No hará ni tres años fui invitado a un debate, conmemorativo del
centenario del Atleti, que se celebró en la sede de una peña de Toledo.
Era, si no recuerdo mal, al principio de la temporada 2003-2004.
Alterné con Bernardo Salazar y dos periodistas bastante conocidos: uno
de la televisión —notorio atlético— y el otro del As (quienes hayan
tenido la ocasión de leer sus inepcias esta semana hallarán, no sin
asombro, lo que el muy zoquete opina sobre la eventualidad de que el
Atleti logre clasificarse para la UEFA: "Es más que imposible" —¡sic!—).
En seguida se formaron dos bandos, el de los optimistas y el de los pesimistas. En el primero hicieron causa común las dos celebridades. En el segundo, coincidimos Salazar y yo.
Se ha dicho que un optimista es un pesimista mal informado. El
aserto no es del todo justo porque ignora las situaciones, cada vez más
frecuentes, en que predomina una denodada voluntad de autoengaño.
Además, el optimismo, en los días que corren, es una exigencia de la
industria, un criterio productivo, algo tendencioso per se.
Pues bien, en un momento de aquel coloquio intervine para explicar
que, sin un cambio de dirigentes, el Atleti no tenía la menor
probabilidad de recobrarse y volver por sus fueros. "Adviertan ustedes
—añadí— que los Gil, en el tiempo que llevan a bordo del club, han
redondeado su fortuna; el Atleti, su infortunio. Estos hechos no son
independientes; casan. Cuanto más prósperos los magnates, más mísera la
entidad".
Uno de los asistentes, con rostro bobalicón, pidió la palabra y, dirigiéndose a la lumbrera
de los diferentes grados de imposibilidad, dijo: "Todo eso está muy
bien, pero Fulano queremos que nos hables de los fichajes". Fulano
gangoseó alguna de sus habituales patrañas, aunque, para curarse en
salud, añadiera que había poco dinero y, por tanto, no cabía esperar
grandes desembolsos.
La colusión de los informadores serviles y los prebostes
ineptos (los incompetentes son aliados naturales) funciona durante todo
el ejercicio, pero se agudiza en dos momentos de la temporada: al
comienzo y al final. Al comienzo para hacer pasar por equipazo el
discreto conjunto fruto de los enjuagues entre Gil Marín y los agentes
de los futbolistas que contrata. Y al final para explicar la nueva
decepción en términos que exoneren a sus verdaderos responsables.
Tengo el honor —no dudoso pero sí antipático— de haber sido el único
comentarista a quien esta pretemporada, lejos de infundirle una ilusión
sin fisuras —una fe ciega, como demandan ellos— en las
posibilidades del Atleti, le produjo un más que razonable escepticismo.
(De ahí que cuando Cerezo afirma: "Todos creímos que este año habíamos
acertado…", se refiera únicamente a él y la banda de coreaproyectos que transmiten sus maquinales embustes.)
Y ahora que la cosa va a terminar con el resultado previsible y los
analistas le echan la culpa a los árbitros, me gustaría recordarles
que, en épocas pretéritas, nos trataban como en la actualidad, pero el
equipo quedaba segundo o perdía la final de la Copa. Hoy, las
injusticias lo varan en la mitad de la clasificación o lo envían a
Segunda. Esa pequeña diferencia, en la que, por extraño que se
nos antoje, no ha reparado nadie, es muy significativa y convalida mi
opinión de Toledo, por si alguien lo dudaba aún.
(1)
En el año 71 del siglo XX, el Ajax de Cruyff visitó el Manzanares para disputar el partido de ida de las semifinales de la Copa de Europa. Como ya he comentado en alguna ocasión, es el mejor equipo de club que yo he visto sobre un terreno de juego. Sus numerosas virtudes físicas y técnicas le hacían parecer invulnerable y, además, tenía a Cruyff.
Marcel Domingo -el gran mister del Atleti- sopesó la estatura de los holandeses y prohibió a sus hombres que centrasen el balón por alto. Luis, Ufarte, Abelardo, Irureta, Alberto y los demás acataron la sensata orden y lograron vencer por uno a cero.
Contra el Celta, los futbolistas del Atleti de hoy -mucho menos inteligentes que sus antecesores- quisieron ganar a base de pelotazos a la olla. ¡Pero allí había un central de metro noventa y un delantero de metro ochenta! Lequi -el central- acabó mareado de tanto cuero como percutió contra su cabeza. Kezman -el delantero- no dio una, ni con la testa ni con el pie. Él y Petrov son las dos grandes decepciones deportivas de la temporada. (Algún cronista insiste en que el búlgaro actuó bien, pero lo cierto es que intervino mucho y generalmente mal.)
Los centrales del equipo vigués son altos y saben colocarse, pero, debido a su corpulencia, sufren cuando la pelota circula a ras de césped. Ignoro si Murcia desaconsejó a sus hombres que prodigasen la suerte del bombeo, pero ni siquiera hacía falta la recomendación porque era tan notorio que Kezman nunca podría con Lequi que a la fuerza tenían que haberse percatado del asunto Luccin, Gabi, Petrov y Galleti. Mejores o peores, los tres primeros son muy duros de mollera; el cuarto parecía astuto en el Zaragoza, pero se le ha fundido la bombilla en Madrid.
(2)
Torres no debería bajar de la línea de medios propia cuando al Atleti le sacan una falta o un córner. Entre el guardameta, los dos centrales y Luccin han de bastarse y sobrarse para despejar los balones aéreos. Torres ha de ser reservado para las faenas de ataque, y necesita un compañero de vanguardia zurdo. Hasta Petrov mejoraría si, en vez de Kezman, hubiese un ariete zocato, porque al exterior le salen los centros o muy pasados o muy cortos. (El zurdo aprovecharía los cortos.)
(3)
Lo del arbitraje contra el Atleti viene de antiguo. Se trata de un juego de suma cero, y, para que nadie pueda decir que los colegiados benefician a los equipos de la capital del España, el continuo gorroneo del Real exige a modo de compensación una política no menos perseverante de sablazos al Atleti. El lobby colchonero no existe, y como, según la propaganda, el club del Calderón es un grande, los árbitros lo utilizan para demostrar que no se arrugan ante los grandes. Sin embargo, y por lo que se refiere a la vigente campaña, las protestas han arreciado ahora, con Murcia en el banquillo. Cuando el entrenador era Bianchi, los puntos se perdían sólo por culpa del Virrey.
(4)
La gente está harta, pero no de que la timen un año tras otro, sino de que los árbitros perjudiquen al Atleti. Yo dividiría mis protestas porque el exclusivo guirigay contra los de negro deja intacta la pregunta de a qué aspiran los señoritos de las declaraciones rimbombantes y la administración aventurera y caótica. Desde que volvió a la División de Honor, el Atleti ha sido incapaz de clasificarse por encima del séptimo puesto (menuda hazaña, ¿eh?). Y venía de descender y pasar dos añitos en el Infierno, y de coquetear con la Promoción antes de que la Justicia interviniera, y de … ¡Una década de nada, precedida por otra de casi nada! Ahora bien, la mejor afición del mundo, nunca remisa a indignarse contra un entrenador o contra un linier, tolera impertérrita la mofa constante de dos embaucadores y su media docena de paniaguados. Dicen que no ha perdido la ilusión. ¿Será su ilusión un trinquete de pelota vasca?
Si tiene razón Kundera y el kitsch es un “biombo que oculta la muerte”, el Atleti está fiambre,
sólo que el equipo médico habitual falsifica los comunicados de
defunción, y las instantáneas que certificarían el óbito han sido
retocadas para que el occiso parezca más en forma que nunca.
Coincidiendo
con la redada de Marbella (otro club que habrá de ser intervenido
judicialmente), Gil Marín se ha llevado a la plantilla de excursión. ¿A
dónde? Según las crónicas, a un lugar que era:
“…un
paraje de ensueño donde los rojiblancos celebraron la comida de los
miércoles, ya institucionalizada y que siempre significa victoria en el
siguiente partido”.
No se sabe qué admirar más en el párrafo, si el tono cursi y como de entrega incondicional al Vip (muy en el estilo de la prensa rosa) o la falsedad en documento periodístico. Porque si bien los parajes de ensueño son muy a propósito para dormir la siesta después de comer y trasegar, la afirmación de que el almuerzo de los miércoles significa victoria en el siguiente partido
contradice los hechos, salvo que la víspera de las contiendas con el
Madrid, el Sevilla o el Cádiz no se hubiese celebrado la comida ya institucionalizada.
Sigue el (o la) sedicente periodista:
“Antes,
Gil Marín, como buen anfitrión, explicó a la plantilla, el cuerpo
técnico y el resto de directivos, entre los que estaba Cerezo, la
historia de la finca”.
Ignoro
si Gil Marín es un buen anfitrión, pero ¿acaso lo prueba que infligiese
a los jugadores y técnicos la historia de Valdeolivas? (¿Y qué historia
será esa?) En efecto, que Gil Marín explique a sus invitados la historia de
la finca no basta para corroborar que sea un buen anfitrión, más bien
indica lo contrario, porque, por mucho que él adore Valdeolivas, al
resto de la gente puede importarle un ardite lo acaecido en las
infinitas hectáreas de la inmensa propiedad. ¿Acaso preguntó Gil Marín
a sus empleados si querían oír la historia del paraje de ensueño?
Sospecho que lo único que perseguía era deslumbrar a los plumíferos
adjuntos a la expedición, a los que luego iba a echar de comer.
Continúa el poeta (o la poetisa):
“Después,
varias actividades, todas sorpresas: primero pudieron ver a los toros
bravos de la ganadería Valdeolivas y los más de cien caballos, todos de
pura raza, de la yeguada; después disfrutaron en el ruedo de la
maestría de Encabo y El Fundi en el toreo…”
Es de dominio público que en Valdeolivas hay caballos (todos de pura raza) y reses bravas. ¿Dónde está pues la sorpresa?
Pero ahora viene lo bueno, la culminación de esta jornada mundial de la dicha y el asombro:
“…y, por último, conocieron a Imperioso”.
¡Ah vamos!, había un plato fuerte en el menú: la cita a ciegas con Imperioso. Este acontecimiento cumbre en la vida social del Atleti es glosado mediante una foto en la que se ve a Torres junto al animal. Reza el pie de foto:
“El
niño saludó a Imperioso. Imperioso, el ilustre caballo de Jesús Gil,
fue uno de los grandes protagonistas de la jornada de convivencia de la
plantilla rojiblanca en Valdeolivas. Fernando Torres, junto al doctor
José María Villalón, se acercó a saludarle y, después, siguieron su
ejemplo dos recién llegados como Maxi y Kezman, a los que se les
explicó la importancia que ha adquirido Imperioso en el ideario
rojiblanco. A sus 26 años y tras varias enfermedades, el caballo se
mantiene en buena forma. La de ayer fue la primera visita de los
jugadores a la finca de la familia Gil desde hace ocho años, y la
jornada estuvo marcada por el recuerdo del fallecido y añorado
presidente.”
De
modo que fueron a conocer ¡a un caballo!, jamelgo ilustre e íntimo del
Difunto, al que saludaron primero Torres y el doctor, después Kezman y
Maxi. Una vez conocido y saludado —del contexto se desprende que el
gusto fue mutuo—, alguien —presumiblemente el buen anfitrión— explicó a
Kezman y Maxi la importancia que ha adquirido Imperioso en el ideario rojiblanco (¡sic!).
Cualquiera en sus cabales deduciría que, si un caballo fuese, por alguna remota razón que no alcanzo a vislumbrar, importante para el ideario de un club,
éste habría de ser por fuerza un club hípico, nunca de balompié. ¿O es
el rumiante quien dirige el Atleti? En tal caso supongo que no lo hará en persona
sino a través del antiguo ritual consistente en que un hechicero
escruta a diario las deyecciones del cuadrúpedo y, en consonancia con
la calidad, color y textura de las heces, Gil Marín ficha o no,
destituye al entrenador o lo confirma en el cargo, reforma el Calderón
o lo pone en venta.
En la crónica, el pura sangre con el que departía Gil
—Imperioso más bien soportaba los monólogos de su dueño pestañeando,
pero sin relinchar— resulta curiosamente más persona que los
futbolistas, el buen anfitrión y el —o la— tontaina que refiere la
anécdota. ¿Será Imperioso el vicario del Difunto en la tierra?
La
cosa iba de bestias, y así, en otro diario, hallo la descripción de un
simpático suceso del tipo “El polen ya se esparce por el aire”, una de
las “canciones levemente obscenas” de Les Luthiers.
“Uno
de los hechos más curiosos que acontecieron en la intensa jornada de
ayer lo protagonizó un pato. El ave, hembra para más señas, de una raza
poco común, debió (de) 'reconocer' al Atlético en su visita al aviario
y a uno de los lagos de la extensa parcela de 1.200 hectáreas. De este
modo y tras las pertinentes 'presentaciones' realizadas por Miguel
Ángel Gil Marín el pato 'acompañó' a la expedición a lo largo de todo
el recorrido como si de un visitante más se tratase. Debió (de) pensar
'aquí hay fiesta'... Uno de los encargados de la finca se vio obligado
a atraparla y devolvera a su hábitat.”
(Me he atrevido a corregir la caligrafía de dos frases compuestas con el verbo 'deber', añadiéndoles la preposición 'de'
porque en el fragmento no se alude a ninguna obligación sino que se
establecen sendas conjeturas más o menos verosímiles. Verbigracia: 'Debe ser él' significa que él —quien sea— tiene la obligación de ser él mismo. En cambio, 'Debe de ser él' significa: apuesto a que es él quien llama a la puerta —entre otras posibilidades—.)
El lector menos avisado comprenderá que el informador no es un zoólogo. Tal y como narra el
lance,
parece como si la hembra de pato estuviese en celo y la higiene de
alguno de los jugadores dejara bastante que desear. El asunto
trasciende a un flechazo feromonal típico de la primavera. (Sin embargo
el hombre escribe que la pata “debió de pensar”. Es una incoherencia;
¿por que no puso “debió de olerse”?). En mi modesta opinión, el ánade
esperaba alguna limosna de pan duro o sentía atracción por la
indumentaria de los jugadores.
He
de decir en descargo del flojo prosista que, al menos, se digna a
entrecomillar las palabras 'reconocer', 'presentaciones' y 'acompañó',
a fin no sobrecargar de rasgos humanoides al bruto —tentación que no
pudo eludir su colega—. Ah, y es un alivio saber que la pata no acabó
en magret o en foie.
A mitad de camino entre los ecos de sociedad y la
story de interés humano (notad las expresiones
'paraje de ensueño
',
'buen anfitrión
',
'intensa jornada
',
'caballos de pura raza
', etc.), esos textos cumplen una función: ocultar celosamente la ruina deportiva y económica del club. Son puro
kitsch.