Considero que en demasiadas ocasiones recurrimos
al pretexto victimista para expiar nuestras culpas. Debiéramos de
hacer, de cuando en vez, ejercicio de conciencia para así entender que,
en el caso de hoy, por ejemplo, el mayor culpable en la expulsión de
Agüero, es él mismo. De acuerdo también en que lo cosen a patadas
domingo sí y domingo también, pero eso no es óbice para justificar su
reacción, máxime cuando se sabe de la ligereza de los árbitros en este
país para otorgarse el protagonismo ante cualquier acción destemplada,
más aún cuando el jugador que la ejecuta tiene la relevancia del
argentino. De acuerdo también en que la segunda amarilla a Pernía es
injusta, pero ésta entra ya dentro de los errores habituales del
arbitraje nacional -al igual que la mano de Raúl García que se "come"
en la primera mitad en nuestra área-. Pese a ello, sigo pensando que a un jugador listo, no se la hacen como se la hicieron a Pernía: sabiendo de su primera amonestación, jamás debiera haber querido recuperar a Tamudo (editado) tan rápidamente el espacio perdido. Jamás, que metros tenía por delante el espanyolista hasta llegar a situación de peligro. Por todo ello, bueno sería que el dibujo de la situación fuese más de
fondo y nos condujese a preguntarnos qué hizo el Aleti hasta
verse con diez hombres para ganar el partido; qué hizo para, aún
adelantándose en el marcador, adoptar una conducta tan apocada y carente
de orgullo; orgullo que, por cierto, sólo fue exhibido por el solitario
Forlán cuando el equipo ya andaba con nueve en el campo. Y pese a que también, por momentos, el trabajo defensivo con este número de hombres ha llegado a dislocar el deseo espanyolista por llevarse el partido. Todo lo demás, son golpes en el pecho, que, por repetidos, resultan poco constructivos.