Aún no me lo creo. Me he despertado tres veces esta noche, hasta que a la última, allá a las seis de la mañana, tuve que levantarme para tomarme un vaso de leche templadita con miel y echar un cigarrito. Que sensación, solo, en el sofá, delante de la tele en la que había visto otro gran episodio de esta epopeya. Creo que ningún cigarro me ha sabido mejor en mi vida, a pesar de cómo me rascaba el humo la garganta con cada calada, después de haberme fumado anoche hasta los filtros mientras sentía, más que ver, el partido. Luego, he vuelto a la cama y, al fin, he enlazado un sueñecito de tres horas.
Todo, pero todo lo que se puede pedir a un partido de tu equipo, nos lo dio el Aleti ayer. El segundo tiempo fue una maravilla, una demostración para todos los zoquetes que decían que éramos dos equipos iguales. Qué sabiduría táctica del Cholo y el Mono, y qué bien administrados los cambios de posición y de jugadores. Qué forma de sobreponerse a un contratiempo que todos barruntamos que podría ser uno de los peores episodios de nuestro amplio registro de pesadillas. Y qué forma de adueñarse con un regimiento de valientes del puente de Stamford, poblado de tropas enemigas, capitaneadas por un corsario ruso y su lugarteniente bravucón y bocazas, experto en crear y defender fortalezas inexpugnables.
Honor al Cholo, que ha escrito y dirigido esta epopeya, que esboza ya el paso a onvertirse, directamente, en auténtico milagro. Qué decir de Courtois, de la personalidad de Costa, de la auténtica obra de orfebrería balompédica que han brindado Tiago, Mario y Koke... Un equipo de verdad, en definitiva, después de tantos años en que esto era sólo parte de la letra de un himno que cantamos más como anhelo y sueño que como loa de lo que veían nuestros ojos. En fin...
En el 59 nos ganaron una semifinal que, según contaba mi padre, porque yo no la vi, con mis de ojos de cuatro años, fue una gran injusticia y un cúmulo de infortunios. Igual les ganamos la sexta. Y ésta si que sería especial. Sigamos soñando, que dice fernando.