Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Ganó la sucursal

Pertenezco a una generación para la que todavía el Bilbao era (bien que sólo sentimentalmente) la casa matriz y el Atleti, la sucursal. El Bilbao es admirable y no lo es, según se mire. Lo es porque juega con un handicap que se autoimpone (mucha gente simpatiza con el club porque vive de la cantera y poco más). Y no lo es porque, según creo, aún aspira a encarnar algo así como la supremacía de la raza vasca y no admite jugadores de otras latitudes. El Bilbao podría ser un grande español y europeo y no, como hoy, el guardián de no sé qué esencias coronadas por una boina. Pero en fin, allá ellos; ya son mayorcitos.

Caparrós había rogado encarecidamente a los suyos que no perdiesen la cabeza. Y el Bilbao, fiel a la consigna, salió sin la agresividad que antaño hacía temibles aquellos 15 minutos iniciales en San Mamés. Hasta que recibió el primer golpe. Recuerdo que al boxeador Toni Ortiz (de sobrenombre "Martillo", aunque mi amigo Miguel Ángel Rubio sostuvo siempre que hubiera debido apodarse "Yunque", porque recibía más que daba) su coach, el gran "Kid Tunero", lo adoctrinaba antes de subir al cuadrilátero explicándole las ventajas de una estrategia racional: "Toni, eres un buen boxeador, boxea pues: la izquierda por delante y la derecha junto al mentón; es muy fácil: tantea con el jab, muévete alrededor del italiano…", etc. Todo iba a pedir de boca hasta que Ortiz encajaba el primer puñetazo que no podía sufrir, (no tenía por qué ser el primero cronológicamente hablando). Era superior a sus fuerzas; sabíamos que el punto de inflexión del combate lo marcaba el crochet o el directo que lo despeinaban. Entonces, el improvisado estilista ponía cara de: "¡Será posible; ahora vas a ver lo que es bueno!" y se transformaba en un fajador de mil demonios. Tunero no abría ya la boca —¿para qué?—, y se limitaba a restañar entre asalto y asalto la sangre y el sudor que manaban copiosos del rostro del frenético púgil.

El Bilbao del miércoles bajó al fango después del gol de Agüero. Protestó, fingió, mordió las canillas del contrario (sus futbolistas, un cruce de león y hiena). Y Muñiz se puso nervioso. El entendido público de la Catedral olisqueó el miedo del árbitro y echó el resto. El Bernabéu y San Mamés se parecen (que nadie se ofenda) en que imponen. Por suerte, Muñiz no se descompuso del todo y se limitó a coser a faltas y tarjetas (algunas de ellas ridículas) a los jugadores del Atleti; pero por lo menos anuló las dos jugadas en las que la pelota había entrado (sin tener que) en la portería de la sucursal. Justo es señalar que, por contra, no se apercibió del alevoso golpe de Perea a Aduriz. (¿Alguien se ha propuesto acabar de una vez por todas con este tipo de fechoría tan frecuente hoy en los campos de fútbol? Saltan dos hombres a por un balón y uno de ellos cae fulminado. Ha recibido una caricia. El debate -como denominan ahora a las discusiones absurdas- sobre si es agresión o defensa propia se antoja fuera de lugar: ambos jugadores se elevan con los brazos separados del cuerpo -se diría que bucean en el aire-, y el que salta más, al caer, le atiza un codazo al otro. Es una canallada; erradíquese.)

Mientras les duraron las fuerzas a Maniche y Raúl García, el Atleti no pasó grandes agobios, salvo los derivados del canguelo de Muñiz, pero buena parte de la segunda mitad hizo de frontón contra unos pelotaris voluntariosos aunque imprecisos. Ni Reyes, ni Simao ayudaban a que el conjunto del Manzanares se estirara por las alas (creo que Aguirre se equivoca al hacer jugar a Reyes por la derecha: es un zurdo cerrado). En cambio, Forlán entendió el partido: trabajó con denuedo y generosidad (bien en la entrega, en el apoyo y en el desmarque) y consiguió un precioso tanto. No diré nada de Agüero porque volvió a ser the man of the match. (Imagino el son of a bitch que murmurarían entre dientes, más admirativos que cabreados, unos hipotéticos rivales del Kun en la Premier.)

Al Bilbao le faltaban hombres como Yeste y Orbaiz, sí, pero Caparrós deberá embonar el criterio defensivo de sus muchachos, que no es óptimo. No son los tiempos de Iribar, de Rojo, de Arieta, de Uriarte, tampoco hay ya "Balas Rojas" ni "Gamos de Dublín", pero el veterano Etxeberría cumplió y los jóvenes David García, Susaeta, Vélez e Iraola madurarán pronto. El portero tiene planta, colocación y reflejos; eso sí, falta un nueve mejor que Aduriz y también otra política, sin la cual será difícil que el Bilbao resurja.

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