Se le veía que amaba mucho, pero mucho al Aleti. Y no ya por la palabra, dicha o escrita, sino por la mirada, por el gesto de su cuerpo menudo, por la atención con la que escuchaba a cualquier colchonero, incluso cuando discrepaba de él, como a mí me ocurrió varias de las no muchas veces que coincidimos. Lástima que haya abandonado este mundo sin poder ver un Aleti que estuviera a la altura de su amor.
Recordémosle nosotros, pues, con el respeto y afecto que merece este gran colchonero.
Adiós, Ramón.