Pues de nuevo, una de cal y una de arena.
La buena noticia es "El desafío: Frost vs. Nixon". Buenísima caracterización del presidente, interpretación maestra de Kevin Bacon (quizá el mejor secundario en muchos años) y una historia que, para los amantes de la intrahistoria, es entretenida, digerible y con matices. Se hace corta a pesar de que el tema no sea apasionante, y resulta curioso ver cómo la historia se repite, porque si hoy entrevistasen al presidente norteamericano recién salido encontraríamos seguramente un perfil muy similar, si bien mucho más inconsistente. Tampoco se puede esperar una película que cambie nuestras vidas ni la forma de ver la política y los políticos, pero es un ejercicio de buen cine.
La mala es "Revolutionary Road": para mí, lo peor que le puede pasar a un artista, director de cine o escritor es morir de éxito, que se suele traducir en intentar volver a hacer una obra suprema y meterse un porrazo. Legiones de seguidores se ven forzados a decir que ha vuelto a hacer una gran obra cuando dentro de dos o tres años ni se acordarán de que fueron a ver semejante bodrio, o de que dejaron el libro a medias. Pierde el artista y pierden los espectadores. A Sam Mendes le ocurre que pretende repetirse pero haciéndose serio, mayor, más respetable, y monta una historia tan sórdida como sin sentido, tan aburrida y pesada como mala es la interpretación de Di Caprio, inconexas sus inquietudes, floja la evolución del personaje. Los niños de la pareja aparecen y desaparecen de la película como si el director se acordase y se olvidase de que son parte de la trama. La opresión que la protagonista sufre también se desvirtúa entre distintos vaivenes y notas al pie que poco aportan. El trato de los silencios verbales con música sugerente hacia determinadas emociones no funciona, por mucho que en American Beauty nos envolviera de forma mágica con ese mismo truco. Los saltos emocionales de los personajes quedan perdidos entre el sinsentido y las ganas de justificar los errores cometidos y por cometer, y no llegan a dar verdadera luz al sinsentido que es vivir ni a la necesidad del ser humano de cometer errores. Y todo esto ambientado en los norteamericanos años 1950s, de los que Mendes tiene menos idea que logaritmo de 0.001 y se le nota de lejos, pero que seguramente era la única manera de fingir que no intentaba repetir su éxito anterior. La única figura acertada son la de la vecina amiga de la pareja, y en cierto modo la del loco, que luego son traídas y apartadas con torpeza de la historia, y el punto filosófico de la misma muere en un vano intento de ser, de nuevo, una mente brillante. La interpretación de Winslet, correcta, no es ni mucho menos para tanta crítica tan buena recibida (tendré que verla en la de The Reader). En fin, que mucha intención y poco talento. Y con esto ya le he dedicado demasiado tiempo.