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Abel Resino, en el banquillo del Calderón. (Foto: EFE)
5 de abril.- Unos cientos de
bergantes que aún tuvieron la pasión de quedarse tras el pitido final
en el Calderón empezaron a chillar e increpar a Cerezo y a los Gil con
insultos como "canallas, bribones, sinvergüenzas, granujas". En fin,
'jaculatorias' que hemos escuchado en el Manzanares, como si fuera el
estadio de las lamentaciones, desde que, sospechosamente, Gil 'compró'
el Atletico de Madrid.
Se dice que los aficionados rojiblancos, los colchoneros, es la
afición más sufrida de todas las que se conocen. Pero mi impresión es
que también es la más masoquista. Un estado de pervesión que ahora ya
no comprendo en absoluto tras la muerte del cacique, del patriarca Gil.
Es posible que la huelga de espectadores del Calderón arruine al
equipo, pero sería también una manera de arruinar a la familia Gil, que
se encuentra a punto de lograr unas plusvalías monumentales con la
venta de ese estadio de las lamentaciones. Lo que entra en duda es la
posibilidad de que los Gil se vayan tras el gran pelotazo. Sería la
'vida' para esos sufridos masoquistas.
El caso es que el pobre Abel demostró que ha
penetrado en la cofradía del 'santo sepulcro'. Ha enterrado al Atlético
en juego, en intenciones, en imaginación. Es un pobre hombre que se
atreve a decir en MARCA que él viaja en una moto y que el Madrid es un
Ferrari. Una pérfida y estúpida afirmación que le condena a las
tinieblas. Como decía un pariente: "Menos mal que no le da tiempo a
dejar al Atlético en Segunda".
Oasuna ganaba el primer partido de toda la temporada fuera de casa.
El 'visceral' -por no decir otra cosa- presidente osasunista dirá ahora
que "su ruptura con el cuerpo arbitral" ha dado por fin sus frutos.
Personajes como los Gil, Abel, Izco, etc., transmiten la sensación
de que el fútbol es un disparate, una enfermedad endémica de la
sociedad actual. Lo malo es que no deja de ser una extravagancia que
nos gusta. La belleza del fútbol también se come a estos personajes.