Acoso, negocio y tradición. Los hinchas del Atlético asumieron que despedirían a Falcao justo en el mismo momento en que fichó. Y dos años después, el mejor delantero centro del mundo, al fin, se marcha de la que siempre será su casa. Un día se le estaba poniendo cara de Hugo Sánchez, al otro había nacido para jugar en el Madrid, al siguiente que si la servilleta de Florentino, después le quería el City, luego iba al United, siempre le quiso el Chelsea y finalmente, el Mónaco, que tiene el dinero por castigo, parece que se llevará a Falcao. Radamel ha tenido tantos equipos y ha sido vendido tantas veces en los periódicos, que los hinchas del Atleti llegaron a pensar que Falcao jugaba virtualmente en todos los equipos de Europa, menos en el suyo. Alguno llegó a pensar que sería necesario descuartizarle para que pudiese jugar con todos esos equipos a la vez. De haber habido reparto de comisión, no habría sido descartable. El aficionado del Atlético nunca tuvo derecho a disfrutar de su héroe por imposición del sistema. Por dos leyes no escritas: primero por el negocio (el gremio sostiene que el Atlético no vende) y después, por tradición (el Atlético de Giles y Cerezos funciona como una agencia de compra-venta de jugadores). Entre el interés mundial en comprar a Falcao y la costumbre de los propietarios por contar billetes, el futuro del colombiano estaba escrito. Era una joya en un bazar.
Por tierra, mar y aire. Ante la tormenta de rumores, ofertas y negocios, el dúo prescrito se superó. Cerezo interpretó su papel con maestría: cara de empate a cero y chistes. Gil Marín bordó el suyo: ni una verdad, ni por recomendación del médico, mucho postureo. El hombre que alquiló a Falcao primero se atribuyó el mérito de convencerle para quedarse (sic) y después, en Singapur, negó la existencia de ofertas formales por el delantero. Jorge Mendes, la mano que mece la cuna, tenía las llaves de todo. Y al jugador, por tierra, mar y aire, le llegaba una tormenta de preguntas. Siempre se remitió a su contrato. El 19 de mayo de 2012, un periodista le preguntaba por su futuro. Él dejó una frase tan transparente como lapidaria: ‘No pienso cambiar de equipo. Sé lo que dijo Gil, pero tengo cuatro años más de contrato con el Atlético’. Qué poco recorrido tuvo esa declaración de intenciones entre los masajistas oficiosos de la propiedad. Se pasó de puntillas sobre eso.
Preguntas. Para desgracia atlética, era cuestión de tiempo que G y C empaquetasen al colombiano al mejor postor. Así culminan las subastas. Es lo que sucede cuando un club parece un mercado persa, cuando se alquilan jugadores, cuando se evoca el renting y cuando se depende de un fondo de inversión que vive de préstamos e intereses. La coartada de la propiedad, la de siempre: el club está en números rojos. Cartón piedra para ese periodismo que nunca tiene cuello para girarse al palco. Para conocer la realidad, bastaría con dos simples preguntas incómodas: ¿cómo se hicieron con el club sus sueños? ¿de quién es la culpa de que el Atlético deba hasta los buenos días? Nadie pregunta. Todo está bien. Palmas, palmitas, higos y castañitas. Que nadie busque la verdad, no sea que corra el riesgo de encontrarla. Por si a alguno le nace la conciencia, otra reflexión. Falcao se va y ahora todo se preguntan ¿y quién va a venir? Es irrelevante. La verdadera pregunta importante es ¿y por qué todos se van de este club? Nadie preguntará. Palmas, palmitas.
No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. A Falcao siempre le quisieron vender. Antes de la Supercopa ante el Chelsea, el chico lo supo y se lo comentó a su incontinente padre. No cabía más dramatismo ni mayor condena para una afición que enterarse de que iban a traspasar a su estrella antes incluso de jugar el partido. Falcao se va por la puerta grande, pese a que le quieran colgar la fama de pesetero. No es víctima, ni mártir, pero no se quería ir. Llegó a un club en modo depresión y fue el líder de Simeone, ese señor que recibió un muerto y devolvió un campeón. Las lágrimas de Falcao lo dicen todo: roto por un sentimiento de agradecimiento, se despedía de una afición de la que nunca le habría gustado despedirse. No importa. Cada socio rojiblanco aplaude y pondera su esfuerzo y su comportamiento impecable. Ya es un trozo de la historia de ese club. Como delantero, es una leyenda. Como persona, se merece todo lo bueno que le pase.
La película de siempre. Primero Torres, luego Agüero y después Forlán. Ahora Falcao. Bien me quieres, bien te quiero, pero no me toques el dinero. Los dueños siguen poniendo el bolsillo por delante del escudo del club. Es lógico, ellos entraron en el Atleti pero el Atleti jamás entrará en ellos. Nunca han querido al Atlético. Nadie se apropiaría indebidamente de algo que quiere. Ni lo descapitalizaría. Ni se pasaría el día vendiendo a los buenos para pagar a los malos. El epitafio final de Falcao, el mejor nueve del mundo, es la crónica de una venta anunciada. Cuando se anuncie de manera oficial su traspaso, será la confirmación de una historia interminable. Será el final de una película que los atléticos se saben de memoria: Se abre el telón y Falcao marca cien goles. Se baja el telón. Se abre el telón y Gil Marín vende a Falcao. Se baja el telón. Y luego, se abre el telón y Gil Marín vende el telón.
Rubén Uría / Eurosport