Blog Uría: Carrasco, el diablo rojo de Simeone
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Carrasco,
tres titularidades consecutivas, dos goles en dos partidos y dos
actuaciones más que convincentes, se ha metido al público del Calderón
en el bolsillo.
“Me he ido con la piel de gallina”. Confesión de Yannick
Carrasco después de ser el objeto de una ovación atronadora del
intestino grueso del Calderón. El Atlético le fichó, después de años de
seguimiento, por sus condiciones naturales con la pelota. Clase, regate
endiablado, conducciones espectaculares y descaro. Marca registrada de
la casa, Simeone desafió emocionalmente al jugador: si incorporaba ardor
guerrero, se sacrificaba en defensa y alcanzaba un tono físico pleno de
energía, jugaría en un equipo donde no importan los minutos disputados,
sino la calidad de los que se juegan. Carrasco sufrió de inicio, tardó
en metabolizar la preparación espartana del Atlético, fue asumiendo los
métodos para-militares del “Profe” Ortega y acabó procesando los
automatismos del Atlético, un equipo donde para ser un equipo grande, se
corre como uno pequeño.
Carrasco, tres titularidades consecutivas, dos goles en dos
partidos y dos actuaciones más que convincentes, se ha metido al público
del Calderón en el bolsillo. El diablo rojo de Simeone aún
tiene margen de mejora, todavía no está en plenitud y compite sabiendo
que debe crecer, pero está empezando a obtener los frutos de su trabajo.
Un paso al frente en un equipo en el que el talento se somete al sudor.
Carrasco, que rinde más a banda cambiada, que se siente más cómodo por
dentro, que enloquece al Calderón por su capacidad para conducir y
regatear de manera plástica, está convencido de triunfar en el Atlético.
Simeone también. Por eso le exigió más. Le reclamó presencia en
defensa, despliegue en mediocampo, chut desde fuera del área y orden
táctico, para no partir al equipo y quedar expuesto en repliegue. Si
juegas para Simeone, estás obligado a dar lo mejor de ti mismo. Y
Carrasco, cuando llegó, sabía que podía dar mucho más.
Genética del Cholo, capítulo tres: Arda poseía un don con la
pelota, pero cierto desdén por las labores de intendencia. Simeone le
convenció para emplearse a fondo y defender. Cuando lo logró, pasó de
talento anárquico a uno de los mejores de Europa. Griezmann
llegó como estrella pegada a la cal y liberada de misiones defensivas.
Después de una puesta a punto durísima, de sufrir el rigor del sistema
atlético y sus entrenamientos – no fue titular hasta pasados dos meses-,
hoy el francés es uno de los mejores delanteros del continente porque,
además de tener clase y gol con la pelota, derrocha coraje sin ella. De
hecho, el galo es el primer defensa del Atlético. Carrasco también se
está incorporando, poco a poco, a esa genética del sudor exigida por el
Cholo. Automatismos defensivos, solidaridad, esfuerzo y compromiso.
Valores intangibles que, sumados a su calidad, harán de él un jugador no
sólo querido por la grada, sino valorado por el colectivo.
Carrasco, que ha asumido el reto de Simeone, es joven pero
maduro. Abandonado por su padre cuando era un bebé (“debo todo lo que
soy a mi madre, por ella triunfé en el fútbol”), salió del Genk con
apenas 16 años, marchándose de casa para vivir en residencias y abrirse
paso en el Mónaco,
compitiendo con estrellas que tenían más nombre y habían costado más.
Siempre superó los obstáculos. No se vino abajo cuando tuvo que pelear
la titularidad con las estrellas del Mónaco, en Segunda y en Primera. No
bajó los brazos cuando se quedó fuera de la lista del Mundial, no se
dejó influir cuando fue relegado al banquillo o la tribuna cuando no
jugaba y supo mantener la templanza cuando algunos periodistas dejaron
caer que estaba obsesionado con el dinero. Carrasco, fortaleza mental y
confianza en sí mismo, vive empeñado en alcanzar estatus de estrella. El
fútbol es querer, saber y poder, pero el primer verbo a conjugar es el
más importante en el Atlético. Y el chico, con esa entrega, ese
despliegue físico y esa extraordinaria clase con la pelota en
conducción, se ha ganado al público del Calderón. Si sigue trabajando
con esa pasión y dedicación, acabará aporreando la puerta grande del
Manzanares.
Fernando Torres. En su despedida.“Cuando lleguen los malos momentos, cuando desde fuera quieran dividirnos y decir que las cosas van mal, en esos momentos que seguro que llegarán, me gustaría que recordarais el orgullo que sentís ahora. Todos somos uno. Eso es ser del Atleti”.