Jueves, 21 de octubre. Tres de la tarde, más o menos. Día casi veraniego. Me siento en una terraza a tomar un café antes de irme a trabajar. Como no acaban de servirnos, entro a la cafetería. Lo primero que veo, a mi izquierda, son dos ancianos: el uno blanco, calvo, perilla muy cuidada y aire señorial; el otro, negro y canoso, me resulta una cara conocida. Tras unas dudas, me decido a interpelar a este último: "Disculpe, señor, es que su cara me resulta muy conocida. ¿Tiene usted algo que ver con Miguel Jones, ex jugador del Atlético de Madrid?". Mientras sus ojos se abren como platos y emiten un brillo deslumbrante, me responde: "pues sí, mucho, porque yo soy Miguel Jones". Emocionado, le ofrezco mi mano, mientras le digo: "soy un colchonero que empezó a ir al fútbol con cinco años, cuando usted jugaba en el Aleti, y es uno de los ídolos de mi infancia". Toma mi mano con las dos suyas, sin decir nada más. Me despido de él con un "muchas gracias, ha sido un placer tan grande como inesperado para mí".
Salgo al exterior con mis cafés. Me siento y le digo a mi mujer lo que acaba de pasar. Se alegra por la vida, porque justo acabábamos de estar en un bar lleno de fotos y símbolos del Indauchu, en el que le había estado hablando de Jones . Casi de inmediato, salen éste y su acompañante. Se dirigen a nosotros. El segundo se adelanta un paso y me dice: "ha conseguido emocionarle de tal forma que se le han saltado las lágrimas". Les presento a mi mujer, a la que el acompañante besa la mano, mientras Jones, tímido, ojos enaguados y sonriente, me tiende su mano, que ahora estrecho yo con las dos mías. Mis ojos se ponen llorosos, porque un pedacito de lo mejor de mi infancia ha venido a sumarse a uno de los días más felices de mi vida, si no el más.