Año 1994. Desesperado, Iván Zamorano alcanzó una racha negativa de diecisiete partidos sin marcar. El chileno, un depredador nato, creyó ser víctima del mal de ojo de una aficionada. Aficionados, amigos y compañeros le obsequiaron con todo tipo de amuletos para ayudarle a combatir el peor mal que puede dañar la reputación de un delantero: que dispare con balas de fogueo. En su ánimo por sacarle de la depresión, los compañeros alternaban las bromas -le decían que iban a agrandar la portería- con mensajes públicos de adhesión y confianza plena en su categoría y su trabajo. Todo eran ánimos y buenas vibraciones, pero Bam-Bam salía al campo obsesionado por su falta de gol, se aceleraba y se bloqueaba. Cuando logró perforar la portería, después de 18 partidos sin anotar, sintió una liberación personal, la sensación de que se había quitado de la espalda una pesada carga de responsabilidad. De ahí en adelante, volvió a ser el pistolero de área pequeña de siempre, hizo cientos de goles y fue el 9 que se esperaba.

Jackson Martínez, que llegó al Atlético previo pago de 35 millones de euros, viste piel de Zamorano. Primero tuvo que lidiar con un proceso de acoplamiento, después con encajar en los sistemas del equipo, luego debió enfrentarse a una lesión más complicada de lo previsto y ahora, cuando el equipo vuela en la clasificación, sigue sin encontrar portería. Él, que veía el arco como una piscina olímpica, comprueba ahora, para su desesperación, cómo cada vez que pisa el área se le hace de noche. Presiona, trabaja, forma parte de la primera línea de defensa y está donde tiene que estar para embocar los servicios de sus compañeros, pero el gol no llega y el tres veces máximo goleador de la liga de Portugal, se siente herido. Al dinero que costó se une el reproche de la crítica y también la duda de la grada. Que si hay que ponerlo en Mil Anuncios, que si es un paquete, que si cada día se le pone más cara de Tren Valencia, que si es menos dañino que el pescado blanco, que si aparece en la página de Segunda Mano y que si el club debería ponerle en el mercado con urgencia. Comentarios que hieren como dagas. Que se clavan muy hondo en quien desea triunfar, con todas sus fuerzas, más incluso que su entrenador, compañeros y aficionados.

No es fácil convivir con una crítica áspera cada domingo. Y para Jackson, un tipo noble, familiar y querido por el vestuario desde el día que llegó, está siendo todavía más duro, porque costó mucho dinero y porque no debe resultarle agradable leer que un día planea sobre el Calderón la sombra de un intercambio rocambolesco con Costa y al siguiente, que llegan ofertas de otros clubes por él, porque el Atlético, dicen, entiende que puede haber errado con su llegada. Es posible que Jackson siga bloqueado durante más tiempo. No hay que descartar que el equipo, en su velocidad de crucero, tenga que sacrificarle en beneficio de otros jugadores. Incluso no puede descartarse que, a final de temporada, el colombiano se mude pastos más verdes y plazas más accesibles. Conjeturas. De lo que no hay duda es del compromiso de trabajo del jugador, de su actitud irreprochable en cada entrenamiento y de la dirección que ha tomado el sumo hacedor rojiblanco, Simeone. El Cholo lo tiene claro. Cuanto más le critiquen, más va a apoyar al colombiano. Cuanto más escuche que su equipo juega con diez, más va a valorar el trabajo oscuro de su nueve. Cuanto más tarde en llegar su gol, más apoyo va a tener del cuerpo técnico, tanto en el vestuario como en la sala de prensa.

A primeros de enero, directiva y cuerpo técnico mantuvieron una reunión con Jackson, para trasladarle su apoyo y plena confianza en el trabajo que está desarrollando. Hasta que llegue junio, Simeone va a morir con Jackson. Y los atléticos, desde los más críticos a los menos exigentes, tienen dos caminos con el colombiano: agravar su desesperación con comentarios crueles o apoyar sin reservas a un delantero centro que el equipo necesita recuperar para potenciar su primera línea de fuego. Sin Jackson, el Atlético es líder provisional de Primera. Con la mejor versión del colombiano, el equipo podría volar. Y Simeone, que no se casa con nadie, que desterró la palabra imposible del diccionario de los atléticos, sigue velando por el bienestar del equipo. Jackson será titular o suplente, es igual. Seguirá seco o romperá con goles, no importa. Lo que sí trasciende es que Simeone ha tomado una decisión irrevocable: le va a bancar en las buenas y en las malas. Y no hay jugador que no responda, más tarde o más temprano, al compromiso de un entrenador que recoge a sus heridos.

Rubén Uría / Eurosport

Durante su etapa como entrenador del Real Madrid, Jorge Valdano, acuñó una frase para los anales del fútbol. Después de un choque donde su equipo cayó después de un sinfín de ocasiones y buen juego, derrochando orgullo, exclamó: “Jugando así, hay licencia para perder”. Exactamente eso fue lo que le ocurrió al Atlético de Simeone en su visita al equipo más admirado del mundo, que ha ganado cinco de sus últimos seis títulos en litigio. Antes de visitar el Camp Nou, hasta el culé más recalcitrante conocía, de primera mano, que el equipo rojiblanco, desde la llegada de Simeone, ha recuperado su gen competitivo y su lugar natural en el mundo. Después del encuentro, esa noticia se tornó certeza. El Barça se adueñó de una victoria dorada, de tres puntos que suponen un botín inmenso y que, en caso de triunfo ante el Sporting, podrían significar un boquete definitivo en la clasificación. Sin embargo, fue la derrota más dulce para el Atlético y la victoria más agria para el Barcelona. Entre otras cosas porque, ante el mejor equipo del mundo, el Atlético hizo todo: lo bueno y lo malo.

Lo bueno con una primera media hora extraordinaria, en la que destiló fútbol de altura, marcando un gol, gozando de ocasiones para incrementar su renta y desarmando la salida de balón azulgrana. Y lo malo. con dos expulsiones justas, una por un cruce de cables desagradable de Filipe Luis y otra por una doble amarilla sobre Godín, que pudo haberse ahorrado la segunda amonestación sabiendo que ya había sido advertido antes, de manera rigurosa. Ni mano negra, ni conspiraciones, ni lloros arbitrales, ni repeticiones dudosas , ni demagogia de todo a cien para edulcorar el cuento, ni historias para no dormir. Excusas cero, realidades. Reglamento en mano, el árbitro hizo su trabajo, observó y acertó con su labor. ¿Qué habría sucedido de haber aguantado el Atlético once contra once, incluso diez contra once? ¿Habría ganado? Indemostrable. Ambos lances sucedieron cuando el Barça se había encargado de levantar la contienda y mandar en el partido por 2-1, conviene matizarlo. El Atleti se pegó dos tiros en el pie cuando menos falta le hacía, pero aún cargando con ese lastre y mermado de efectivos, siguió creyendo en su empuje. No cayó en el victimismo, no dio rienda suelta a la autocompasión y no se metió atrás, algo que nadie podría haberle reprochado. De frente, Messi, el mejor de todos los tiempos, Neymar, Suárez, Iniesta, Busquets o Piqué. Para echarse a temblar y con dos menos. En lugar de eso, el que tiritó, como una hoja en otoño, fue el Barcelona. Increíble, pero cierto.

Y fue así porque, si en la primera media hora el Atleti fue sobrado de fútbol, en la última desplegó emotividad. Ante el mejor equipo del mundo –sí, con el tanque de gasolina vacío y lo que ustedes quieran, pero los mejores del mundo estaban ahí-, el Atlético siguió pisando el acelerador, siguió creyendo en lo que parecía imposible, siguió peleando contra los elementos y mereció puntuar. Fue una lección de compromiso, pundonor y garra. Con uno menos e incluso dos, el Barça, que suele respetar al rival goleándole sin piedad, pasó un buen rato en la silla del dentista. Hasta el último aliento del último segundo, el Atlético puso un nudo en la garganta del Camp Nou. Más allá de la derrota, queda el orgullo de un equipo, en toda la extensión de esa palabra, que se rebeló contra su destino. Juanfran se multiplicó, Saúl puso el alma en cada pelota, Oblak se animó a rematar un córner en la última jugada y Carrasco, homérico, hizo el partido de su vida y valió por tres: regateó, presionó, se llevó a tres jugadores del Barça prendidos en cada arrancada y demostró que tiene cualidades para ser uno de los mejores de Europa. Ganó el Barça y si hace lo propio con el Sporting, se disparará en la tabla, pero ni el culé más entusiasta podría estar satisfecho con lo que vio frente a los de Simeone. Y el Atlético, que perdió a dos jugadores por sendas expulsiones y a otro por lesión, que quedó dolorido y exhausto, acabó orgulloso de sí mismo. Miró a los ojos a los mejores del mundo y salió ileso, con aroma a dignidad. El Cholo fue lapidario: “Se puede ganar y se puede perder, pero si hay que perder, prefiero siempre perder así”. Ya saben, licencia para perder.

Rubén Uría / Eurosport

Un día después de cerrar el mercado de invierno, el Atlético ha vendido a Jackson Martínez, presunto depredador insaciable que acabó, por algún misterio insondable, convertido en Bambi. Al colombiano, bloqueado e inadaptado, le han respaldado club, vestuario y cuerpo técnico. Simeone, que estaba dispuesto a morir con él, que siempre le ha defendido en público y llegó a instar a la afición a aplaudirle incluso contra natura, le concedió toneladas de paciencia. Con su lesión, con su sequía, con su proceso de adaptación y hasta con su exasperante falta de sangre en la presión. Cholo estaba dispuesto a morir con él hasta junio. Si hacía goles, fenómeno. Si seguía sin anotar, lo bancaría. Esa era la idea, hasta que apareció un comprador, un equipo de la emergente liga china, dispuesto a poner una cifra cercana a los 40 M€. China, el nuevo gigante con dinero por castigo (Ramires, M’Bia, Guarín, y lo que está por venir..) entró en escena y todo se precipitó. La directiva del Atlético vio la luz como San Pablo al caer del caballo y Jackson, incapaz de revertir su situación como deben los grandes delanteros, con goles, dio luz verde. Cuadratura del círculo. ¿Iba a triunfar Jackson, que ha sido mucho ruido y pocas nueces? ¿Iba a pagar alguien esa morterada por un delantero depreciado el próximo verano? A esas dos preguntas ha respondido el Atlético con rotundidad. Y el jugador, también. Y cuando uno dice que quiere irse, es que, en realidad, ya se ha ido. De hecho, cabe preguntarse si alguna vez llegó. Jackson entró en el Atlético, pero el Atlético nunca entró en él.

De cara a la opinión pública, el caso Jackson es un clásico: jugador caro que no responde a las expectativas, caldo de cultivo negativo, equipo grande que exige rendimiento, entrenador que protege a un jugador inadaptado y equipo menor que, con dinero, soluciona un problema. Los chinos ponen la tela, Jackson se va, no habrá ninguna manifestación atlética con su marcha y el club recupera la inversión. Asunto zanjado. Jackson: ruina deportiva, negocio millonario. Por desgracia para él y para el Calderón, llegó como Falcao 2.0 y se va como Tren Valencia 3.0. Al fondo, a la derecha, Simeone. Le venden un delantero un día después de que su equipo ya no pueda reforzarse. Feliz no estará. Asumirá la situación con elegancia y mirará hacia adelante. Como hace siempre. Tiene piel de elefante y conoce, de primera mano, todos los frentes abiertos: lesiones, calendarios, polémicas arbitrales, ventas, compras, debates de todo a cien e incluso puñaladas traperas de algunos periodistas, a los que vaya usted a saber qué ha hecho en otra vida. El Cholo, que no es infalible pero sí independiente, tiene claro su camino. Gestiona un grupo humano, trabaja para sacar lo mejor de la plantilla y vive de realidades, no de excusas.

¿Y ahora, qué? Para los hinchas del Atlético, la película no es nueva: a su éxito deportivo incuestionable se suma su ancestral política de puertas giratorias. Si en ese bazar, todo está en venta, imaginen en el caso de un futbolista caro y de rendimiento pobre. Lo de Jackson tiene doble enfoque: ruina deportiva (ningún aficionado atlético llorará su marcha) y negocio millonario (costó 35M€ y después de meses de oscuridad le puede colocar por 40M€, si es que las cifras de la operación son realmente esas ¿lo serán?). A bote pronto, el protocolo de actuación del club en los medios será el clásico: si alguien se cuestiona cómo venden a un jugador sólo 24 horas después de cerrarse el mercado, habrá cortina de humo: se filtrará que se vende ahora para fichar a Costa en verano, y luego, bien entrada la primavera, aparecerá algún socavón financiero que tapar. Amén de las sentencias de la Justicia y de su calamitosa gestión, cabe hacer mil reproches a los todavía dueños del Atlético, pero no por vender a Jackson. Otra cosa sería la fecha escogida, pero no hay ofertas a la carta. O al menos, si llegó en tiempo y forma, no fue escuchada en su momento y este era el último tren. Martínez quería irse y no hay futbolista que deba permanecer allí donde no quiere. De propina, uno tiene la extraña intuición, y alguna que otra información, de que compañeros, directivos y míster defendieron al colombiano incluso cuando el cuerpo les pedía otra cosa. Ahora Jackson se ha ido, porque en realidad nunca llegó, y no habrá aficionado del Atlético que no entone el viejo clásico: tanta paz lleve como gloria (y goles) deja. Fin del cuento chino.

Rubén Uría / Eurosport