Durante su etapa como entrenador del Real Madrid,
Jorge Valdano, acuñó una frase para los anales del fútbol. Después de
un choque donde su equipo cayó después de un sinfín de ocasiones y buen
juego, derrochando orgullo, exclamó: “Jugando así, hay licencia para
perder”. Exactamente eso fue lo que le ocurrió al Atlético de Simeone en
su visita al equipo más admirado del mundo, que ha ganado cinco de sus
últimos seis títulos en litigio. Antes de visitar el Camp Nou, hasta el
culé más recalcitrante conocía, de primera mano, que el equipo
rojiblanco, desde la llegada de Simeone, ha recuperado su gen
competitivo y su lugar natural en el mundo. Después del encuentro, esa
noticia se tornó certeza. El Barça se adueñó de una victoria dorada, de
tres puntos que suponen un botín inmenso y que, en caso de triunfo ante
el Sporting,
podrían significar un boquete definitivo en la clasificación. Sin
embargo, fue la derrota más dulce para el Atlético y la victoria más
agria para el Barcelona. Entre otras cosas porque, ante el mejor equipo
del mundo, el Atlético hizo todo: lo bueno y lo malo.
Lo bueno con una primera media hora extraordinaria, en la que
destiló fútbol de altura, marcando un gol, gozando de ocasiones para
incrementar su renta y desarmando la salida de balón azulgrana. Y lo
malo. con dos expulsiones justas, una por un cruce de cables
desagradable de Filipe Luis y otra por una doble amarilla sobre Godín,
que pudo haberse ahorrado la segunda amonestación sabiendo que ya había
sido advertido antes, de manera rigurosa. Ni mano negra, ni
conspiraciones, ni lloros arbitrales, ni repeticiones dudosas , ni
demagogia de todo a cien para edulcorar el cuento, ni historias para no
dormir. Excusas cero, realidades. Reglamento en mano, el árbitro hizo su
trabajo, observó y acertó con su labor. ¿Qué habría sucedido de haber
aguantado el Atlético once contra once, incluso diez contra once?
¿Habría ganado? Indemostrable. Ambos lances sucedieron cuando el Barça
se había encargado de levantar la contienda y mandar en el partido por
2-1, conviene matizarlo. El Atleti se pegó dos tiros en el pie cuando
menos falta le hacía, pero aún cargando con ese lastre y mermado de
efectivos, siguió creyendo en su empuje. No cayó en el victimismo, no
dio rienda suelta a la autocompasión y no se metió atrás, algo que nadie
podría haberle reprochado. De frente, Messi, el mejor de todos los tiempos, Neymar, Suárez, Iniesta, Busquets o Piqué.
Para echarse a temblar y con dos menos. En lugar de eso, el que tiritó,
como una hoja en otoño, fue el Barcelona. Increíble, pero cierto.
Y fue así porque, si en la primera media hora el Atleti fue
sobrado de fútbol, en la última desplegó emotividad. Ante el mejor
equipo del mundo –sí, con el tanque de gasolina vacío y lo que ustedes
quieran, pero los mejores del mundo estaban ahí-, el Atlético siguió
pisando el acelerador, siguió creyendo en lo que parecía imposible,
siguió peleando contra los elementos y mereció puntuar. Fue una lección
de compromiso, pundonor y garra. Con uno menos e incluso dos, el Barça,
que suele respetar al rival goleándole sin piedad, pasó un buen rato en
la silla del dentista. Hasta el último aliento del último segundo, el
Atlético puso un nudo en la garganta del Camp Nou. Más allá de la
derrota, queda el orgullo de un equipo, en toda la extensión de esa
palabra, que se rebeló contra su destino. Juanfran se multiplicó, Saúl
puso el alma en cada pelota, Oblak se animó a rematar un córner en la
última jugada y Carrasco, homérico, hizo el partido de su vida y valió
por tres: regateó, presionó, se llevó a tres jugadores del Barça
prendidos en cada arrancada y demostró que tiene cualidades para ser uno
de los mejores de Europa. Ganó el Barça y si hace lo propio con el
Sporting, se disparará en la tabla, pero ni el culé más entusiasta
podría estar satisfecho con lo que vio frente a los de Simeone. Y el
Atlético, que perdió a dos jugadores por sendas expulsiones y a otro por
lesión, que quedó dolorido y exhausto, acabó orgulloso de sí mismo.
Miró a los ojos a los mejores del mundo y salió ileso, con aroma a
dignidad. El Cholo fue lapidario: “Se puede ganar y se puede perder,
pero si hay que perder, prefiero siempre perder así”. Ya saben,
licencia para perder.
Rubén Uría / Eurosport