Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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¡Que vuelva el Vojvodina!

El Mallorca mostró a los humildes de la tierra el camino para amargarle al Atleti en el Calderón el festín de fútbol y goles, a precio de menú, que había prometido a sus incondicionales. ¿Y cuál es? Un vulgar autobús de dos pisos ante el cancerbero propio. El Mallorca llegó, vio y se encerró. Lo normal es que hubiese pagado cara su osadía, pero Teixeira Vitienes le hurtó al Atleti un penalti nada más comenzar el choque. Quizá la pena máxima hubiese descerrajado el cerrojo balear, no lo sé. Dicho esto, es justo admitir que las dos o tres veces en que el Mallorca salió a respirar el aire de la noche, halló abierta la casa del vecino y, claro, era mucha la tentación. El gol de Güiza persuadió al Atleti de que el Mallorca, ¡qué fatalidad!, tampoco era el Vojvodina y al Mallorca de que el Atleti parecía tan vulnerable como en otras campañas. Los del Manzanares han canjeado clase física por clase técnica; en el fútbol hodierno no son intercambiables: hacen falta las dos y reunidas en cada profesional de los que componen el plantel.

Noté al público del Atleti, frío, escéptico, extrañamente silencioso (¿como la selva antes de la marabunta?) en muchas fases del match… En mi opinión ya sólo puede calentar sus ateridos huesos una fenomenal bronca. Pero Aguirre no debería ser el blanco de la ira. Los fabricantes y distribuidores al por mayor del fracaso son los okupas y su claque de ilusos. La venta de Torres, del Calderón y de gran parte de la ciudad deportiva iban a servir, entre otras cosas, para hacer un gran equipo de fútbol. No lo hay ni lo habrá —no con estos dirigentes—, como tampoco habrá estadio, ciudad deportiva y cuentas saneadas. (Al tiempo.)

Durante la pretemporada hubo nombres con los que se engolosinó a una afición cuya exigua felicidad se circunscribe a la primera quincena de agosto. (Aún no comprendo por qué no la incluyen los folletos de las agencias de viajes. Verbigracia: ¡Vueling le invita a un tour por el nuevo proyecto de Gil Marín!) Me quedo con los sonoros de Quaresma y Riquelme. Ninguno de los dos fichó por el Atleti y no es la primera vez que ocurre. Ahora que recuerdo, Sneijder, el nuevo as del Bernabéu, también estuvo hace un par de temporadas en la ficticia agenda de los técnicos rojiblancos, quienes, en realidad, trabajan como ojeadores para los clubes rivales. (Lo corroboran multitud de casos: Eto’o, Robinho, Rosicki, Arteta, Xabi Alonso… y la mismísima Madelón.)

En "Las Mil y una Noches" se dice que después de la paciencia viene la alegría. Pero la paciencia con los Gil y Cerezo pudo y debió haberse agotado mucho antes; prolongarla un año más prueba que los atléticos carecen de instinto de conservación. En realidad, los Gil sobraron desde el principio, pero el descenso a Segunda debió arrancar la venda de los ojos a los aficionados más obstinadamente ciegos. No fue así. Aquel incomparable fiasco les salió gratis a los okupas y carísimo al Atlético de Madrid.

Los comentaristas deportivos repiten un lugar común al objeto de curarse en salud y exonerar de toda culpa a los timadores: "En el Atleti han fracasado muchos grandes futbolistas". Los que fracasan son ellos, que, con semejantes dictámenes, manifiestan desconocer el abecé de su profesión. Ningún buen jugador pegó el petardo en el Atleti (excepción hecha del año del descenso); Juninho y Jugovic, por ejemplo, no triunfaron por culpa de su muy mala salud, no porque el Atleti —su historia o la responsabilidad de defender una camiseta centenaria— los arrugase. Es más, la idea de que el Atleti inspira temor a los novatos por su presunta grandeza es un delirio de ídem. Ni hay tal grandeza ni hay tal colitis. Otra cosa es que futbolistas mediocres hayan sido promovidos a la categoría de estrellas o de primeras figuras por una generación de sedicentes críticos cuya práctica más honesta consiste en hinchar el perro. ¿Son, por el amor de los dioses, auténticos cracks Simao Sabrosa, Luis García o Reyes? De ninguna manera, como tampoco lo es Forlán (ya no; acaso lo fue una vez, un año, un rato) y mucho menos el tal Motta, del que Cerezo ha proferido que destaca por "un tremendo poder físico unido a unas excelentes condiciones técnicas" (sic). Pues bien, juntos han costado unos 60 millones, aunque lo más seguro es que parte de ese dinero no arribe nunca a las tesorerías de los clubes de origen. En manos de un Monchi esta cantidad hubiera obrado prodigios; en las zarpas de Gil Marín también los obra, aunque sobre las finanzas domésticas de su ínclita familia.

(Para Fernando.) Sobre Riquelme punto y seguido. (Y digo punto y seguido porque por nada del mundo quisiera arrogarme yo un inexistente derecho a pronunciar la última palabra en este asunto o en cualquier otro.) A Riquelme lo contrató el Barça por plebiscito (su afición se puso muy tontorrona); no cuajó. En el Villarreal ha dado una de cal y otra de arena, pero al Villarreal nadie le exige nada: es un lugar muy cómodo para vivir y jugar al fútbol. Riquelme posee una magnífica técnica y un cuerpo robusto que le permite proteger el balón, pero es lento (no un falso lento, según la fórmula de Valdano, sino un lento de verdad), y el fútbol de hoy día demanda hombres ágiles y veloces. Esa es la razón, y no el presunto carácter conflictivo de Riquelme, por la que ningún gran club europeo lo quiere ni en pintura. El cerebro que me gustaría ver gobernar el Atleti es Steven Gerrard. Ahora bien, si el capitán del Liverpool estuviera sin equipo o en saldo, ¿no habría bofetadas?

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