Humillados y ofendidos
Que me perdone Dostoyevski por haberle tomado a préstamo el título de una de sus grandes obras para referirme al notorio affaire de
las dos directivas -la del Atleti y la del Real-, preludio, sin duda,
de una era hostil que no puede traer sino calamidades para ambos
clubes. (¡Con lo bien que iban las cosas!)
¿Su origen? Un comentario despectivo del preboste merengue durante una de esas francachelas de hermandad que constituyen el prólogo de los partidos antaño de la máxima y hoy de la mínima. En los buenos tiempos
de Gil y Lorenzo Sanz, a los postres se jugaba al parchís, pero Cerezo
y Florentino gustan de los discursos, y la costumbre de perorar con el
estómago lleno arraigó.
Al parecer, Martín habría dicho que el Real casi siempre le gana al
Atleti, aserto irrebatible que no debería ofender a nadie y menos aún a
unos individuos cuyo amor propio, si lo tuvieran o tuviesen, para nada
se relaciona con el Atlético de Madrid. (¿O no se atreve el
vicepresidente del histórico descenso a Segunda -y de la no menos histórica permanencia
en la División de Plata- a sentarse en el mismo sitio que ocupó en su
día Vicente Calderón? Con un ápice de amor propio y de vergüenza
deportiva, él y su compadre habrían vuelto al profundo anonimato del
que jamás debieron salir.)
Pues bien, los humillados fueron con el cuento a los medios de
intoxicación, al objeto de que el par de bobos que secundan sus
maniobras transmitiesen puntuales la ultrajante obviedad y el mosqueo digno con que fue encajada. (Pues los representantes del Atleti, al ver que era maltratado el club que aman como propio,
estuvieron a punto de irse, pero al final prevaleció el sentido común y
se impuso la cortesía; siempre ha habido señores… etc.,etc.,etc.)
Es verdad que hay muchas maneras de pronunciar una misma frase y que
alguien capaz de soltar por la boca: “No me temblará la mano”, con la
voz aflautada y la entonación de cierto personaje del NODO, puede
ofender -sobre todo al buen gusto- a poco que se empeñe, pero
apostaría diez contra uno a que el rifirrafe no es más que un paripé
para disimular la connivencia financiero-especulativa entre el Marín y
el Martín, dos hombres y un destino.
Se dice -aunque no hay poder sino en Alá- que parte del terreno del
Calderón es de Martinsa, trozo que se lo habría cambiado a, digamos, Marinsa por veinte o treinta millones. Marinsa necesita pasta para adquirir esos maravillosos cracks veraniegos -que alrededor de octubre devienen en alfeñiques- y pagar sus nóminas.
El incidente -¡acabáramos!- se produjo días después de que la
autodenominada “Plataforma para salvar el Calderón”, pusiese el grito
en el cielo. ¡Habráse visto, utilizar el estadio del Atleti para
enriquecer al presidente del Madrid! Es posible que a los miembros de
la plataforma, entre los que figura Gonzalo Calderón, nieto del último
hombre sensato que tuvo a bien presidirnos, les preocupen más los usos
del dinero que su procedencia y que señalen el pelotazo de Martinsa para conmover al simpatizante del Atleti, el cual vive en la inopia feliz y de espaldas a los chanchullos de Marinsa.
Ya es triste tener que recurrir al blanco para cabrearse, pero lo es
aún más divulgar naderías para salvar las apariencias, disfrazando de
tirantez un entente de lo más cordial.
El nuevo genio del Madrid, que es un presumido de la variante
fanática, ya ha mandado que les dijeran a Gil Marín y Cerezo: “Pues
devolvedme el parné y quedaos con el solar, muertos de hambre”. Imagino
la cara de consternación de los dos simpáticos colegas, tratando de apaciguar al otro: “¡Caray Fernandito, no te pongas así que era broma!”.
Hoy han trabado enemistad nueva
Menos por Febo que por Caco
Don Enrique el Cerezo y don
Fernando Martín,¡qué papo!
(Que me perdone también Góngora.)