Han pasado doce horas, ví el partido, con mis dos hijos, lejos del lugar habitual, solos, en un bar con cuatro vikingos en la barra que ni miraban a la TV que ofrecía el espectáculo que previamente había pedido el favor al dueño de que adquiriera. No me podía marchar, me sentía obligado de algún modo con el amigo tabernero, aguantamos todo el encuentro y alguna puya,pocas, no interesamos a nadie, no somos nadie, y sentí vergüenza, pena, hastío, y sobre todo dudé de mi acierto en conducir a mis hijos, igual que mi padre hizo conmigo, hacia este club, que ha formado parte importante de mi vida, y que por razones obvias no lo va a ser, de verdad que lo deseo, de las suyas.
Subiendo hacia casa en un pueblo desierto, en una noche impropia, por lo agradable de la temperatura, en estas montañas del interior, fueron éllos los que trataron de animarme. No lo consiguieron pero me reconfortó pensar que, ¡Ojalá Dios!, algún día puedan ver al equipo de su padre luchar por algo que merezca ser celebrado.
La llamada perdida de un amigo al que este foro me dió hace años la oportunidad de conocer, que contesté inmediatamente, me devolvió a la realidad. Ciento cincuenta Kms. de carretera a las doce de la noche después de ver a esos hijos de P.uta necesita el consuelo de hablar con alguien con el que sabes que puedes contar, sólo por una razón, es del Atleti, como tú. De aquel Atleti.
P.D. El domingo yo no puedo ir a Madrid. El que pueda, que vaya a insultar, sólo a insultar, no se merecen otra cosa, ni los del cesped, ni los del palco.