Otra
vez en la casilla inicial del juego; de nuevo el castillo de naipes que no
soporta la última carta, la vieja incapacidad que acude puntual a su cita. Y
todo ello envuelto en el clamor de los ultras, todos ellos sobradamente ganadores,
exhibiendo su inquebrantable voluntad de... bíceps, que es una noluntad, que es
un no querer nada o querer la nada. Lo malo no es la derrota en sí, sino la
sensación de que la entidad y su público son muy inferiores, pues el equipo
peleó, luchó, se fajó, aunque fuera incapaz de hacer nada en ataque, pero los
otros, ¿qué decir de los otros?
El
destino del Atleti está en los pulgares de Gil Marín, pero la vagancia que se
oculta tras el presunto amor fati de
los seguidores colchoneros es responsabilidad de éstos. El secreto de tantas derrotas y tan peores
lo tiene Gil Marín; sin embargo comparte autoría con una afición obcecada, cazurra,
vaniloca, que le ha consentido el debilitamiento de la entidad sin mover un
músculo y que incluso coopera con él. ¿Quién fue el genio que concibió la demagógica ridiculez de escenificar la piña
de la gente y el equipo (juntas las filas, prietas, marciales), el baño de masas
y la comunión de los héroes con su público, justo antes del choque? El club le
compró la idea, porque iniciativas así les permiten a los okupas travestirse de rojiblancos de corazón. Y la idea dio el
fruto que cabía esperar: la risa del adversario. No dar ni pena ni risa es la
obligación mínima de un equipo de fútbol grande o pequeño. El Atleti inspira
las dos, sobre todo cuando hace trampa buscando el lado enaltecedor, sublime,
de la impotencia.
Un
episodio más de lo importante que se cree la forofada, la cual ha equivocado el
papel de una afición cabal, que consiste en ver, oír, animar o abuchear, cuando
procede, y pronunciarse sobre lo que presencia en el campo y lo que pasa en el
club, nunca en jugar los partidos. Los partidos los juegan los profesionales.
El aficionado cabal, a diferencia del chalado, no piensa que el jugador sea su prolongación
en el césped.
Todo
lo que produjo el Atleti en el Bernabéu fueron dos jugadas: una internada de
Costa al principio, con remate de Falcao que despejó la cara de Casillas, y
otra hacia el final, con pase de Falcao a Adrián y penalti de Ramos, que el
árbitro no vio, como tampoco había visto antes el abrazo del oso que un Godín fuera
de sí le había propinado al propio Ramos en el área del Atleti. Undiano se
equivocó con imparcialidad y aguantó las protestas y marullerías de muchos
jugadores sin abusar de las tarjetas. Así un empujoncito de Koke, cuyo efecto
Di María exageró; así el soplamocos de Ramos a Falcao, que este quiso convertir
en flagrante agresión, o la guerrilla de Costa contra los picoletos del Madrid y de éstos contra Costa, que no ameritaba más
que el desdén. Iban a chivarse los defensas merengues al juez de guardia, pero
pidiendo más el internamiento del loco en un psiquiátrico que el castigo). Quizá
no hizo mal el árbitro limitándose a regañar a los tunantes. Ahora bien, pensar
que puedes ser más tramposo y sucio que Pepe y Ramos y dar más patadas que Xavi
Alonso es vivir en otro mundo. A eso también te ganan y sin acritud: el Madrid
desactivó las hostilidades en cuanto se sintió dueño del partido. Ahí concluyó
la guerra del lapo.
Aunque
hasta ahora no había sido inferior a ninguno de sus rivales, domina la
sensación de que Atleti vale menos puntos que los que tiene, y sin duda la
cosecha, inesperada por lo abundante, se debe a Simeone, quien demostró lo que sabía
desde el primer partido, pues nada más llegar sentó al insustituible Perea, rehabilitó a Juanfran y a los centrales y
cosió el equipo siquiera con bramante. Simeone ha revigorizado a un moribundo
triste y depresivo, pero es un pequeño prodigio que el Atleti vaya segundo con hombres
tan limitados en el medio de campo como Gabi, Suárez, García, Tiago y Koke, a
los que la propaganda, conectada al deseo de presumir de los hinchas, ha
convertido en figuras indiscutibles. Si Gabi, Tiago y García fueran ágiles y si
Suárez o Costa tuviesen cerebro, y si Turan fuese más recio y si Adrián chutase
y si Koke fuese portador de la calidad que le adjudican sus incondicionales, el
Atleti podría medirse con cualquiera. Se dirá que los futbolistas virtuosos
cuestan mucho dinero, pero tampoco el Borussia Dormund goza de una tesorería
descomunal y le ha plantado cara al Madrid en la Champions y de qué modo.
Con
estos mimbres Simeone ha conseguido un cesto funcional, que al menos sirve para
guardar cosas, pues su Atleti es aguerrido, trabaja a destajo y se defiende con
cierta solvencia; y ese equipo incluso en el primer tiempo del último derbi
pareció haber acortado algo la distancia que le separa del Madrid, pues si no
jugó él tampoco lo hizo el rival. Pero la lucha extenuante, por cada balón,
beneficia a la larga al conjunto con más técnica, como demuestra el Atleti
actual cuando compite contra el Osasuna o el Valladolid.
Además,
la estrategia del "Cholo" es impecable. El mejor modo de asegurar la tercera
plaza es centrarse en la Liga y olvidarse de la Euro League y de la Copa.
Debería atenerse a tan sensato plan porque llegará al final del campeonato con
más frescura en las piernas que muchos de sus oponentes. Simeone ha estudiado
el calendario y sabe que sus jugadores tendrán un mes y medio menos de
competición que los de Valencia, Madrid y Barça, cuadros a los que recibe en la
segunda vuelta. El virus Fifa no lo castiga tanto como a los dos poderosos, y
la Euro League es una verbena insulsa hasta octavos o cuartos.
La
decepción habría que endosársela no a los escasos aficionados que osaban decir
que se aburrían aun en medio de las victorias, y de los que se mofaban (y
contra los que se encaraban) los triunfalistas, pues el Atleti tiene muy poco
fútbol, aunque sí disciplina, denuedo y orden táctico. La decepción debería
correr por cuenta de los demagogos del derecho
a soñar, los cuales roncan a pierna suelta una grandeur rojiblanca de todo punto imposible, mientras Gil y Cerezo
continúen al mando. Cuando despierten comprobarán que "el dinosaurio sigue
allí", pero no es el merengue invencible sino el fardo de su club.