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Escritos con esencia Rojiblanca

El momento de Torres (II). Niño de rojiblanco sobre fondo blanco.

La impactante irrupción de Fernando Torres en el fútbol nacional en los pasos finales de la temporada 2.000/2.001 no dejó indiferente a nadie. Ya se había oído hablar del chico maravilla que hacía pocos meses había conducido con su talento a la selección española sub-16 a conquistar el Campeonato de Europa. Su llegada al primer equipo desde el juvenil A sin pasar por el Madrileño como medio para desviar la atención ante un ascenso que se escapaba y su portentoso gol en el Carlos Belmonte, hay que admitirlo, fueron sucesos vistos con simpatía e incluso celebrados por la prensa, que llegó a ponerse de parte del Atlético ante el bulo desinformado de José Ramón de la Morena que anunciaba aquel verano su inminente fichaje por el Valencia.

Sin embargo, bastaron unos meses para que Torres empezara a entender que no todo iban a ser halagos. Llegó el Mundial Sub-17, creo recordar que en Trinidad y Tobago, con la Liga ya comenzada, y allí llegaron las primeras críticas con 17 años recién cumplidos. El sector más blanco de la prensa habló de un jugador endiosado, al margen de sus compañeros, en fin, una mala influencia para el grupo. Lo cierto es que había jugadores madridistas en aquella selección que no le tragaban (Diego León podría contar algo de esto). La primera fricción llegó en la concentración en Madrid previa al viaje al Caribe. El Atleti jugaba en casa y Torres pidió que los seleccionados fueran a ver su partido. Los seleccionados blancos se opusieron alegando que a quien había que ir a ver era al Madrid. Digamos que el derecho de Torres era “más directo” que el de sus compañeros blancos, ya que Fernando pedía ver a su equipo, eran los tíos con los que él jugaba cada domingo, mientras que entre los madridistas ninguno había debutado en el primer equipo llegando todo lo más al Madrid C. La reacción de los merengues fue drástica e incluso violenta verbalmente. Al final no hubo partido “in situ” para nadie, a Torres le sentó muy mal y predominaron los morros durante todo el viaje, el cual fue más corto de lo esperado, ya que la selección campeona de Europa no pasó de la primera ronda. La campaña de la prensa fue desmedida e injustificada tachando a Torres de niñato, desestabilizador del grupo, y casi casi culpable de la eliminación.

Fernando comenzó a comprender que en más de una ocasión tendría que morderse la lengua.

Lo cierto es que a su vuelta Luis Aragonés, entrenador rojiblanco, no le puso tampoco las cosas fáciles. El equipo iba bien y nadie le había guardado su plaza de titular. Tras una fantástica pretemporada no le quedaba más remedio que volver a pelear por entrar en el once. Fernando, muy joven para tanto palo en tan poco tiempo, reconoció recientemente que más de un día se marchó del Cerro pensando en no volver a entrenar. Sin embargo, con el tiempo se muestra agradecido con la disciplina que le inculcó el “zapatones”. De hecho, antes de lo esperado Torres recuperó la titularidad y fue pieza clave en el codiciado ascenso.

Entretanto su relación con la prensa parecía haberse calmado. Fernando no se revolvió ante las injustas e injustificadas críticas, aunque motivos tenía, y su fútbol, todavía con la minoría de edad legal en su DNI, callaba muchas bocas. El nacimiento de una estrella en ciernes ya casi no era discutido por nadie.

No obstante había algo que hasta ahora no había molestado demasiado: su condición de atlético. Muchos madridistas, de la prensa o del público, comentaban en las barras de bar a los parroquianos atléticos: “Sí, la verdad es que es muy bueno. En fin, ya sabes dónde va a acabar. En dos años máximo está en el Madrid.” Lo cierto es a muchos que molestaba el surgimiento de un crack juvenil en la capital y que éste se hubiera producido a orillas del Manzanares. Después del fenómeno Butragueño y habiendo sido favorecidos por el destino y la inutilidad de Gil para que un colchonero hasta la médula como Raúl acabase como icono del madridismo, la llegada de Fernando Torres al Madrid se antojaba como un necesario episodio más en la creación de héroes patrios desde el entorno merengue… aunque vengan del rival capitalino, que el tiempo lo cura todo. Pero tampoco estaba el asunto para preocuparse demasiado. El Atleti todavía penaba en Segunda mientras que Florentino en el Madrid derrochaba la pasta gansa que el Ayuntamiento le había puesto en la cuenta. ¿Dinero? Toma, colchonero, un poco de calderilla y ya tenemos al nuevo Raúl.

La predisposición del entorno blanco era evidente. Ahora sólo faltaba que el ídolo atlético hiciese algún guiño, que, sin perder las formas, abriese una puerta al Madrid. Bastaba con que a la pregunta sobre si le gustaría algún día jugar en la Castellana, él contestase el habitual y manido “hombre, a cualquier jugador le gustaría estar en uno de los mejores clubes del mundo, y qué duda cabe, el Madrid es el más grande”. Insisto, sólo bastaba eso. Incluso no hacía falta que fuese tan rotundo. Se permitía incluso que terminase con un “…pero yo estoy muy bien en el Atleti y quiero cumplir mi contrato”.

Muchas fueron las ocasiones en las que se tentó desde los medios al joven Torres en los dos años siguientes, sin embargo, ante la sorpresa de los periodistas blancos Fernando se mostraba reacio, soltando perlas hirientes para el ego del Real como:

“Yo quiero quedarme siempre en el Atlético de Madrid”
“En el mundo hay otros equipos muy grandes además del
Madrid, por ejemplo, en España está el Barcelona”
“El dinero no es importante. Se vive igual de bien con
300 que con 500 millones”
O un demoledor: “Nunca iría al Real Madrid. Soy del
Atleti desde que nací.”

Y la admiración mediática se fue tornando en indignación. Varias oportunidades veladas le dieron a Torres para rectificar pero no lo hizo, y algunos periodistas que antes le alababan adoptaron la pose de la zorra de la fábula de Samaniego con las uvas soltando un rabioso:
“Da igual. No están maduras.” Da igual, es un bluff, un invento mediático (sin pensar que el medio inventor eran ellos), no tiene sitio en el Madrid, no tiene categoría, es muy malo, etc., etc., etc.

A partir de ese momento su relación con el cuarto poder no ha sido todo lo fácil que Torres podía prever cuando con 17 años recién cumplidos todo eran parabienes. Cuando ha jugado bien se le ha ensalzado, eso sí, sin pasarse, sin olvidar que los cracks no juegan en el Atleti. ¿Qué metía ante el Betis uno de los mejores goles de la historia de la Liga? Bien, en ese caso Antena 3 le hacía un hueco junto a las declaraciones de Míchel Salgado sobre el último partido del Real Madrid. Se le destacaba, sí, porque cantaba mucho obviar sus logros, pero sin olvidar que su nivel informativo siempre debía estar por debajo de las estrellas galácticas.

Incluso su paso por la selección era objeto de agrias discusiones. Cualquier otro jugador de cualquier otro equipo podía recibir la llamada del seleccionador haciendo la mitad de méritos. Fernando debía de brillar siempre. Y cuando debutó en partido oficial ante Ucrania muchos celebraron sin tapujos que fallara un importante penalti. “Está muy verde” se repitió una y otra vez (recuerden a Roncero y los hagiógrafos merengues del As). Nadie alabó, ni tan siquiera defendió, que un chaval de 19 años tomase toda la responsabilidad, mientras que otros pretendidos cracks como Baraja o sobre todo el capitán Raúl mirasen hacia otro lado. El propio Roncero reconoció cierta vez que el citado capitán “prefería no lanzar los penaltis”, y de hecho, desde que falló aquel crucial ante Barthez, no ha lanzado ninguno en partido oficial (sólo uno, y obligado por Luis, en un amistoso ante Escocia). Menudo derroche de personalidad para un aspirante al Balón de Oro…, pero con ese asunto es mejor callar o se te echa España encima.

Su presencia en la selección continuó mucho tiempo siendo un tema espinoso. Lo cierto es que muchas veces le vencían las miradas en su cogote y no funcionaba, aunque no es menos cierto que siempre era el primer cambio del mister y el tiempo para demostrar su valía era más reducido que el que tenían otros. “Tres goles en 23 partidos” bramaban los aficionados blancos, ya fueran periodistas o simples hinchas de la calle. “¿A qué jugador se le han dado tantas oportunidades?” A uno que yo me sé, respondo, pero ese también es otro tema que no viene al caso.

Hasta que llegó el partido clave de Bélgica y el Niño clavó dos golazos que clasificaron a España para la repesca. Y algunos no pudieron ocultar su disgusto pese al triunfo del equipo patrio: “Ya era hora de que hiciera algo.” Al finalizar el partido en Onda Madrid incluso le calificaron sólo con un bien. “Muy bien Reyes y bien Torres al aprovechar sus oportunidades”, dijeron. ¿Alguien imagina los calificativos si el autor de los dos golazos (sobre todo el acrobático primero) hubiera sido otro u otros que yo me sé y cuyos nombres tampoco vienen al caso? Imagino que habría sido una herejía dejarlo en un simple “bien”.

Y Torres nuevamente decidió callar.

Llegamos al momento actual. Esta cumpliendo una mediocre temporada, la peor desde su debut en Primera, con poco fútbol y menos goles, perdido en estériles batallas sin protección arbitral contra sucias retaguardias, pleno de críticas (unas más argumentadas que otras), sin embargo el Camp Nou aparecía en su horizonte... y Torres volvió a brillar como sabe él y como saben los buenos.

Hace dos días en el blog de Matallanas la opinión de los periodistas de sangre dominantemente blanca era clara: Torres no cabe en el Madrid, no tiene categoría. El mismo domingo, dos horas después de su exhibición en la Ciudad Condal, Iván Castelló escribía en As.com: "Porque el Madrid sólo debería fijarse en los grandes jugadores y Torres, lo es. Su antimadridismo de palabra ya tiene precedentes históricos suficientes como para pasárselo por alto." Roncero habla sin tapujos de “los dos golazos de Torres”. Retornan las recurrentes palmaditas en la espalda justo cuando no las necesita.

Y, probablemente, Fernando Torres callará de nuevo.

Victor Hegelman.

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