junio 2012 - Artículos
"¡Histórico!", exultó uno de
los bandarras que estaba al micrófono
(antes había gritado otro muy merengue: !"Vamos Pepe,
concéntrate!"). El motivo de tanto éxtasis triunfalista era que Ramos
había tirado un penalti a lo Panenka. Los penaltis a lo Panenka, incluido el de
Panenka, no son lo sublime del fútbol, sino una soberana idiotez, pero algunos
porteros se tiran antes de que el ejecutante golpee el balón (le pasó a Hart,
"The Brat", que le sacó la lengua a Pirlo y luego dejó la portería
vacía; pero Pirlo -Italia iba perdiendo en la tanda- quizá tratase de
desmoralizar al guardameta inglés; Ramos sólo pretendía demostrar que es muy
bueno). El penalti a lo Panenka es estúpido porque convierte en un farol propio
del póker una acción en la que el que tira dispone de una gran ventaja.
De la brillante España que fraguó Luis
Aragonés sólo queda la capacidad agonística. Es posible que la fatiga explique
en parte el bajo rendimiento de la selección. Es posible que las ojeras del
declive se insinúen ya en Xavi Hernández, pero Del Bosque también es
responsable del muermo sufridor; en el plantel hay futbolistas frescos que no
utiliza, y su fórmula de sacar a un extremo para que le centre balones a un mediapunta
rodeado de contrarios perdurará... como un monumento a la obcecación.
Soberbios los centrales de España (aunque
Piqué empezó titubeante) y los dos mediocentros; pero la única gran jugada del
partido, la protagonizaron ya en la prórroga Pedro, Alba e Iniesta, al que Rui
Patricio ganó el mano a mano. El alargue fue de los nuestros porque el
cansancio general favorece al jugador con clase y España atesora más futbolistas
hábiles que Portugal.
Estos lusos no se parecen al Madrid sino
a Mourinho, y apenas inquietaron, pero fueron un incordio pegajoso mientras les
duró la gasolina. El previsible show
de Ronaldo se redujo a los fuegos artificiales de un par de galopadas. Ronaldo
es payaso en todo lo que hace. Así, por ejemplo, cuando tira las faltas. Calca
el ritual de los pateadores del rugby, y suele mandar la pelota a las
nubes, como los pateadores del rugby.
Ahora bien, es esta clase de choques la que da y quita el Balón de Oro, no la
brillantina en el pelo.
El otro futbolista portugués de renombre
es Nani, un jugador autista que va por su carril como los conejos de los
canódromos. Los dos centrales y los medios dieron cera a la par que protestaban y
simulaban lesiones (el manual de Mourinho), pero el referee contemporizó encantado.
España también puede aburrir. Su segundo tiempo contra una vulgar Francia fue anodino. Del Bosque volvió a colocar a Cesc de nueve, prescindiendo de los delanteros, pero la razón se la dieron Jordi Alba, Iniesta y Xabi Alonso, que fabricaron un buen gol en la única oportunidad de que dispuso el combinado nacional en la primera parte.
En la segunda, el plúmbeo forcejeo hispano-galo alimentó la pesadilla de que aquello pudiese desembocar en una prórroga. Con Iniesta y Silva fuera del campo, la ventaja quizá hubiese sido de Francia, no sé. Nuestros rivales fueron a menos con la entrada de sus puntas reservas. España a más, pero sólo en un par de incursiones del guerrillero Pedrito.
Es un dolor de estómago contemplar cómo Arbeloa recibe el cuero desmarcado y con ventaja para que noventa y nueve veces de cada cien recorte hacia su propio campo y la otra centre a bulto.
Da pena ver a Xavi Hernández triste y en tierra de nadie (se diría que sobra) y a Silva confinado en la banda derecha, pero el resultado lo soporta todo.
A vencer sin lustre y con más apuros de los necesarios llama ‘oficio' Del Bosque; él sabrá.
Insistieron mucho los locutores en que no le habíamos ganado nunca a Francia en partido oficial, como si las dos selecciones fueran siempre las mismas. Los que no cambian son ellos y sus fatigosos latiguillos.
Los grandes juegan con ventaja, cuando deberían hacerlo con
handicap. España hizo un penalti al
final del partido que el árbitro no cobró,
que diría un comentarista argentino. Antes hubo uno en cada área. El nuestro lo cometió un desquiciado Ramos, quien trató de anticiparse en una acción
intrascendente y habilitó un hueco por el que prosperó el ataque rival. Allí
llegó él como un caballo y se cruzó llevándose por delante el esférico y al
croata que se lo disputaba.
Pero lo peor fue el barullo organizado por Del Bosque, que cometió
un cambio que requería otro (o los haces a un tiempo o no solucionas el
problema porque creas otro); puso a Navas por Torres, con la idea de que el
sevillista desbordase y no tuviese a quien darle el pase de la muerte. Durante
varios minutos se sucedieron las jugadas que exigían un delantero que les
pusiera colofón rematador, pero no lo había. Volvió Cesc y más tarde Negredo.
En fin...
A Del Bosque no le gustan ni Torres ni Silva, y a nada que
vayan bien o mal las cosas los sustituye o los deja en el banquillo (el canario
jugó poco en el Mundial). La pregunta es ¿por qué los lleva?, si los considera
inesenciales.
Un día de éstos a Del Bosque se le marchitará la flor, que
antes que él lució en la solapa o quizá más abajo el finado Miguel Muñoz, y
entonces culpará a la mala suerte y los críticos dirán amén.
España pasó entre las bengalas de los gamberros y la
cansina verborragia de los locutores. Todo el mundo habla de las semifinales,
pero antes habrá que jugar los cuartos: la vieja muralla contra la que solían
estrellarse nuestros afanes conquistadores. Una herrumbrosa señal de peligro aún
lo indica.
Decía Ortega y Gasset que los españoles no somos especialmente envidiosos pero sí soberbios. Del Bosque hizo ante Irlanda lo que debía, pero a regañadientes, y, en cuanto el marcador se lo permitió, reincidió en su genialidad del debut, no fuera a ser que nadie sospechase que reconocía haberse equivocado. Cesc, mohíno por la suplencia, soltó nada más salir por Torres un pepinazo que casi rompe el poste; era el cuarto gol de España.
Todos contentos, incluso Torres, que no sólo marcó un par de tantos sino que se movió bien y ayudó en las jugadas. Soy de los que piensan que lo que hizo el jueves es lo mínimo que se le puede pedir. Y que hay que exigirle más concentración y puntería y menos imprecisiones en el juego corto. Los hooligans pro y anti lo idolatran o denigran con simétrica pasión; es un aburrido tenis en el que las injurias y las inmundicias verbales sustituyen a las pelotas. El día que ganan los torristas los otros acumulan enojo y munición, y al revés.
Irlanda es tierra de rugby, pero no de fútbol. Los animosos y nobles irlandeses, antaño duros de pelar, sudaron la gota gorda para eludir no ya la eliminación sino el bochorno. Su numerosa hinchada recompensó ese esfuerzo del pequeño que no se rinde y cantó durante los últimos cinco minutos del partido. Somos peores, aunque a bravura y deportividad nadie nos gana.
En la lista de padres de la gran España, que elaboró fechas atrás Valdano, sobran, a mi juicio, la Quinta del Buitre y el Dream Team (pálido antecedente del actual Barça), pero es directamente risible la alusión a los vates, que jamás hicieron nada por ningún deporte sino estropearlo con sus cursiladas y su parcialidad. Ideólogos de la grandeur, su cometido ha consistido y consiste en ensalzar al poderoso instalado y protegerlo de las inclemencias de la competición; su género es la épica, entendida como un canto, presuntamente artístico, a la hegemonía del club con más seguidores, dineros y prebendas.
Pero lo que roza la desvergüenza es la omisión de los nombres de los dos entrenadores directamente responsables de la prosperidad actual de la Selección y del Barça: Luis Aragonés y Frank Rijkaard. Es curiosa esta especie de apropiación indebida en virtud de la cual los herederos del invento y sus turiferarios acaban quedándose con la patente. Del Bosque y Guardiola son epígonos de Luis y Rijkaard; su trabajo merecerá el elogio unánime de la crítica y del público, no lo pongo en duda, pero los pioneros fueron los otros.
Pequeño fiasco de España en su debut; sin embargo, peor fue
el tropezón con Suiza en el Campeonato del Mundo. La extravagante alineación de
Del Bosque no deparó ninguna ventaja visible (ni siquiera la de la sorpresa) y en
cambio sumió a España en la confusión táctica (los jugones se miraban unos a
otros en la primera parte como preguntándose: ¿vas tú o voy yo?). Ni siquiera el
tardío gol de Cesc pareció darle la razón al técnico.
Del Bosque evidenció con exceso de ruido que no confía en
los delanteros. Lo normal hubiese sido alinear a Torres, pero el mister teme sus pifias en el remate.
Salió el Niño y mejoró el equipo y fue más peligroso, pero el nueve del Chelsea
no vio puerta. Un tanto suyo, en cualquiera de las dos oportunidades de que dispuso,
hubiese resuelto la mitad de los problemas de una selección que sigue siendo
favorita, pero que parece vulnerable y algo cansada. Flojos los laterales
(especialmente Arbeloa, un futbolista corriente), algo alocado Ramos, según su
costumbre, e irregulares los medio-centros; tampoco Xavi Hernández está en su
mejor forma, si bien nunca se sintió cómodo en el dibujo de Del Bosque.
Da la sensación de que Italia es más moderna que su Calcio
y que conserva la personalidad, pero dista mucho de ser una squadra invencible. Nunca lo necesitó
para amargarle la vida a cualquiera o para ganar un título. Pudieron vencer los
dos adversarios. La igualada no fue ni injusta ni aburrida.
Una parte maleducada del público silbó el himno azzurro.