Caballeros pedestres
Todo lo que es bueno para el Atlético es malo para Gil
Marín. Como el que manda en el Atlético es Gil Marín, rara vez le irá bien al club.
Éste necesita que la casualidad desbarate los planes de su parásito. Por
ejemplo: si Simeone dispone de una plantilla relativamente abundante es por
culpa de la crisis, que ha impedido a Gil Marín vender tres o cuatro
futbolistas que al entrenador le vienen muy bien para oxigenar el once titular.
La atonía del mercado ha frustrado la venta de los García, Costa, Godín o
Adrián. Hay una demarcación, la zona ancha, donde el imprevisto superávit
mejora la competitividad del equipo. Nadie ahí es un crack (aunque los turcos sepan que la pelota es redonda) pero todos
funcionan más o menos. Y hay tantos porque a la postre no hubo manera de deshacerse
de los transferibles cuando ya se había contratado a coste cero a sus
sustitutos.
Por eso es completamente erróneo considerar que los
tradicionales adversarios ningunean al Atleti, descreen de sus posibilidades y
se mofan por lo bajini de su inesperada salud en el césped, juzgándola efímera,
u optan por desestabilizarlo, envidiosos o temerosos de que bla, bla, bla... Nadie,
fuera de Gil Marín, desestabiliza al Atleti porque no es necesario (lo fue en
otros tiempos pero no hoy). Al revés, la prensa, mitad por aburrimiento del
duopolio, mitad por adicción a la novedad, ha auspiciado la candidatura del
Atleti a romper la hegemonía de los poderosos y despabilado la posibilidad (aún
quimérica) de una sorpresa en el torneo liguero. Esa prensa es la misma que agigantó
el valor de las copas recién conquistadas por el Atleti, aunque para la parroquia
rojiblanca, habiendo perdido el rojo, que es el color de la vergüenza, y presa
del delirio de grandeur, toda hinchazón
y toda fanfarria se le antojasen muy por debajo del mérito acumulado por el
conjunto del Manzanares.
Es verdad que los buitres trazan círculos en la vertical de
Falcao, pero es el propio Gil Marín el que estimula su apetito dejando a la
intemperie el cordero muerto y putrefacto: la deuda del club. La desfachatez de
Gil Marín llega al punto de vincular el restablecimiento de las finanzas del Atleti,
saqueado por su familia, a la venta de Falcao. Una vez fuera el ariete y
clasificado el equipo para la Champions, no tardará en decir que algún otro
inopinado mal ha hecho puré las brillantes expectativas. Los okupas abusan del truco sin que nadie se
lo estorbe; ¿por qué van a cambiar de sistema?
De modo que el asunto consiste en averiguar si la estrella
del Atleti se va o no al Madrid. Lo otro, su salida o no, carece de morbo: se irá.
Pero aquí desempeñan los pactos de
caballeros (que ahora llaman, a la bélica usanza, de ‘no agresión') un
papel meramente ideológico. Como no se trata de un pacto entre iguales o inter pares; el acuerdo consiste en que
el Real Madrid no desestabiliza al Atleti. ¿A cambio de qué? Es un misterio.
Bueno, no tanto.
En realidad no hay tal pacto. El Madrid, motu proprio, no le arrebata jugadores
al Atleti para que Gil Marín y Cerezo sigan en el machito y la pazguata afición
colchonera desvíe su enojo hacia la nada. Claro que el puño amenazador y la
injuria pueden volverse contra el futbolista que huye cuando apenas habían
zurcido su nombre en la camiseta del anterior tránsfuga, para lo cual basta con
que amague con pasarse al Madrid, aunque después elija una entidad de la
Premier.
El lobby merengue
sabe que los dos pájaros de cuenta, Gil Marín y Cerezo, garantizan un Atleti capitidisminuido
y menor. Para el Real Madrid la debilidad colchonera tiene un valor
estratégico; los blancos no ignoran que le deben más a los Gil que a sus providenciales
presidentes, incluido el ser superior
Florentino.
Y si es posible que la cosa cambie con Falcao es porque en
Concha Espina piensan, con razón, que tal vez Gil Marín y Cerezo hayan
acumulado suficiente carisma de campeones
para otras dos décadas de crudo invierno. A su debido tiempo Falcao asumirá el
aspecto de Judas y Gil Marín volverá a sacar en procesión los títulos europeos.
Ya no teme a la lluvia, que nunca pasó del calabobos; dicen que se ha comprado
un paraguas.