Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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febrero 2009 - Artículos

Abel y los cuatro magníficos

El primer equipo serio con el que se tropiecen en la Champions los "dragones" los alanceará a mansalva. No son más que una especie de Valladolid, con un punta cazagoles y otro potentísimo, pero sin portero (la única esperanza del Atleti para el match de vuelta, junto con la resurrección del "Kun").

Del conjunto del Manzanares se dice que tiene cuatro espléndidos jugadores rodeados por un ejército de tarugos. Niego la primera que también es la mayor: los cuatro magníficos se reducen a uno, que no acaba de adquirir la forma: Agüero. Pero la propaganda insiste en que son cuatro, como cuatro soles tropicales: Forlán, Simao, Maxi y el propio Agüero. En realidad su alineación simultánea, lejos de infundir el desánimo en los rivales, le plantea al Atleti multitud de problemas de difícil solución táctica. Forlán y Simao desperdician multitud de balones. Juegan solos; no son egoístas: si no más bien autistas, aunque de vez en cuando tienen una tarde o noche cooperativas. En realidad el protagonismo de Forlán es desproporcionado. Si interviniera menos, el equipo lo agradecería, pero hay que comprender al charrúa: se aburre y, antes que bostezar, es preferible ejercer de salvador, aunque el papel le venga a uno grande. ¿Qué le ha faltado a Forlán para ser una auténtica figura? Equilibrio. A Simao, la ausencia de zurdos (¿quién o qué la decretó) lo obliga a desenvolverse por la izquierda. Le gusta salir escopetado y, después de dos o tres regates, suele mandar el balón a cualquier sitio o a las manos del portero rival. Es menudo y frágil. Hace un par de meses era el jugador más en forma del Atleti; ahora está de no.

Maxi nunca fue un astro. Trabaja y posee un gran chut. Dicen que por el medio sería más eficaz. Lo pongo en duda; Maxi es un ocho típico, con menos fútbol que olfato goleador.

Abel tuvo en su debut bastante suerte. Al no poder contar ni con Simao ni con Maxi, sacó a Sinama (que descuella por su físico y que en ocasiones se atreve a desbordar; quizá tenga más madera de ocho que de nueve) y a Antonio López (¡un zurdo de interior zurdo, qué audacia!) El equipo lo agradeció, y me pregunto si ese once no merecía la titularidad contra el Getafe. No la obtuvo, y el Atleti empató, perdiendo así una oportunidad de recuperar el ánimo. (Y Abel, otra de marcar territorio. Sinama y A. López no son nada del otro mundo, pero quizá en este preciso momento y en un esquema que persiga ante todo la solidez y la cohesión valgan más que los compañeros a los que sustituían en Huelva.)

El resto de las innovaciones de Abel resultan más defendibles. La situación de la zaga atlética es tal que se diría que los hombres que la componen en cada encuentro bien pudiera decidirlos aleatoriamente un programa de ordenador. Por eso que el infeliz Pablo, el torpe Pablo, el triste Pablo, el infame Pablo, haya vuelto a la titularidad no es injusto. La gente lo detesta por comodidad (es más fácil odiar los efectos que las causas), pero Pablo no lo hace peor que Perea, Ujfalusi o Heitinga. Por cierto, comentan que el holandés vino con las rodillas destrozadas. ¿A quién podría sorprender un hecho así? Unos comisionistas a los que poco importa si el jugador tiene más o menos clase, ¿van a detenerse por minucias como la de un menisco o un ligamento lastimados?

Cuarto y mitad de Jauja

Ahora resulta que el fútbol es un gran negocio. Y que el Atleti es un club rico (o lo va a ser en breve). Rico y con un patrimonio colosal. La última sarta de embustes, la última diarrea de mentiras, del dúo okupa versa sobre los ríos de oro que afluirán hacia las arcas del Atleti mañana por la mañana (un poco de paciencia, señores, que ya amanece). Ambos dos nos hablan de una entidad a punto de doblar un recodo brumoso de su historia, y, aunque no veamos nada (pues nada más allá de sus narices consigue ver el que escruta los recodos brumosos), a lo lejos se oye el fragor de los carromatos cargados de cofres con piezas de a ocho y piastras, y a poco que forcemos la imaginación (o la violemos resueltamente) veremos los estadios y la ciudades deportivas recortarse contra el horizonte. Han sido erigidas ex nihilo sin coste alguno para la entidad.

Vuelve la ración de Jauja porque el jarabe de palo había escocido esta vez un poco a los seguidores colchoneros (y eso que su piel es más propia de un rinoceronte lanudo de los del periodo glacial que de una afición cualquiera). No hace mucho, Cerezo se atrevía a decir: "¡Pío, pío, que yo no he sido!", cuando el once del Manzanares fracasaba en el césped. No hace mucho, él y su colega de okupación se atrevían a deslizar en las taponadas orejas de los hinchas otras grandes verdades, a saber: la venta de Torres no sirvió para reforzar el equipo, la Champions es una ruina y, con el trueque del Calderón por La Peineta, no saldrá de pobre el club. Ahora suenan otra vez las fanfarrias futuristas. ¡Tararííí!

Estos vaivenes responden a un desequilibrio abrumador entre el miedo y la vergüenza. O sea: calcúlese la cantidad de miedo que pasan los okupas a juzgar por la desvergüenza con la que proceden. Si los gritos esporádicos de un millar de personas les causan pavor (hasta tal punto que no vacilaron en sacrificar a Aguirre justo cuando la gente había dejado de meterse ya con él), qué no sucedería si fuera el estadio entero el que los abroncase.

Y son risibles las tentativas de separar a Gil Marín de Cerezo, saturando de culpa al primero y exonerando al segundo. Cerezo es tan responsable de lo que le pasa al Atleti como su socio y compinche. No es que ambos sean uña y carne; es que cada uno es el alma condenada del otro. Lo digo porque algunos manipuladores de la prensa, al corriente desde el principio de lo que pasa en el club (aunque se lo han guardado para sí durante 20 años, y sus motivos tendrán para tan clamoroso silencio), describen al magnate de las películas como alguien sorprendido en su buena fe, que avala dineros de los que el Atleti no dispone y que se presta de buen grado a hacer el papel de clown que Gil Marín, con sadismo contumaz, le adjudica. Cerezo no es un cara; está ahí para que le partan la cara. Hace de puching ball público sin exigir nada a cambio, por puro afán de servicio al Atleti.

Sin embargo, Cerezo es tan idiota, tan poco funcional en su analfabetismo, que confiesa sin querer y desbarata los propósitos de sus espontáneos asesores de imagen. Le recuerdan a este dirigente borderline: "¿Cómo nos vamos a fiar de su palabra si quince días antes de vender a Torres declaró usted que no se iría jamás?". Y Cerezo replica: "¡No mentí porque quince días antes no se había ido!" (¡sic!); y lo dice enfadado, como si, en vez de enunciar una soberana memez, señalara algo evidente.

Pero si Cerezo, en virtud del reparto de funciones que rige en el Atleti, es el encargado del bla,bla,bla que dimana del estropicio llamado ‘gestión’, es porque hace tiempo que mucha gente, sin capacidad para razonar, se fía del tono con el que son proferidos los absurdos. Esa gente se dice: "Pobrecito Cerezo, seguro que lo están calumniando; de lo contrario, no echaría espuma por la boca".

De modo que, si bien el elocuente Cerezo no distingue entre "nunca" y "por el momento" (y casi lo de menos es que lastime el idioma castellano con sus continuos "fuistes", "y pienso de que"), se explica muy a su pesar como un libro abierto. "Estoy en el Atleti para recuperar lo perdido". ¡Coño! Resulta que es el jugador en la mesa de póker que no se quiere levantar porque las cartas están frías y no ha ligado en toda la tarde ni unas puñeteras dobles parejas! Le preguntan cuánto ha perdido y él bufa: "¿Y por qué te lo voy a decir a ti, que sólo eres un periodista?" (¡sic!). "Precisamente porque soy periodista se lo pregunto; estoy aquí para informar", debió responder así el interlocutor del cabreado tunante; no lo hizo por falta de reflejos.

Claro que un agujero en el pantalón y otro en el bolsillo de la guerrera no le impiden a Cerezo sentirse a sus anchas en el Atleti. Y si en el nuevo estadio pusiera él unos minicines y si en lo de la gasolinera de Alcorcón le permitieran abrir un puestecito de zippos, la felicidad sería absoluta. Mientras llegan esas granjerías, se ha de contentar con pertenecer al Consejo de Administración del club, selecto cónclave de cinco personas, el cual se auto-remunera cada año con un millón de euros. Tocan a 200.000 por barba. No creo ni que merezca la pena levantarse de la cama para ingresar el cheque en el banco.

(Recuelo.) El señorito de la SER continúa hondamente preocupado por la suerte del Valencia, club en el que la ciudad homónima "ha puesto mucha ilusión" y otros bienes más tangibles. Lo bueno de Valencia es que sólo hay un equipo, y así el showman del citado medio de comunicación puede ser valencianista de boquilla un par de semanas al año, sin incomodar a nadie. En cambio, en Madrid uno debe andarse con pies de plomo porque, si bien hay dos clubes, uno de ellos es conocido como "El Madrid" por antonomasia. Los seguidores de éste y las fuerzas vivas de la capital del reino podrían no ver con buenos ojos a quien expresase cierta inquetud por el destino del pariente pobre. ¿Tanto estorba?

¡Qué quedrán!

Han salido en tromba los medios de intoxicación de masas a defender a los bribones y a los incompetentes. Y han liderado el quite del perdón algunos madridistas, cuyo interés por el Atleti es bastante noble y desinteresado. (Muchas gracias, amigos.) Uno de ellos ha puesto la misma cara que Rafael "El Gallo" cuando el público taurino lo increpaba por medroso, y él, fingiendo no entender el motivo de la reprimenda, se giraba hacia su cuadrilla y exclamaba altanero: "¡Qué quedrán!". El imitador de Rafael "El Gallo" no entiende cómo se puede estar en contra de unos tipos "que pagan las deudas del Atleti" (¡¡sic!!). ¡Oh sí!, las pagan tan bien que, cuando arribaron al club, el Atleti debía 2.700 millones de las extintas pesetas (no llega a los 18 millones de euros); ahora debe 70.000: unos 420 millones de euros). Pagan las deudas, y Cerezo, además, pone dinero de su profundo, insondable, bolsillo, aunque a cambio mande menos que la señora que repone el papel de los mingitorios o el señor que corta el césped del estadio. ¡Habrase visto cosa igual!

Es chocante esta unanimidad a propósito de lo inútil y estúpido (o, peor aún, malo en sí, pues "de mal nacidos es ser desagradecidos") de toda protesta contra los okupas del Atleti, por leve que se nos antoje. Particularmente hay un lince de las ondas que ahora editorializa por las mañanas en la SER, el cual repite desde hace años, muy orgulloso de la superioridad de su ingenio, esta consigna: "No hay nada que hacer, porque los del Atleti vendimos el alma al diablo". Ese "nada que hacer" incluye el voto de silencio, aunque en situaciones verdaderamente excepcionales se autorice a los feligreses a protestar contra los empleados del club, pero nunca contra los dirigentes, ya que éstos son los dueños y la propiedad es sacrosanta, qué carajo.

Sin embargo, toda venta del alma es en beneficio del cuerpo, durante su paso por el mundo. Aquí no ha traído más que calamidades para el cuerpo (las del alma no me conciernen; son jurisdicción de los curas), calamidades que el citado as de las ondas ha ocultado o minimizado por sistema; en cambio, ha difundido y difunde las acaecidas en otros sitios. De hecho, la última vez que entró en singular combate contra el enemigo público número uno, no eligió al presidente de un club comme il faut (hay cuatro en este país) sino al máximo accionista de una SAD (o sea, al diablo en persona). Juan Soler se llamaba este habitante del inframundo que huyó dejando tras de sí un inconfundible pestazo a azufre. Pero quizá no fuese más que un demonio menor, un diablejo, un lucifer de pacotilla, ya que nunca había delinquido, que se sepa, en el desempeño de su cargo. Pues bien, el lince de las ondas fue secundado en tan valerosa cruzada por toda la profesión, sin que a nadie se le ocurriera ni por lo más remoto advertir a los seguidores valencianistas de que Soler no se iba a marchar porque era el propietario legítimo del club y que, por tanto, era ocioso abroncarlo, bichofearlo y pedir su salida inmediata.

Qué quedrán!" los malditos protestantes. Pues quedrán que se vayan los autores morales y materiales del bochorno y de la ruina, junto con sus amaestradas cacatúas. Quedrán una prensa deportiva que informe y no intoxique; quedrán realidades y no fantasmagorías; quedrán un club resucitado de entre los muertos; quedrán que nadie los estafe; quedrán no más saqueos, ni proyectos…

Pues querer es poder, o eso dicen.