Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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marzo 2009 - Artículos

Pulga fanfarrona

La técnica de la que se valen los okupas del Atleti para obnubilar a los aficionados es el globo sonda (de esto sabían mucho los nazis). Sueltan al año un millar, de variopintos colores, y esperan el resultado de la operación. Sobreviene entonces un diluvio de rumores y desmentidos, el cual transmite la sensación de que todo es posible. Bueno, todo no: están excluidos los desenlaces felices e incluso normales.

Pero los esbirros de los okupas en los periódicos no se limitan a soplar hacia arriba para que los globos sonda no aterricen antes de despegar; también ejercen de exégetas o intérpretes, pues a menudo los globos sonda de Gil Marín y Cerezo consisten en poco más que el metano de vaca que llevan en su interior; son mudos interrogantes; su estilo es una calculada ambigüedad.

Un ejemplo: los periódicos se han puesto a anunciar una época de dificultades económicas para el Atleti, justo la víspera de que entre en vigor el contrato con Telemadrid. (¿Dan a entender que la vivida durante los últimos años fue boyante?)

El pretexto ha sido la crisis. Apretarse el cinturón es lo sólito en los tiempos de penuria; ergo hay que vender jugadores. Ahora bien, ¿de quién desprenderse? Nadie lo sabe con exactitud; sospecho que los okupas, tampoco.

¡Agüero al Ínter!, ¡Forlán al Manchester City!, truenan los periódicos. Cerezo lo desmiente. Los periódicos insisten; Cerezo, reitera la negativa. Así se consigue que los okupas parezcan la última línea de defensa de la entidad, unos gestores denodados que hacen lo posible y lo imposible para que el club siga creciendo, en la curiosa terminología de Twistface. Eso sí: todos han abrazado y hecho suya la consigna de españolizar el equipo (¡y ole!), sandez reforzada con el latiguillo de que la cantera va a desempeñar por fin un papel de primer orden. ¡Los dioses se apiaden del club!, si del patrón españolista y juvenil es representativa la pareja de medios que pegó el petardo del siglo en Mallorca (y conste que el peor de los dos no fue el de la cantera).

Los dos únicos jugadores de las secciones inferiores que han salido figuras bajo los Gil (Raúl y Torres) no juegan en el Atleti, de lo que se infiere que el cometido de la cantera, según la profunda concepción de Gil Marín, es criar jugadores que llenen de orgullo a los hinchas colchoneros… ¡militando en otros equipos! No obstante, para criar jugadores hay que planificar e invertir, dos cosas que no entusiasman precisamente a Twistface.

Españolizar el equipo es un mero eslogan que obedece a que los globos sonda de los okupas han recabado cierta información sobre la atmósfera hallándola propicia al viraje xenófobo, pues buena parte de los hinchas considera que los jugadores del actual plantel, entre los que predominan los elementos de fuera, no son más que un hatajo de mercenarios peseteros incapaces de compromiso.

Por increíble que parezca, la afición, incluso la que se tiene por muy consciente de los males que azotan el club, juega encantada de la vida a los descartes y a los fichajes, a las altas y a las bajas, a la conveniencia estratégica de vender a "Agüero" para reforzar… la cuenta corriente de los okupas. El feed back está garantizado, y se leen y oyen cosas que empiezan por un: "Lo que hay que hacer es…", "A ver si de una vez fichan a…", embadurnadas con mucho "Atleti for ever".

Ahora bien, el empeño en vivir como si no pasara nada normaliza la anomalía que los okupas suponen y les da cuerda por el burdo procedimiento de estirar el presente hasta un futuro inmediato. Aceptando hablar del nuevo proyecto, los aficionados ya han asumido que lo habrá y que será tan nulo y contraproducente como los anteriores. Con la gente de uñas hacia los profesionales, la próxima operación limpieza está servida. Los amos de la lejía y el jabón "Lagarto" no tienen ni que molestarse en identificar y seleccionar las partes más sucias; les basta con esperar a que se pronuncie la vox populi.

Pero en el futuro inmediato también están la sombra de Florentino y del rearme merengue. Alguien le pregunta a Cerezo qué opina de esta circunstancia. Y él responde: "No hay enemigo pequeño" (¡sic!). El otro, que tampoco es un premio Nóbel, casi se parte de la risa: "¿¡Enemigo pequeño el Madrid, con Kaká, C. Ronaldo, Cesc y Xavi Alonso!?" Pues claro que no, pedazo de besugo, Cerezo quiso decir que, si bien el Atleti es pequeño (impagable confesión la suya), nunca será tan diminuto como para que el Madrid lo dé por chorreado antes de disputar un derbi. ¡El tópico de la cautela, habitualmente esgrimido por el elefante para curarse en salud, convertido en la fanfarronada de la pulga! Es la involuntaria vis cómica de Cerezo.

Superman y la criptonita

El madridismo oficial es de una simplonería conmovedora: en vez de hablarnos de ese genio a quien nadie comprende, Guti, del crack mendicante, Raúl, y de las excelencias ofensivas y defensivas del gran Real Madrid, de su heroísmo único y de su carácter ganador, se ha puesto a celebrar que el "Kun" no tiene pilila ni nunca la tendrá, tralarí- tralará, y que, a consecuencia de esta digamos escasez (bien que inducida, luego veremos por qué o por quién), el Atleti malogró una oportunidad de derrotar al Madrid a domicilio como quizá no haya otra "en 100 años" (¡sic!). Convierten a Sergio Leonel Agüero, un muchacho, en Superman bajo los efectos de la criptonita. Son boludos y merecen que los presida Don Boluda, pero quizá no anden muy descaminados, después de todo.

En la mayoría de las crónicas del último derbi se despereza esta gran verdad: Agüero perdonó al Madrid. Yo creo que fueron Fernández Borbalán y sus mariachis los que indultaron a los blancos. Dejemos a un lado el gol en off side, situación clásica en este tipo de choques, y el penalti o los penaltis (a Maxi lo barrió en el primer periodo el portentoso luchador de taekwondo, Sergio Ramos, quien, al despejar la pelota en su área, casi se lleva un trozo del muslo de su rival.) Lo malo fue el estilo del arbitraje, una adaptación perfecta a las necesidades de los zagueros madridistas.

-¿Qué necesitáis chicos?

-Permítenos, ¡oh colegiado!, moler a patadas a la figura del oponente. No saques muchas tarjetas.

-¿Y la protección del fútbol espectáculo?

-Déjala para cuando fichemos a Kaká o a Ronaldo.

-Cómo no; vuestros deseos son órdenes para mí.

El reglamento se ha hecho para apuntalar el poderío del Real, y sus hombres juegan tan protegidos por esa armadura invisible que el adversario o los machaca o sucumbe.

Sin embargo, el caradura director de un periódico del Foro e ideólogo blanco (perdonad la redundancia) sostiene la teoría (si hemos de condescender a denominar con ese venerable nombre un cinismo de ocasión) de que el villarato favorece al Barcelona y perjudica al resto de los clubes. Hace falta muy poca vergüenza para quejarse de los árbitros siendo del Madrid. (Aunque ya expliqué en mi libro que los blancos, en el fondo, se quejan de tener que compartir los juguetes con el Barça, cuando su estatuto anterior era el de hijos únicos).

Pues bien, ciñámonos a Agüero, como nos proponen esas envidiosillas almas de cántaro. A mi leal saber y entender, Agüero hizo el partido de un superclase (porque era el único superclase que había en el partido), pero, ¡ay!, sin estar en su mejor forma. Sus errores en los disparos fueron producto de la falta de velocidad (reaccionó y se acomodó la pelota unas décimas de segundo tarde porque no está del todo fino; el superclase en plenitud llega holgado a su reunión con el guardameta; la tranquilidad para golear es función del tiempo). Hubo un lance que ilustra la falta de confianza actual del "Kun", consecuencia de su momentáneo déficit físico. Recibe la pelota en la posición de extremo derecha; va con ventaja pero, en vez de buscar el área y la portería, se frena; acude al galope Cannavaro, y Agüero no tiene más remedio que intentar el regate. Casi sin querer (hubiera preferido el centro), logra colar la pelota por debajo de las piernas del defensor italiano y chuta con la izquierda; el balón se va fuera a un palmo del poste.)

Pero las mejores jugadas del match las protagonizó sin disputa este mocoso que ya es padre de familia. (El aclamadísimo Forlán, que está cañón, hizo cosas muy buenas y cosas bastante malas. Lo mejor: su soberbio despliegue; lo peor: quiso ganar el partido él solo. Suyos fueron el espectacular tanto que coronaba la mejor jugada del derbi y el remate al palo del segundo tiempo, pero también la imperdonable asistencia a Robben -otro jugador exuberante al que le faltan criterio y equilibrio-, en la ocasión más clara del Madrid a lo largo del primer periodo, y los 2.000 disparos al limbo de la segunda mitad.) En la forma del año pasado (díganlo el Osasuna, el Valencia, el Barcelona o los rusos aquellos de cuyo nombre no consigo acordarme), Agüero, secundado por el resto de sus coequipiers, hubiese prevalecido sobre el Madrid y el trío arbitral.

Pero como resulta muy llamativa la celebración de un empate en casa y como parece un recurso asaz pobre reducir el mérito de toda una potencia como el Real Madrid a la mala tarde de un rival adolescente (ya íntimo enemigo), hay que improvisar como sea un protagonista en el campo propio, cuyos mayúsculos aciertos hayan sido la causa de los mayúsculos fallos de Superman. ¡Señoras y señores, con ustedes el gran Casillas! No obstante, según lo pudo ver cualquiera con ojos en la cara, los dos balones (despejado uno y atajado el otro) en que Casillas se interpuso entre el gol y Agüero eran perfectamente detenibles. Pero Casillas ya no es sólo un magnífico portero; es el hipnotizador de las figuras del Atleti, su personal criptonita, con poder incluso para desviar los tiros con la mirada. Y si durante años cohibió a Torres, ahora le toca el turno al "Kun", cuyo complejo nace, como nadie ignora, de aquella vaselina marrada en Chamartín el año de su debut con el Atleti. (Otros ideólogos más originales o más desmemoriados atribuyen el nerviosismo y la flaqueza de Agüero a unas declaraciones de Cannavaro la víspera del choque.)

Agüero ha de mejorar (¿quién no?), pero sobre todo debe volver a ser el rapidísimo punta de la temporada pasada. (Esa velocidad reside en sus piernas; si no, no se la pediría.) Los que lo comparan con Romario hallándolo inferior ante el gol omiten dos cosas: el Romario que vimos aquí tenía 25 años y militaba en un equipo que le permitía actuar en el área o en sus inmediaciones; jamás presionó ni se extenuó detrás de un rival, u operó tan lejos del marco como el "Kun" en el Atleti.

Soy del parecer de que al Madrid estuvo a punto de estallarle el sábado la bomba Agüero en plenas narices; esto ciertamente no lo evitó Fernández Borbalán, cuya modesta y rutinaria tarea se redujo a impedir que el Atleti ganase el partido, sino los avatares de un bienio caótico que le ha prohibido a Agüero el descanso al final de la competición y el adiestramiento durante la pretemporada siguiente. Agüero contra el Bistrita o la Vojvodina, Agüero contra el Schalke, Agüero contra el mundo y contra la miseria del club que le paga. Y se comprende el alivio de los ideólogos blancos (bajo el estruendoso caudal de su vana palabrería, el oído avezado capta un profundo y liberador ¡uf!): temieron la humillación pública y el ridículo de sus estrellitas, por obra y gracia de un mozalbete porteño investido de Superman.

Quizá me engañe, pero creo que los acontecimientos de la otra noche bien pudieran haber tatuado el Atleti for ever en el ánimo del pequeño gran hombre. Ya no es únicamente feliz en este malhadado club; acaba de picar su amor propio una cobra: el afán de revancha, el anhelo de tumbar al poderoso y subsidiado Real Madrid. Futbolista de una pieza, recibió anteayer su bautismo de fuego como el temible jefe de los indios. Malas noticias para los okupas, que están locos por venderlo.

La forma

No fue un encuentro sensacional, como proclama la euforia madrileña (sobre todo la merengue), pero contuvo goles, ocasiones al por mayor, fallos tremendos, aciertos sublimes, alternativas dramáticas, emoción… y asunto. Hay partidos que tienen asunto. El de anteayer era la crisis latente, sorda, del Barça frente al hundimiento explícito, escandaloso, del Atleti. El primero confiaba en que el segundo se ahogaría en la inquietud que no deja de manar de su podrida estructura, de su falso carácter de club deportivo, de las fechorías del dúo de okupas... Un plan en apariencia sensato, pero el equipo de Guardiola está fundido. En diciembre era imbatible; hoy no halla un enemigo suficientemente pequeño. Es un púgil groggy que lanza reojos angustiados a la campana. Su defensa es un clon de la del Atleti: insegura, torpe, fallona, tímida…; su medio del campo corretea hastiado del fútbol y en su vanguardia echa los bofes un pichichi decadente. Y el Atleti percibió tanta flojera desde el pitido inicial.

La palanca que mueve a todo equipo de cualquier disciplina deportiva es la buena forma (vale incluso más que la buena suerte). Los equipos son estados de forma (no tanto de ánimo, como declaman los poetas). El modo de preservar la buena forma a lo largo de todo el año es una piedra filosofal que ningún entrenador posee. No hace tanto tiempo, las cosas eran más sencillas; los cuadros carburaban o no desde agosto hasta junio. Hoy todo es más gaseoso, más inestable, más lábil.

Debe de ser el Barcelona el equipo al que el Atleti ha derrotado más veces desde que volvió a Primera. (De hecho, cuando los salmodiadores de tópicos aseguran que el Atleti es capaz de lo mejor y de lo peor, se refieren exclusivamente a su toma y daca con el Barça.) Y esto ha sido en parte gracias a la velocidad de Torres y al duende de Agüero, y en parte a cierta blandura intrínseca del conjunto culé, una mandíbula de cristal cuyo diseño guardan los técnicos blaugranas en una caja fuerte para que nadie se lo copie. No sabe el Barcelona abrigarse; no sabe pelear por un punto; no sabe hacer (casi siempre lo desdeñó) lo que el combinado de Luis en la Eurocopa en los momentos en que no había modo de imponer el ágil fútbol del toque y el desmarque: resistir, apretar los dientes.

Sensible a los lánguidos lugares comunes (o la pelota es mía o no juego, ¡ea!), que lo condenan a un estilo algo artificioso y demasiado pirotécnico en ocasiones, a los culés les falta un trocito del gen de Italia. (El entrenador que se lo inocule habrá triunfado. Rikjaard lo intentó y lo logró, pero sólo a ratos.) Por si fuera poco, Guardiola se comportó como un espectador más. ¿Qué le costaba quitar al inoperante E’too, situar en su puesto a Henry y colocar a Messi por la zona que vigilaban, es un decir, los demudados gendarmes Heitinga y Pablo? Era de cajón, pero la del cajón es una sabiduría ruda que inspira un absoluto desprecio a los exquisitos entrenadores del Barça Además, habría sido traicionar las esencias más puras, peor aún: un gesto cobarde, etc., etc.

Tampoco me gustó el Atleti porque no es un equipo equilibrado, porque su defensa sigue siendo de mantequilla, porque su centro del campo no construye y porque algunos de sus presuntos astros son demasiado individualistas y chupones (aunque reconozco que la ausencia de grandes medios les obliga a multiplicarse). Y niego que el Atleti saliese el domingo al campo con otra actitud (salvo la que dicta la importancia de esta clase de enfrentamientos, donde hasta las figuras se vacían en labores subalternas; pero no se pueden disputar 50 partidos como si cada uno fuese la final de la Copa de Europa); tampoco tuvo el conjunto local más compromiso que otras tardes o menos mercenarios. Pero supo sacar fruto del caos promovido por el bajón físico del Barça y por el empecinamiento de su mister en fingir que nada ocurre y todo está bajo control. Y Agüero se asemejó un poco al Agüero de la temporada pasada. Ojalá que empiece ahora su recital.