La mímesis bélica siempre ha estado y estará muy unida al fútbol, formando parte de su entraña simbólica. Eso lo convierte en un campo magnético que atrae poderosamente a ciertos tipos sociales, y más cuando va revestida de una poderosa identidad colectiva, a cuyo supuesta defensa, a modo de vanguardia, pueden aplicarse con entera dedicación, fácilmente revestible de tonos épicos. Refriegas como la de ayer, vividas como batallas por los protagonistas, son la expresión más acabada de esta épica: asalto versus defensa del territorio.
Las autoridades españolas no parecen darse cuenta de lo débil y, por ello, fácil de transgredir, que es la frontera que separa la violencia simbólica de la real. Y los dirigentes futbolísticos, que sí se la dan, hacen como que no lo ven, en la medida en que obtienen, o creen obtener, ciertos rendimientos.
Flaco favor han hecho los guerreros a su pretendida tribu. Como ya llueve sobre mojado, y encima los medios del poder futbolístico nos han tildado de belicosos también dentro del campo, va a ser muy fácil formar un pack de todo ello, que estigmatizará a toda la tribu, dentro y fuera del terreno de juego.
Encima, como esto funciona así, el muerto pasará a ser mártir de la otra tribu, que rentabiliziará miserablemente su óbito en forma de apoyo y reconocimiento de aquellas que están en su misma onda, los supuestos ulras "progres", como vimos ya ayer en Sevilla y, probablemente, veremos la semana que viene en las gradas del muy obrero y socialmente concienciado colectivo vallecano. El fútbol no ya como simulacro de la guerra, sino también de la política, que, como sabemos, es en el fondo como la primera, sólo que ejecutada por otros medios.