Ayer nos dejó mi tío abuelo Leo, último de una saga de rojiblancos socios de los años 40 en el Metropolitano, a los que su hermano mayor, mi difunto abuelo, hizo del Atleti recién llegados a Madrid.
Se va el último integrante de la primera generación de atléticos de mi familia, el que escribió en mi libro recordatorio de bautismo "como no seas de mi Atleti te corto las orejas", el que junto a mi abuelo apareció en la televisión fumándose un gran puro en Heysel aquel San Isidro maldito, nada más comenzar la conexión de TVE después del tatatachán de la antigua sintonía de Eurovisión que precedía a la retransmisión de eventos europeos. Treinta y seis años después, su sobrino, un servidor, chuparía también cámara en otra final europea de "su Atleti" y lo hizo con las orejas intactas, tras seguir su "consejo".
Mi tío Leo era un personaje, los anglosajones dirían que era más grande que la vida, y sé que gastará su segundo advenimiento en el tercer anfiteatro junto a los nuestros. Sé que no descansará, ya estará pidiendo admisión en la Gran Peña Atlética del Cielo y junto a sus hermanos se fumará un puro justo antes de que comience la final que, esta vez sí, nos traerá la orejona a casa. Él y mi abuelo lo contarán debidamente historiado en sus reuniones familiares entre exageraciones y risas y, espero, podrá contar que después del tatatachán previo a la conexión con Cielovisión, lo primero que se vió fue a su sobrino en el estadio fumándose un puro a su salud.
Gracias tío, rojo y blanco siempre.