Yo la estoy leyendo (La broma infinita, me refiero) y, como me ocurrió con un libro de ensayos que leí de David Foster Wallace, no puedo apartar de mí al autor, al pobre autor, desplegando su poderosa, su abrumadora actividad mental en torno a tal o cual cosa. Todo relato, toda descripción, todo análisis son -diríamos- radicalmente superficiales no en el sentido de obvios o inanes sino como si al escritor le fuera constitutivamente imposible abordar la realidad desde otra perspectiva que no fuera la de la superficie, que, sometida al escrutinio de su cerebro, queda rodeada, examinada y topografiada pero jamás penetrada. ¿Será por eso por lo que Bloom dice de él que no sabe pensar? En toda la novela (llevo 500 páginas) le pasa nada bueno a nadie pero es que tampoco a la prosa se lo pasa: no hay fruición de escribir, no hay emoción de escribir, donde escribir, para cualquier escritor, es vivir. Lees a Coetzee, seco como un palo, a veces hasta la aspereza, y percibes ese temblor. Este hombre, en cambio, es irremediablemente gélido o, más que gélido, cerrado. Ignoro cuál era su patología pero seguro que algo tiene que ver. Su prosa es una prosa sin aire libre y no sólo material sino también mental. Lo que pasa es que no por ello deja de ser un inmenso escritor. Me gustaría saber si a vosotros os parece lo mismo.
Con respecto a Pynchon, sólo he leído El arco iris de la gravedad y Vicio propio, donde ocurre exactamente lo contrario que con el anterior. Por más que abunde la parodia, la ironía e incluso en la primera de ellas una muy curiosa forma de ininteligibilidad, el aire y la vida están por todas partes, porque están precisamente en la escritura -o sea, en el escritor. No he leído a Gaddis ni a Barth pero a mí me parece que en sus mejores páginas Pynchon instaura una nueva sensibilidad puramente materialista que me recuerda a eso que García Calvo decía del poema de Lucrecio: que sí, que todo era materia, que nada había tras la muerte, pero que cuando uno se asoma de verdad a esa nada, en fin, que tal vez ... Cuando lees a Pynchon (igual que cuando lees a Pla) te entran ganas de escribir. De vivir escribiendo. Se encuentra en la estela de esa estirpe memorable de la celebración de la vida/escritura que catalogó Kundera: Rabelais, Cervantes, Sterne, Diderot, el Dickens de Pickwick, Joyce.