Pacto de sangre (27-12-2005)
En próximas entregas me propongo examinar la cuestión del famoso Memorial.
Como aperitivo, ofrezco esta columna que envié al “Crack 10” y que no fue publicada.
En cambio, tuvo mejor suerte otra: “Memoerial (erial de memos)”, que vio la luz el 28 de diciembre de 2005.
El Atlético se dispone a
traspasar a Galleti. Los fondos, casi con toda seguridad, servirán para
pagarle el finiquito a Bianchi.
Los desinformadores de guardia llevaban quince días contratando a Maniche y a Rosicki.
Son dos futbolistas contrastados que sobresalieron en la última
Eurocopa, pero, al parecer, ya no van a venir. Sale más barato el
despido del Virrey.
El caradura de Cerezo dice que, de todo este desastre, se queda con una
cosa: los jugadores son buenos. Luego el que sobra es el mister.
Los que le ponen la grabadora debajo de la oquedad por la que profiere
sus sandeces -y son ellos los que difunden de mil amores la propaganda
del club- consuelan al magnate cinematográfico: “Pero presi no todo son
malas noticias; ahí está la ciudad deportiva” (¡sic!).
¡Llaman ciudad deportiva a un solar cubierto de abrojos propiedad del ayuntamiento de Alcorcón!
Y el alcalde de Madrid, de cuyas palabras ningún periódico quiso
hacerse demasiado eco, aseguró no hace mucho que en el terreno donde se
alza el estadio solo caben dos tipos de instalación, a elegir: lo que
hay o un parque. Adiós a la penúltima rapiña; adiós a la contabilidad
fantástica; adiós a los 230 millones.
Porque ¿quién va a pagar esa cantidad mareante por una pradera junto al río?
De ahí que el guateque del 30, en honor al fundador de la dinastía que
ha sepultado al Atlético bajo toneladas de lodo y escombros, se antoje
una broma de muy mal gusto, peor aun: un pacto de sangre con la
incompetencia, la falsedad y la grosería.
Y las peñas y los medios de comunicación -las primeras por mera
estupidez y los segundos para hacer caja-, que animan a la gente
a que acuda al ridículo memorial, sepan que son cómplices de los
herederos de Gil y que su apoyo a iniciativas tan insensatas únicamente
puede redundar en perjuicio del deporte y de la vida pública.
Gil sólo merece el olvido o la execración, salvo que pretendamos elevar
a los altares a los destructores de clubes y a los demagogos sin
escrúpulos.