Que quieren que les diga, yo sigo estando en estado de shock. Delante de una televisión enana que apenas se veía, los acompañantes de mi mesa tiraban las típicas puyas mientras yo no podía dejar de mirar la televisión, a pesar de no haber sonido me imaginaba las voces, los gritos y las canciones y se me ponía el pelo de punta. Vi como el Sevilla cogía la copa y la cámara seguía enfocando a la gente del Atleti. Fui a casa y seguía admirado por lo que vi, mientras me preguntaba a que se debió, ¿fue por Hamburgo? No, porque después de bajar a segunda y perder una copa por culpa de un fallo puntual también dimos una gran imagen en Valencia. ¿A que se debía?
La respuesta me llegó cuando me llamó mi hermana "mira si será como tu, que tu ahijao no se durmió hasta que terminó el partido". Podía haber sido una coincidencia , algún mal sueño, una mala indigestión, como aquella en la que teniendole en brazos vimos el gol en los últimos minutos de Agüero al Barça que nos acercaba a Champions.Pero lo dudo, desde ese día tengo la certeza que alrededor de este club se cumplen las palabras que el jefe Seattle decía a los blancos sobre su pueblo: "tienen que enseñar a sus hijos que la tierra de debajo de sus pies es la ceniza de nuestros antepasados". Así que mientras que la habilidad de Agüero es un reflejo de la que tenía Ben Barek, la fortaleza de Domínguez deriva de la de Griffa o la elegancia de Gárate se vio en Torres, lo mismo ocurre con nosotros la afición. Seguimos siendo un reflejo de esos estudiantes que simplemente querían jugar al futbol en Madrid. 107 años después el espíritu es el mismo: el ansia por competir. Ganamos o perdemos pero siempre hemos estado ahí.
Me encantaría que un día pudiera coger a mi sobrino de la mano y mostrarle una muchedumbre animosa que se rebela para competir, que canta por disputar, que refleja el ingenio de Leiva, la fuerza de Aragonés y la elegancia de Collar y que decida si quiere participar en el siguiente eslabón de la cadena.