Cecilio
Alonso (Ciudad Real, 1958) es un símbolo del balonmano español. Lo ganó
casi todo en el Atlético (cinco Ligas y seis Copas entre 1976 y 1987),
jugó en el Barcelona y acabó su carrera de nuevo en el club rojiblanco.
Ahora le emociona volver a ver al Atlético en la élite, aunque sea
mediante la adopción del Ciudad Real. La misma emoción que siente al
recordar sus inicios.
Pregunta. ¿Por qué eligió el Atlético?
Respuesta.
Juan de Dios Román vino a verme a Ciudad Real y me fichó. El Atleti era
mi equipo. Pero sobre todo importó que nos pagaban los estudios.
Incluso nos daban un dinerito para gastos. Era 1973 y yo salía de un
pueblo.
P. ¿Y el Barcelona?
R. Me había
intentado fichar cuatro veces en la época de Núñez. Me ofrecía bastante
dinero. Pero siempre he sido muy sentimental y don Vicente Calderón me
ganaba con poco. De hecho, en 1980, el Atlético me subió el sueldo y
coincidió con que había que cerrar la sección femenina. Lo hicieron
para hacerme un poco de daño psicológico. Normalmente, me decían que no
podían igualarme el sueldo, pero que con primas y demás tal vez me
acercase a lo que el Barça me ofrecía. Al final, perdía económicamente,
pero ganaba en lo demás. Cariño, lealtad y comodidad. Ahora los
aficionados se acuerdan de mí. Me abrazan, me saludan. El año pasado,
en la final de la Copa, corearon mi nombre. Mis hijos vieron quien era
su padre. Se quedaron impresionados. Yo jugaba con sentimiento. Lo daba
todo y eso valía.
P. Entonces, ¿por qué se fue al Barça?
R. Todo
aquello fue durísimo. En 1987 hubo elecciones y las ganó Jesús Gil. Él
no vendía el programa del balonmano. Yo venía de una lesión muy grave,
me había quedado sin jugar el Mundial y el Barça estaba ahí.
P. Solo estuvo dos años en él.
R.
No somos tontos. Yo no estaba bien. El hombro no era el que había sido.
Me tuve que operar cuatro veces, una a escondidas. No estaba cómodo en
Barcelona y me fui al Cuenca, que acababa de subir a la División de
Honor. Me vino muy bien. Cogí confianza, el hombro se soltó y recuperé
el nivel. Y volví al Atlético. Quería acabar ahí. Era un reto, mi
planteamiento de vida. Gil me quería y Juan de Dios había vuelto.
P. ¿Su etapa con España?
R.
Con la selección se te ponía la carne de gallina. Escuchar el himno
nacional, representar a tu país... Era impresionante. Pero fue una
época complicada. Murió Franco, España abrió sus puertas hacia Europa y
el balonmano hizo una buena labor en el posfranquismo. Sobre todo,
hacia los países socialistas y comunistas, que era en los que más nivel
había. Tuve mala suerte con las lesiones y me perdí citas muy
importantes. Los Juegos Olímpicos de Moscú y Seúl, dos Mundiales...
Pero fui 92 veces internacional.
P. ¿Siempre fue un líder?
R. El
equipo sí me consideraba un líder, pero a mí no me gustaba la idea. Un
líder no solo significa jugarse el último tiro. Es mirar por el equipo.
El Atlético siempre fue una familia. Un grupo más cercano, menos
profesional. Nosotros lo compartíamos todo. Llegamos incluso a parar
dos fichajes porque sabíamos que nos iban a romper la convivencia. Y
ese año ganamos la Liga y la Copa. Siempre estuvimos muy unidos,
especialmente en los viajes a la Unión Soviética, a Yugoslavia...
P. ¿Aquella final de la Copa de Europa perdida en 1985 ante el Metaloplastika?
R.
Nos hicimos demasiadas ilusiones. Habíamos ganado al campeón de la
URSS, al de Dinamarca, al Magdeburgo, alemán, y llegamos a la final
crecidos. El Metaloplastika nos puso los pies en el suelo. Era el
referente mundial. Innovaron y nos tocó padecerlo.
P. Hable de Juan de Dios.
R.
Me enseñó lo que soy. Revolucionó el balonmano y creó una sección en el
Atlético que dio una vida diferente al club. Le dio el prestigio que
hoy mantiene.
P. ¿Por qué hay grandes equipos en ciudades pequeñas?
R.
Muchas veces es por personas anónimas o por el apoyo del propio pueblo.
El Ciudad Real empezó llamándose Caserío Vigón, un negocio local. Lo
cogió Domingo Díaz de Mera, un empresario al que le gustaba el
balonmano, y montó un equipazo. Ahora vienen a Madrid. Tengo el corazón
partido. Ojalá tuviéramos a Ciudad Real y al Atlético juntos. Esta
operación beneficia mucho al Atlético. Recibe una estructura fuerte. Es
una oportunidad única.
P. ¿Cómo lo vive usted?
R. Voy
a ser abonado. Y mis hijos también. Madrid es una ciudad que genera
rivalidades, cariños, odios, competitividad... No podía seguir así.
Hasta los madridistas van a ser de este Atlético.
P. ¿Le gusta Vistalegre?
R.
Sí, pero no se puede pensar en 15.000 espectadores. Tal vez, en 8.000 o
10.000 en los partidos importantes. El futuro de este equipo está
ligado al aficionado. Llevamos 19 años huérfanos...
P. ¿Ese sentimiento se contagia a un equipo de fuera?
R. Son
profesionales y deben evitar las dudas que puede generar el cambiar de
camiseta. El objetivo es ganar la Liga. Si estás más arropado, puedes
sacar algún puntito más. Los jugadores están generando mucha ilusión.
P. ¿Le habría gustado jugar en este equipo?
R. Principalmente, para que me vieran mis hijos jugar. Es una espinita que tengo.
P. ¿Sufrirá viéndolo?
R. Ese
sentimiento es más para el fútbol. Nosotros éramos un equipo ganador
[se ríe]. Teníamos una conciencia y una ideas fijas. El fútbol, no. Es
muy irregular, muy exagerado. En los deportes pequeños se nos enseñan
otros valores. Este equipo me ha enseñado a vivir. Me ha dado unos
valores: de solidaridad, de compañerismo, de generosidad, de orgullo...
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