Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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noviembre 2008 - Artículos

Príncipe y mendigo

Un hermoso domingo de noviembre en Madrid, cuando el sol sale de su casa de Oriente bohemio y pintor, y recubre las copas de los árboles con metales suntuosos…

Nunca he sido mitómano. Jamás le pedí un autógrafo a un jugador; no consumo camisetas, ni bufandas, ni colecciono recuerdos que no quepan en la memoria; jamás exigí a los ídolos del deporte que me aplaudiesen o saludasen al término de los partidos, o que me adularan en sus declaraciones o que me tuvieran en sus pensamientos; por mi parte, nunca los retribuí con la ola. Pero, como el resto de los aficionados, tengo mis deportistas preferidos. Y si alguna vez sentí un cariño especial por alguien fue por Luis Aragonés y Cecilio Alonso. El otro día, en el Foro Gaudeamus Atleti, tuve el placer de contemplar de nuevo a Cecilio y a Lorenzo Rico. Salvo por las canas, eran ellos sin ningún género de dudas: los inconfundibles pilares del gran Atleti de balonmano de los 80. También habían sido invitados Juan de Dios Román, el artífice de aquel singular equipo, y Salvador Santos Campano, antiguo guardameta de la sección y vicepresidente del club antes del diluvio. El primero no pudo acudir y nos envió una carta, que leyó Raúl Ávila. El segundo vino al final y se marchó antes que nadie.

Consagramos buena parte del coloquio a rememorar una época pobre en recursos y abundante en talento y trabajo. Porque los años gloriosos, amigos míos, nunca fueron boyantes. Lo habitual era que el pago de las nóminas se retrasara, en ocasiones varios meses, (aunque los jugadores nunca dejaron de cobrar). No había dinero para grandes fichajes, pero la cantera y la ilusión suplían con creces las dignas penurias. Y era inevitable que regresáramos juntos, los protagonistas y los seguidores, al momento estelar, a la Copa de Europa de la temporada 84-85. Las eliminatorias contra el Magdeburgo y el Dukla, la final contra la Metaloplástica. Lorenzo Rico contó que en las semifinales contra los checos las cosas se habían torcido tanto en Praga que, Juan de Dios, ajeno ya al match que daba por perdido sin remedio, apostrofaba a los titulares que soportaban dos pesadumbres (la derrota y su ira): "¡Cabrones, me habéis dejado sin la final de la Copa de Europa!". Pero, en la cancha, los suplentes consiguieron asombrosamente enredar al Dukla, y Juan de Dios obtuvo su final.

Escribí en "El Rojo y el Blanco" (y no hallo razón de peso para desdecirme) que la Metaloplástica Sabac no era un equipo, era la mejor selección de balonmano que ha dado la feraz Yugoslavia. Alguien recitó la alineación titular de aquella máquina incomparable: el portero Basic, los extremos Markonia e Isakovic, los laterales Vujovic y Petkovic, el pivote Vukovic y el central Portner. (Las autoridades del extinto país concentraban las figuras de cada modalidad en un club y así mantenían conjuntados a los internacionales, que ganaban sus ligas sin apenas esfuerzo.) Los nuestros, salvo dos: Stroem y Milián, se habían formado en las divisiones inferiores del Atleti.

Rico ganaría después la Copa de Europa con el Barça de los millonarios, pero declaró no haber sentido tanta emoción como la vez en que perdió la final con el Atleti. ¿Por qué? Por la multitud, la multitud que no quería abandonar el Palacio de los Deportes, la multitud que invadió la cancha y formó un pasillo para consolar a los vencidos y aclamarlos como a vencedores.

El Atlético de Madrid de balonmano desapareció en el año 94 (desde el 92, mal síntoma, se llamaba Atlético de Madrid-Alcobendas). En 1989 había caído el Muro de Berlín, que sujetaba al Telón de Acero. En pocos años, las potencias del Este se derrumbaron. Entonces sí, entonces de aquel escombro surgió la leyenda de los clubes españoles victoriosos. Sin contar al multilaureado Barça, han conquistado la Copa de Europa (no la que perdió el Atleti, por supuesto, sino otra muchísimo más pequeña) el Teka, el Elgorriaga Bidasoa, el Portland San Antonio y el Ciudad Real, otra creación ex nihilo de Juan de Dios, o casi.

El balonmano del Atlético es todo él pura (o mera) historia porque feneció, porque ya no hay banderas desplegadas, ni partidos europeos, ni derbis con el Barça, el Calpisa o el Granollers, ni canteranos geniales, ni preparadores irascibles. Sin embargo, Cecilio y Lorenzo quieren rescatarlo del Hades (la fría morada donde los muertos conversan nostálgicos de lo que les sucedió cuando vivían). Ellos creen que el Atleti podría encarnarse otra vez en el modesto avatar del AT Boadilla, que viste de rojo y blanco y va último en la "División de Honor B" (o Tercera). Hubo un patrocinador, pero se lo arrebató la crisis, y los habrá que piensen que el príncipe de ayer es hoy un mendigo que suplica unos cupones para matar el hambre y un techo para no dormir al raso, pero Cecilio y Lorenzo opinan que sus harapos ocultan un joven rey.

A última hora de la grata pero melancólica reunión apareció el hombre importante y ocupado, Salvador Santos, mascullando "el tiempo es oro" ("tengo prisa"; "no me puedo quedar"; "me esperan para comer"; "no sé qué diablos hago aquí"; uno, que es un blando; esto último no lo dijo, pero quizá lo pensó.) Le explicaron de qué iba el negocio. Quedó en hablar con otros hombres importantes y ocupados –"Enrique y Miguel Ángel"–, para ver qué puede hacerse. Uno de ellos, Enrique, declaró días atrás que le gustaría recuperar el balonmano, pero sin que el club ponga un euro. Él y Miguel Ángel ofrecen el nombre y la gestión, y Rita la "Cantaora", los fondos. (Ni siquiera tienen el coraje de negarse.) Meses atrás, Enrique ya había proferido que el balonmano "es un deporte muy caro". El presupuesto del vigente campeón europeo, el Ciudad Real, ronda los seis millones, justo lo que Enrique y Miguel Ángel pagaron por el futbolista Sinama, el de la exhibición de pifias ante el Orihuela.

Un hermoso domingo de noviembre en Madrid, cuando el sol sale de su casa de Oriente bohemio y pintor, y recubre las copas de los árboles con metales suntuosos….

Ad nauseam

Demasiadas veces el fútbol es un asco. Lo es sobremanera cuando el tipo que pita cambia el marcador con una especie de mando a distancia y en virtud del artículo 33. Ayer el Atleti, un equipo que no pasa de regular hasta cuando le salen las cosas, se disponía a triunfar en Anfield Road (según la propaganda, no sé qué templo de no sé qué misterios nada eleusinos), pero tropezó con un árbitro cobarde e invidente que le robó el partido en el último minuto. Después amonestó al "Kun", ignoramos la razón. (Quizá creyó que iba a escupir; quizá Agüero sacó de centro sin su permiso, cualquiera sabe.) Antes, había perdonado un penalti al once forastero y dos al local. Y durante buena parte del match pitó a instancias de los jugadores de casa.( ¡You fucking idiot, it’s been a bloody corner! Are you blind?) Una alhaja este nuevo retoño del frondoso árbol de la UEFA.

Así pues el Atleti rozó la victoria, y lo hizo a base de amontonar hombres en la zaga, un trabajo titánico en el achique y media docena de contragolpes. La suerte le había sido propicia, pues aunque el Liverpool de Benítez empujó lo suyo (sobre todo en la segunda mitad), las continuas oleadas atacantes, comandadas por su excelente capitán y secundadas con vigor, pero sin inteligencia, por la tropa, se estrellaron contra el dique en torno a Leo Franco. (A falta de Torres y de Skirtel, el Liverpool concentra toda su clase en Gerrard y Xavi Alonso, dejando el músculo para los Arbeloa, Agger, Mascherano, Kuyt, etc.)

Mirado el asunto desde el punto de vista del Atleti, se trataba de una pequeña heroicidad. Porque tiene mérito ganar a domicilio a uno de los capos del Viejo Continente, sobre todo con Perea en el eje de la retaguardia, con un Raúl García inoperante (el fútbol moderno es harto veloz para él) y con Luis García compareciendo a última hora para reforzar las posibilidades de su anterior equipo. (A Luis García lo adoran los muy entendidos forofos de los reds, que también aman el pelotazo bilbaíno, aunque es posible que el decrépito recurso llegase a San Mamés importado de la Rubia Albión. Unos muchachos entrañables estos ex hooligans, hoy modélicos supporters.)

Luis García saltó para marrar el último pase en un contragolpe canónico que era medio gol, ya que la pelota iba en dirección a Agüero. En cuanto a Perea, es el defensa más bruto y más tosco de las grandes ligas, y su permanencia en el plantel rojiblanco retrata aún más a los que le renovaron la ficha que a quien lo contrató. En el Atleti estuvo sobresaliente Assunçao, que les cambió los pañales en más de una oportunidad a Heitinga y al citado Perea, y cumplieron los veteranos portugueses (muy disciplinado Maniche), así como Maxi (que marcó un gran gol) y los dos laterales, pese a ciertas blandenguerías y a algún despiste esporádico.

El planteamiento de Aguirre, casi idéntico al del choque contra el Villarreal, no era malo del todo (¡ya le vale después de tres años!). Escribí semanas atrás que es mejor jugar con un delantero bien alimentado que con dos en ayunas. Se puede perfectamente alinear a Forlán, mientras Agüero entrena, descansa y recobra el tono. (Y cuando se recupere Agüero, Forlán al banquillo.) Y acaso contra los Huelvas, Málagas y Mallorcas puedan actuar juntos ambos puntas; pero no contra los conjuntos más fuertes. Además, con un solo hombre en la vanguardia, el Atleti apenas pierde poder ofensivo porque sus centrocampistas gustan más de tirar que de pasar; tienen más vocación chutadora que constructora.

Pero en ocasiones el mejor planteamiento no sirve. Y si en la jornada del Villarreal lo trastocó el suicidio de Banega, ayer fue el árbitro el autor del sabotaje. Un matiz: Banega también fue expulsado porque en el fútbol español nadie sufre una falta sin ponerse a agonizar sobre la hierba. En la Gran Bretaña (fue muy esclarecedor al respecto el Chelsea/Liverpool de hace un par de domingos) los espectadores reniegan del teatro que no firmen Shakespeare, Oscar Wilde o Bernard Shaw, y por eso el balompié inglés es más noble y auténtico.

El partido de anoche fue al británico modo y aún así el referee noruego la armó. ¡Las que organizaría en El Sardinero, en El Molinón o en Zorrilla!