Crónicas en la Distancia

Fases finales a lo rojiblanco

Sobre mi blog

Estas notas son probablemente gotas insignificantes en un océano. Pero saben a sal rojiblanca, a la playa del expatriado, y a la fortuna de vivir in situ de nuevo la fase final de un campeonato de fútbol de naciones. No son por tanto mucho, pero son las nuestras. O al menos sólo tendrán sentido si así consigo que las sientas.

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junio 2008 - Artículos

Ginebra

Antes de entrar en materia, quería agradecer a makako su comentario. La verdad es que las veces que he estado en la Suiza francesa, los portugueses me han pasado desapercibidos, mientras que en la zona germana se hacen notables, entre otras cosas por su escaso dominio del alemán, las banderas que cuelgan de sus balcones y ventanas haya o no torneos de fútbol, y la cantidad de restaurantes y tiendas de comestibles de productos propios que regentan. Y sin embargo makako tiene razón, y los portugueses son más en la parte francesa de este hermoso país y además son la mayor comunidad extranjera en esa zona, aunque en el global del país sean la tercera más numerosa tras alemanes e italianos.

Y Ginebra es aún más: es la ciudad con la mayor comunidad portuguesa de Suiza. Así que ayer se encontraron como en casa. Recibieron demasiado premio a mi entender para lo que hicieron, pero es que están un punto también física y futbolísticamente por encima de los checos, que lo intentaron todo y a pesar de alcanzar un buen nivel no tuvieron ni la potencia ni la suerte ni, en lo últimos veinte minutos, la fineza suficiente para meter el segundo y ser la primera selección que le daba la vuelta a un marcador en esta Eurocopa.

Los suizos por su parte repitieron en Basilea, pero esta vez tuvieron que jugársela al waterpolo. Y aunque le echaron casta y dignidad, su goleador, otro emigrante inmigrado, que ni siquiera pudoquiso celebrar el primer gol y perdió otras dos ocasiones bien claras, fue el primero en ver cómo su nación de origen y tierra de sus padres sí que se convertía en la primera selección del torneo en dar la vuelta al resultado. Y curiosamente éste fue esperado para los perdedores e inesperado para los ganadores, y esta noche las bocinas sonaron en las capitales suizas moderadamente y no fue por su país. Hoy los periódicos se despertaron declarando el final del sueño. Y pidiendo al menos el triunfo como mejores anfitriones de la historia del torneo.

Y no me apetece hablar más de esta Eurocopa por hoy. Gracias a Dios que ahora mismo no vivo en España, porque somos la única nación en contra de sí misma. Sí yo fuera aficionado del otro equipo grande de la ciudad, hoy me daría vergüenza ajena de mis "compatriotas". No sois españoles, ...

De Innsbruck a Cádiz

De Zúrich a Innsbruck hay casi cuatro horas de coche. Deberían ser menos, pero hay que atravesar la frontera entre esta isla alpina y el resto de la Unión Europea, y eso siempre supone una decena de kilómetros por carreteras menores o con fuertes limitaciones de velocidad. En cualquier caso hubo quien se lo hizo ayer para ver a los nuestros, que por fin se estrenaban. Y que lo hacían en, para mí, el escenario más bonito posible de los ocho (perdóname, Zürich, porque no sé lo que digo).

Innsbruck es una ciudad a los pies de la naturaleza. En la otra cara de cada colina, de cada morrena, de cada montaña que la rodea, los elementos de la naturaleza pelean por abrirse paso. A veces es un sol vespertino, otras un conjunto de nubes, a veces es un torreón de agua y otras una nieve blanca y gruesa. Ayer, a medida que el viajero se acercaba a la ciudad tirolesa, se iba resguardando bajo una sola nube espesa, hecha al hollín, pintada al carboncillo. Una nube que me parecía un presagio y no bueno, tales son las dudas que nuestra selección, haga lo que haga durante mucho tiempo, parece que está condenada a acarrear.

Bajo esa nube comenzó un partido con una selección de blanco joven pero no inexperta, a la que quizá le falló la suerte en momentos de posible inflexión, y en la que quizá falte también un lucero, o una pequeña constelación de pequeñas estrellas. A Rusia le debía favorecer no obstante la debilidad de la defensa contraria, desacostumbrada y deslavazada, y esa lluvia inclemente. Pero si el cielo se descompuso durante noventa minutos, lo mismo hicieron las esperanzas rusas en la mitad de tiempo. Bastaron dos relámpagos para, sin resolver nuestras dudas, despejarnos el camino.

Aún así los once representantes zaristas de abajo parecieron no inmutarse, descubrieron que los Alpes tienen una vía gigantesca en nuestra banda derecha y pasó casi otra media hora hasta que el resultado se decantó definitivamente a nuestro favor. El mismo siete en la misma ropa. La afición eslava asumió a partir de entonces en silencio su suerte en este primer partido y la española, compuesta por muchos disfraces de torero, toro y tonadillera, reconoció a qué había venido con una canción que, por ser la única en nuestro país que refleja una certeza, se ha hecho demasiado popular. Quizá es que, en el fondo, muchos anoche se sentían más de Cádiz que de esa nación que algunos llaman España.

El Cádiz por cierto jugó más tarde y venció al Málaga por dos a cero en Salzburgo. Pero ésa es otra historia.

Zúrich

Cuando Platini pasó por mi lado le vi tenso, molesto. Aparte de lo engorroso que debe ser para una celebridad que todo el mundo te mire, cuando menos de reojo, y aparte del stress que debe suponer ser el presidente de la UEFA y no descansar en estas fechas ni para ir al baño, no las tenía todas consigo. Platini, el máximo goleador en un torneo de Eurocopa hasta la fecha -en aquel año en que llegamos por última vez a la final-, es consciente como muchos del cambio de generación en la selección bleu, que no acaba de producirse pero tampoco presenta una alternativa solvente. Les falta, dicen algunos, un diez. Les faltan, dicen otros, dos o tres jugadores que acompañen al talentoso (que no efectivo) Ribery y al brillante (que no consagrado) Benzema.

Sonó la Marseillaise y los galos la acompañaron a pleno pulmón, "Marchons, marchons!", pero en ello debieron desfondarse, porque el resto del partido parecieron espectadores de la Opernhaus zuriquesa. Sonó el himno rumano y los transilvanos la tararearon, pero debió ser sólo para calentar, porque luego convirtieron el pequeño Letzigrund en una caldera. Francia comenzó atacando sobre la portería poblada por aficionados amarillos, y se encontró con un rival flojo en vanguardia, duro en su segunda línea e infranqueable atrás. Pero sobre todo se encontró con que la última línea estaba formada por un bloque de hinchas que, exceptuando los primeros minutos (de incertidumbre) y los últimos (de verdadero acojone), no dejó de cantar, presionar y animar.

Bajo esas circunstancias, con el creciente bochorno sobre la capital germano-suiza, los once vástagos de San Luis quedaron adormilados, arrullados por los once biznietos de Dacia. Y el resto de los espectadores, dentro y fuera de la ciudad sede, quedaron igualmente amodorrados. Ningún gol en la tarde y a casa con cierta decepción en los labios. Los azules, porque esperaban arrollar y se quedaron con muchas dudas y un calendario complicado; los amarillos, porque en su ensoñación tras la grandísima clasificación para esta fase final esperaban continuar con su racha.

La tarde se deshizo poco después mientras naranjas y los azules campeones se preparaban para el primer asalto. A ninguno le había caído mal el resultado de la tarde, pero Italia pareció contagiarse de la modorra azulona. Y de lo que ocurrió en el partido no queda ya mucho que decir. En Berna, sin embargo, la marea naranja fue tan fuerte que hubo que abrir las puertas de la zona de fans a varios cientos de seguidores sin pase para dicha zona (cuestan entre diez y veinte euros), y la plaza del Parlamento suizo sufrió el mayor lleno que se recuerda en los últimos cincuenta años. En el estadio, también abarrotado, los oranjes celebraban como quien ha recibido un número premiado del Gordo. Y en el resto de este país, donde los italianos son casi una institución en número, cultura y soluciones gastronómicas, se gritó también alegremente tres veces, tres, antes de que pitara el árbitro. Quizá porque como todo campeón, Italia genera muchos contrarios. Quizá porque, en buena lid, les hacía falta una cura de humildad. Quizá -ya siendo malo- porque aquí, en el fondo, se sienten invadidos por los transalpinos. Y Suiza es muy orgullosa de su propio país y de sus usos y costumbres.

Invierno en junio

El sábado por la noche polacos y alemanes se encontraron en las calles de una pequeña pero hermosa ciudad de Carintia: Klagenfurt. La sorprendente cuarta sede es la gran desconocida fuera de sus fronteras. Ciudad (o pueblo engrandecido), entre comercial y universitaria, mayoritariamente católica como su muy cercana Eslovenia, con la que comparte región, población y clima, es discreta hasta la extenuación. Su gente se resiste al progreso que otros sitúan tras los nudos ferroviarios o los centros industriales, y disfruta de sus verdaderas fortalezas con frescura y templanza: frescura, por la naturaleza que la rodea y el continuo trasiego turístico que soporta; y templanza, porque a pocos kilómetros se encuentra el Wörthersee, un lago con la propiedad de, pese a encontrarse en mitad de los Alpes, tener las aguas templadas, hasta el punto de albergar campeonatos de nado con relativa regularidad. Del lago por cierto toma nombre el nuevo estadio.

Los alemanes celebraron ya desde sus estaciones centrales y otros puntos de partida una especie de continuación de su espíritu del mundial, una fiesta continua pase lo que pase, un orgullo festivo de ser alemanes y de poder expresarlo a las claras. Para una ciudad de apenas cien mil habitantes, acoger a 30.000 teutones de una sola tacada resultó algo agotador, pero por supuesto pudieron con ello. A unos cuantos no obstante la propia policía alemana, desplazada hasta el lugar, les ahorró la noche de hotel, y no pudieron disfrutar en la mañana del domingo del ambiente tranquilo y hermanado de estas dos aficiones que se sienten parte del otro casi tanto como se rechazan.

Los polacos, que poco a poco han recuperado un espíritu nacionalista no tan bienhumorado frente a los germanos, prepararon con dureza el partido, tanto en prensa como en los entrenamientos. Pero ese ímpetu se diluyó cuando vieron que en su arrojo habían adelantado demasiado la línea defensiva y los toros de la otra orilla del Óder entraban como hienas hasta el fondo de sus predios. Dos golpes de un hijo de emigrantes inmigrantes decidieron el encuentro dominical de esta entrelazada historia, pero sólo con un punto y seguido.

Poco antes se habían zurrado croatas y austriacos en la capital vienesa. Croacia, que se sabía superior, comenzó imponiéndose, y los austriacos, un equipo bastante joven pero sobre todo inexperto en grandes competiciones, parecía algo despistado y disperso. Las cosas cambiaron en cuanto los croatas marcaron y se echaron atrás, como si les diera miedo o vergüenza avasallar a los anfitriones, en su capital y ante su gente, en el primer y siempre tan temido partido y en una tarde tan calurosa. Así dieron la oportunidad a los alpinos de mirarse en el espejo, de cargarse de confianza y de pegar varios embates que casi les otorgan el merecido premio del gol. Por el camino, se dieron patadas, codazos y empellones, y el conflicto no llegó a más porque estos dos contrincantes nunca llegaron a verse como viejos enemigos.

Los austriacos compartieron por tanto aflicción con los suizos, que aún vieron caer a Federer estrepitosa e inesperadamente, y sólo consiguieron lamer sus heridas con el doble podio de BMW-Sauber. Sauber es un constructor suizo. Kubica, un piloto polaco. Los austriacos ya están deseando que llegue el invierno.

La primera vez

La primera vez es para algunos dura, para muchos excitante, para la mayoría un misterio y para casi todos una decepción.

Duro fue para Turquía sentir cómo Portugal la desnudaba en un primer arreón de pasión apoyado en un físico deslumbrante. Portugal mezcla juventud y experiencia, sabe de qué va el juego y tiene hambre, mucha hambre, y algo de arte en sus filas. Además en Suiza se encuentra en su segundo hogar, pues hasta aquí emigraron varias decenas de miles de sus hijos, y aunque en Ginebra sé que positivamente no son muchos, a la capital de la Suiza francesa apenas les costó llegar a muchos de esos miles para inyectar ilusión en sus venas. A diferencia de nosotros, la madre lusa nunca se ha visto favorita, nunca se ha creído más de lo que es, y por eso acomete este romance sin el lastre de relaciones anteriores que podrían haber sido las de su vida. Tan segura como estaba, jugó incluso un momento con su amante, la dejó acercarse a sus labios, para asestarle finalmente un segundo golpe que fue el definitivo. Para los verdirrojos, la primera vez nunca dejó de ser excitante.

Un misterio resultó para Chequia, ya desde que conoció su emparejamiento. Cohibida por estrenarse en casa de la anfitriona, nunca supo qué esperar. Porque Chequia y Suiza se citaron por fin en la alcoba, después de hablar del otro durante días a sus amigos y amigas, sin hablarse directamente entre ellos, pero dejando que el otro oyera y se oyera. Como los enamorados, que sólo oyen lo que quieren oír, y dicen lo que el otro quiere escuchar. Los prolegómenos eran hermosos, en los medios y entre jugadores, entre políticos y entre aficiones. Se habían preparado para esta primera vez y querían que fuera una fiesta. Para Chequia, después de todo el aparato, lo ocurrido y lo que vendrá en el futuro sigue siendo un misterio.

Y para Suiza fue una decepción. Se batió desde el principio con la frescura que tienen las mujeres de esta tierra, con una presencia estilo Kim Novak, un cuerpo sensual y voluntarioso, pero en los momentos en que tocaba morder mostró su cara pudorosa. Además todo le salió mal en la cita. A los postres de la inauguración se había quedado con apetito, se rompió un tacón en un primer choque, en un descuido se le hizo una carrera en la media y al poco había perdido la ilusión y la esperanza. Es curioso, pero para los suizos fue más dolorosa la retirada de Alex Frei con una lesión ya temida que el gol recibido en contra. Esto último, al menos, aún tenía solución. En las calles, la sensación en el intermedio era de tremenda decepción, y sólo al poco de ver que el otro ya había tenido su orgasmo hubo un atisbo de rabia porque nada podría haber salido peor. Sin embargo, los que son de aquí pero no son hijos de Guillermo Tell no sintieron furia alguna, y los que sí lo son poseen una naturaleza tan moderada, tan correcta, tan formal, que consiguieron contener todo exceso de emociones entre su piel y sus vestimentas.

La conexión televisiva con Basilea terminó y el primer anuncio no fue el de Freixenet, ni el de Coca-Cola: fue el de la final parisina de tenis, donde un suizo, aquí más popular que la flor del edelweiss, juega contra un español. La nube gris sobre este país parece destinada a quedarse aún unos días.

Erlebe Emotionen

Se abre el telón en Basilea, la que será capital suiza del fútbol en las próximas semanas, la sede más querida por la UEFA para esta Eurocopa, con seis partidos. Y lo hace probablemente por su situación geográfica, encajada como está en la esquina suiza que da por igual a Francia y Alemania. Y pese a tener un estadio catalogado con sólo cuatro estrellas, pese a ser ya capital tanto de relojeras como de empresas químico-farmacéuticas, pese a su discreta posición administrativa frente a Berna y económica y poblacional frente a Zúrich o Ginebra.

Tierra de obispos cuyos cetros jalonan su escudo, Basilea se ha distinguido por Concilios, pestes, exposiciones artísticas y un equipo de fútbol contestatario. Porque aunque la Axpo Superleague suiza sea entre las europeas una liga menor, el F.C. Basel, equipo blaugrana del que tomó sus colores el fundador de cierto equipo catalán, se ha hecho hasta el momento con doce títulos nacionales, dos de ellos a primeros de los setenta gracias a un delantero pichichi llamado Ottmar Hitzfield y nacido a menos de veinte kilómetros, pero al otro lado de la frontera. El mismo Ottmar que condujo al Bayern de Munich a grandes éxitos a finales de los noventa y en 2001. El mismo que se hará con las riendas de la selección suiza al final de esta Eurocopa.

Si no antes, puesto que Kobi Kuhn, míster y mítico jugador suizo, tuvo que llevar hace dos noches a su esposa al hospital, aquejada de un derrame cerebral, y parece que no será capaz de superarlo. Es el último revés para la selección de la anfitriona, que en los últimos dos meses ha visto cómo sus principales estrellas se partían ligamentos, intestinos y huesos. Para la inauguración estarán todos, pero no apuesto gran cosa por ellos: Alex Frei, el nueve, con distintas lesiones menores este invierno, quizá consecuencia de su operación de cadera en 2007; Tranquilo Barnetta, el líder del vestuario y jugador más carismático, aún con el tobillo débil pese a los numerosos desmentidos; y Senderos, central gigantesco, empequeñecido por sus errores en la Champions, que le valieron incluso una depresión tras la eliminación frente al Liverpool de Torres.

El ánimo de la nación está sin embargo para los estándares de aquí por las nubes. Esas mismas nubes que cubren el país desde hace tres semanas, hago frío, calor o bochorno. Y a las que tendremos que acostumbrarnos probablemente al menos en esta ronda inicial. Para una de las pocas naciones que nunca ha ganado un partido en una fase final, el creer que esta vez sí, aunque sólo sea por su papel de anfitriona, ya les permite estar satisfechos con su escuadra. Si bien los suizos no necesitan gran cosa para estar muy orgullosos de su patria, surgida de la resistencia ante grandes imperios, de la astucia y la discreción de gente de campo, y, según el mito, de una flecha de ballesta que atravesó cierta manzana, aunque a la Historia ya la evocaremos.

Quizá el ánimo sea por otro lado elevado porque la República Checa está a menos de cinco horas de coche (palabra checa, por cierto), y ésta es su rival, y los checos tienen las checas y no son prisiones. Y porque estos partidos de inauguración suelen acabar en empate, y a las dos selecciones, empeñadas en querer ocupar el segundo puesto, les vale. Y porque el otro partido de la jornada, Portugal frente a Turquía, será un duelo y una fiesta en las calles de este país y de Alemania, llenas de inmigrantes de uno y otro lado, aunque en Ginebra no me consta que haya muchos de uno u otro colectivo. Ay, Ginebra, mujeres así se merecen un post aparte.

De momento, dejaremos que se abra el telón en Basilea, para seguir el guión de esta pieza dramática, con final feliz sólo para un afortunado: "Erlebe Emotionen", nos propone Platini. Intentaremos sentirlas, monsieur Michel.

 

Crónicas Helvéticas

En el último viaje desde Madrid me he traído un par de fotos antiguas, unos calcetines que no son míos y el encargo, asumido voluntariamente, de escribir mis impresiones sobre la Eurocopa para unos amigos.

Acometiendo esta tarea me siento como un donador de semen: ahora mismo me toca esperar 72 horas hasta poder entregarme, otra vez y a la vez, al placer y al compromiso, a la notoriedad privada y al anonimato, a la obra creadora y al gesto insignificante. Pero lo hago con ilusión, con la sensación de que me divertiré y volveré a cogerle vicio, y de que dentro de dos o cuatro años miraré hacia atrás y pensaré: debería haberlo hecho mejor; o bien ¿volveré a alcanzar ese nivel, por pequeño que sea?. Todo depende de lo que me quieran las musas, de lo que me respete este clima alpino tan húmedo como cambiante y de lo que me acerque a un ordenador sin más presión que la de soltar lo que llevo dentro, que la edad ya va dejándose notar.

La vida, que tiene estas vueltas, o más bien estas idas y venidas, me vuelve a colocar en un país sede de fútbol en junio. Esta vez no es el segundo acontecimiento deportivo más visto del mundo, sino el tercero. Esta vez no es con treinta y dos naciones, sino con dieciséis. Esta vez no es con doce sedes, sino con ocho. Esta vez ni siquiera hay partido por el tercer y el cuarto puesto, y los estadios en general no alcanzan la mitad de asientos que sus predecesores teutones.

Y sin embargo este torneo presenta una emoción intensa de la que no me puedo sustraer, y tengo las mismas ganas que hace dos años de que comience a rodar el balón. Esta vez será el sábado en el Sankt Jakob-Park de Basilea, de Bâle, de Basel, y Gloria, que así se llama el cuero, emprenderá entonces un viaje con diecinueve paradas y fin de trayecto en el Ernst Happel de Viena, cuando los días sean tan largos que en Austria y Suiza clareará hacia las cuatro de la madrugada, y no anochecerá hasta bien entradas las diez de la noche.

Nosotros, si queréis, nos vemos por el camino. A esta primera invita la casa.