Enhorabuena a los irlandeses, quien estuviera en Irlanda esta semana, San Patricio el martes y el gran partido del sábado. Creo que Irlanda mereció ganar, la verdad es que creía que perderían, en los últimos años siempre les faltó ese "punch" final en los partidos -recuerdo un Irlanda-Francia que perdieron en el último segundo, cuando recibieron un saque de centro, la perdieron en su 22 y les ensayaron los franceses en una o dos fases-, Gales luchó -si en rugby no luchas te meten 100 ensayos, a diferencia del fútbol, que si no luchas pierdes dos a cero y todos tranquilos-, pero no mereció la victoria, a dos metros se quedaron en el último golpe de castigo.
Os dejo el homenaje de Zona Rugby a esta Irlanda, espero que os guste.
INNISFREE
Seguro que para algunos de los más vetustos lectores el título de esta columna y el nombre de la verde Erín van indisolublemente unidos. Culpa de John Ford, Victor McLagen y John Wayne, y para los más jóvenes estas son pistas que les llevarán a los buscadores más populares y las referencias quizás les inicien en el culto a la película que transcurre en el idílico pueblecito irlandés y que tanto tiene que ver con el imaginario que los de fuera nos hemos formado de otras tantas generaciones de irlandeses. Y tengo para mí que si no es buen reflejo de lo que fue la Irlanda rural, algunos de los nativos lo han interiorizado de tal forma que ya no se saben distinguir a sí mismos de los personajes fordianos. Personajes sólidos, rocosos y sufridos, orgullosos y ocurrentes, obcecados y expansivos, como los que durante tantos años pasaron por las filas de la selección del Trébol con el anhelo de doblegar al inglés, sobre todo, y si se podía ganar a los demás, pues mejor.
Sesenta y un años son muchos años. Y detrás de los O’Connell y O’Callaghan y O’Leary y Hayes y Horan y O’Driscoll y Murphy hay una legión de viejos jugadores que cimentaron el alma del rugby irlandés, el hermano pobre del preterido V Naciones, al que han sostenido entre penurias y esperas agrias multitud de aficionados que cada invierno desde 1948 se conjuraban delante de su pinta de Guiness para prometerse mejor suerte ese año.
Y al fin ha sido en 2009. Yo los he visto hace apenas 15 días y podré decir que contemplé a la Irlanda campeona y en el fulgor instantáneo de la era de la información sostendré que, sin aquellos otros, los de hoy no son nadie. Sin Mike Gibson, el electrizante centro de paso firme y mirada atenta que jugó en London Irish y Cambridge y que mantuvo el record de caps hasta que se lo arrebatara Malcolm O’Kelly en 2005; sin Ollie Campbell, el apertura que aseguró el torneo de 1982, cuando aun no había premio para el que no lo ganaba todo y a quien vimos jugar en Barcelona aquel mismo año; sin Fergus Slattery, John O’Driscoll o Willy Dugan, portentosos terceras líneas de la década de las patillas, o sin el segunda línea Moss Keane, destacado funcionario del Ministerio de Agricultura que organizaba reuniones en lugares inverosímiles conforme al calendario de sus partidos; o sus compañeros de línea Donal Lenihan, durísimo capitán del equipo de los miércoles de la gira de los Lions de 1989, o Mike Galway o el mejor capitán de Irlanda de todos los tiempos, el gigante Willie-John McBride; o el apertura de pierna mágica Tony Ward, de quien se decía que atesoraba junto con cierta marca de cerveza el mejor activo de la isla; o Noel Murphy, la elegancia del zaguero sobrio y su epígono Hugo McNeill; o primera líneas como Phil Orr, Gerry McLoughlin, Peter Clohessy o Nick Popplewell, quien formara como único delantero no inglés en cierta gira de los Lions en Nueva Zelanda. Sin Brendan Mullin o Michael Kiernan que se las prometían felices con su triunfo en 1985 y que fueron de desastre en derrota desde entonces a su retirada. A qué seguir, si cosechar la Cuchara de Madera se había convertido en costumbre en los Ochenta y Noventa; si visitar el Parque de los Príncipes o Twickenham era sinónimo de muchos y variados ensayos en la marca verde, y sin embargo allí estaban las camisetas del trébol poblando las gradas, festivas, alegres, como trasunto contemporáneo de la mejor tradición goliárdica medieval. Si el camino estaba marcado desde que a finales del siglo XIX, en uno de los primeros choques con Inglaterra, hubo quien arregló la fecha de su boda para conseguir el permiso legal necesario para concurrir al partido, dicen que con conformidad de la novia.
País de Gales no lo mereció, y el azar quiso que Jones fallara el golpe que hubiera quebrado la justicia del drop del errático O’Gara, que poco antes había acertado a devolver aquella exigüa ventaja temporalmente perdida ante los Dragones. A la salud de los viejos guerreros.
Ph. B.