeros pases-, bajando la mano a ras de albero. La ligazón y la profundidad fueron armas infalibles, incluso para hacer claudicar a quienes han emprendido absurda campaña en contra.
Al toro le faltó un poquito de chispa y toda la puso Tomás. Las dos primeras tandas sobre la mano diestra fueron muy poderosas. De meterlo rápido. Pronto y en la mano, como dice Chenel. Pero había más. Cuando se echó la tela a la zurda quedaban en la recámara naturales a cámara lenta, de mucho ajuste y honda emoción. Hubo mucha ligazón y eso contribuyó a aumentar el torrente de emoción en los tendidos.
Se gustó Tomás en los muletazos de cada una de las tandas y en los remates. Rico repertorio. Hubo trincherillas por doquier, también templadas. Y pases de la firma, molinetes y de pecho. Todo sin prisas. A su tiempo. Y con ajuste.
Se alargó mucho la faena. Pero quedaba todavía el cierre por manoletinas. En chiqueros ya, con el toro a punto de rajarse. No importó. Todo resultó muy solemne, casi trágico, por lo cerca que se pasó al Cuvillo y por el empaque de cada una de ellas. Mató de una estocada efectiva y paseó, con justicia, las dos orejas. Se pidió incluso el rabo, algo excesivo, aunque quedan en la retina algunos de los mejores muletazos del madrileño desde su vuelta. Impresionante.
El quinto fue un toro con mucho peligro. Algo más altón y feo, el animal empezó a desarrollar sentido desde que salió. Sin entregarse nunca, los cabezazos fueron una constante. Tomás apostó por el toro y quiso torearlo como si fuese bueno. Si se hubiese doblado con él no habría pasado nada. No lo hizo. Eso le diferencia de muchos otros toreros. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Para evitar que la gente pasase miedo? Eso también es parte del toreo.
El planteamiento fue claro: echar la muleta y obligar al toro a pasar... o quitarlo del medio. No es el primero que lo hace. No podía haber limpieza porque no había embestida continua alguna en el animal. A trompicones, parones y derrotes era imposible. En un pase de pecho se le venció y le pegó una voltereta fortísima. Tomás siguió en los medios y consiguió, por momentos, meterlo en la canasta. Hasta llegó a humillar el animal.
La plaza presenció aquello sobrecogida, pidiendo incluso que matase al toro. No habría pasado nada por ello, pero José Tomás quiso justificarse, no con la gente, sino consigo mismo. Lo hizo. Cuando había cambiado la espada, el toro le pegó un volteretón tremendo y lo buscó en el suelo. Lo tenía marcado desde el inicio y terminó haciendo presa. En el cuello. Las consecuencias ya las saben. Mató de forma decorosa y le dieron otra oreja. Fue acojonante ver a un tío con un tajo de aúpa en la garganta saludar tan tranquilo. Como si el dolor y el miedo no fuesen con él.
Como suele ser habitual desde hace un año, la película era José Tomás y dos más. Así lo vivió el público y así quedó marcada la tarde. Padilla acusó la cornada que sufrió hace tres días. Hizo un esfuerzo titánico, banderilleando incluso, yéndose a chiqueros y dándolo todo. Pero no hubo acople. El primer de la tarde tuvo buen son los primeros tercios. Y también en la muleta, aunque se paró muy pronto. Un levante fortísimo atizó a Padilla, que lo toreó entre las rayas, con mucha voluntad.
El cuarto fue toro importante. A más durante casi toda la lidia. No terminó de hacerse con él el de Jerez, molestado también por el viento. Por unas cosas u otras, no terminó de encontrarle el punto, la distancia ni la altura, y la plaza, algo enfadada, terminó apremiándole.
El joven Caro Gil dejó muestras tanto de su buen corte torero como de su inexperiencia. Lógico en quien torea tan poco. El tercero manseó de salida y a punto estuvo de arrollarlo en tablas. En la muleta se mostró un tanto huidizo hasta que, en tablas, se paró algo más y Caro Gil pudo dejar algunos muletazos muy templados y de bella composición. Quizá se preocupa en exceso de la forma más que del fondo. Nada que no se corrija con torear de seguido.
El sexto fue toro encastado y exigente. Prueba imponente para un chaval nuevo. Caro Gil se lo sacó a los medios, donde pesaba tela el animal, y allí plantó batalla. Con muchas ganas y voluntad el jerezano sacó muletazos estimables y firmó remates muy bellos. Sobreponerse a las dos actuaciones de José Tomás no fue tarea fácil.
FICHA DE LA CUARTA DE LA FERIA DEL CABALLO EN JEREZ
Jerez de la Frontera (Cádiz). Sábado 3 de Mayo. 4ª de Feria. Lleno de 'No hay Billetes'
Toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados. 1º, noble aunque a menos. 2º, noble y de buen juego. 3º, manso. 4º, encastado.5º, complicado y con peligro. 6º, encastado.
Juan José Padilla, silencio y ovación.
José Tomás, dos orejas con petición de rabo y oreja.
Caro Gil, oreja y silencio tras aviso.