Telegramas desde el Este (epílogo)
El fútbol da la razón a todo el mundo; o
quizá se la quite, según se mire. En realidad, la cosa funciona así: para
vestir a un santo hay que desnudar a otro; sólo hay un traje. La operación se
lleva a cabo en un santiamén. España no pudo aburrir (y quien eso diga es un
imbécil o un hereje) porque divirtió contra Italia y ganó la copa. Y no vale la
salvedad "aburrió antes" o "aburrió contra Portugal o
Croacia". España nos divirtió siempre y punto.
El epinicio es el género que cultiva la
prensa del ramo. 'Leyenda', 'historia' y otros vocablos aparatosos jalonan las
crónicas de la final, con entero olvido de que el fútbol es sólo un juego, que
unas veces está muy bien y otras resulta un tostón. Los debates quedan zanjados
por el último que abre la boca, quien suele ingresar en la discusión
esgrimiendo el último resultado.
¿Sigue siendo España la mejor? Sin
ninguna duda. ¿Pudo haber jugado más y
ganado todos los partidos? Soy de los que opina que sí.
¿Y las otras selecciones? Italia cambió
su forma de hacer, pero en la final apenas compitió. La joven Alemania continúa
tan pardilla como hace cuatro años; Holanda se hundió bajo el peso de su
nombre; Inglaterra tenía demasiadas bajas, pero su fútbol sigue yendo por
detrás; Francia busca otro Zidane; los del Este no acaban de mostrar
consistencia, sobre todo Rusia...
Algunos jugadores españoles
comparecieron en los festejos celebrados en su honor borrachos y no sólo de
alegría. Alguien debería impedir estas exhibiciones de pura memez. El jugador no tiene derecho a comportarse como un vulgar mequetrefe.