A mi me está sorprendiendo la afición al cálculo de probabilidades que se está desatando entre los rojiblancos de bien, que llea a cálculos que sobrepasan mis escasas capacidades.
Yo lo veo como una carrera, en la que vamos primeros. Por definición, el que va delante, y que ya ve la línea de meta cercana, lo que tiene que hacer es ir a tope sin mirar atrás. Porque al mirar atrás aparecen las dudas, el miedo y el cálculo.Y en cuanto a lo que nos conviene, yo celebro cada tropezón rival, y no entiendo eso de que nos convenga tener a dos rivales pegados al culo, pero peleando entre ellos. Quiero decir, que comprendo que es por la posibilidad de que por pelearse entre sí, nosotros ganemos a la chita callando. Pero es que no me hace ilusión ganar así, porque si hemos llegado primeros hasta aquí no es porque ellos se hayan despistado, sino porque somos mejores, como lo hemos sido durante todo el año. No me hace ninguna ilusión que nuestra liga sea recordada como la del "regalito" del trampes. Básicamente, porque si tenemos que ir allí a ganar o empatar, somos perfectamente capaces de hacerlo. Prefiero llegar campeón, pero en caso de jugárnosla, mejor con la tensión de una final -donde el empate nos vale- que a esperar el regalito, que siempre puede tornarse envenenado. No me fío de esa gente, así de claro.
En cualquier caso, yo no veo claro que aquí nadie se vaya a pasear y ganarlo todo sin pisar el cesped, y este fin de semana nos ha brindado el mejor ejemplo. A ver si ambos tramposos tienen huevos de ganar sus partidos fuera. Y a ver si nosotros salimos a demostrar que aquí solo ha un campeón que va de rojo y blanco. Creo que la derrota, sin llegar al extremo de alegrarme como dice el Cholo, nos da un toque necesario. Volvimos de Londres sintiéndonos invulnerables, y no lo somos. Prefiero que el golpe me lo de el Levante a cualquiera de los otros dos, con sus manos sucias de dinero. Y ese guantazo que nos dieron nos va a seguir escociendo unas semanas. Semanas en las que es funamental recordar lo fina que es la frontera entre la gloria y la derrota, y en las que un ligero escozor en la mejilla puede ser el recordatorio perfecto de cómo afrontarlo.