Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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El paleto y el patán

-Ande abuelo, quédese.

-Me quedaría si el Madrid perdiera, pero al final ganará. Y el abuelo abrió la puerta de la tasca y salió al relente de la noche. Había visto cómo Agüero y el árbitro eliminaban al Valladolid, y se conoce que tenía bastante. Quizá el penalti sin sanción en las postrimerías del match copero le habían amargado algo (no mucho) la cerveza y la clasificación, pero no parecía triste. Me dispuse a imitar su ejemplo. Pagué mis tés y, cuando iba a enfilar la salida, la voz de antes me detuvo:

-Hombre, no te vayas; Maxi, ponle un botellín... Vamos a ver un ratito al Madrid, carajo. Dudé unos instantes, pero tampoco me esperaban grandes negocios, y me dije: "No le hagamos un feo; en vez de ir en tren, cogeré un taxi". Astuto, puse una condición:

-"Bueno, pero en cuanto marquen los blancos me voy". Nunca lo dijera.

En la tasca (una de las pocas de esta ciudad donde, si coinciden los partidos del Atleti y del Real, televisan al Atleti) permanecíamos unos cuantos clientes colchoneros y dos o tres madridistas en ronda por los bares del barrio (un vino aquí, una caña allá...). Primero acuden a sus reductos y después, si la cosa promete, al nuestro. Era ostensible que esta vez querían (dando por descontada la victoria) que los contemplásemos en toda la extensión de su actual suficiencia, esto es: chulearse. El Mallorca no podía no claudicar y el bocazas de Manzano no podía abandonar el Bernabéu sin haberse tragado sus impertinentes palabras.

Estamos ya creciditos, pero pertenecemos una generación que nunca madurará. De modo que, para mortificar a los invasores, empezamos a protestar todas y cada una de las decisiones de Medina Cantalejo, que fuera de las áreas dejaba hacer al Madrid, y a burlarnos de los finos loros que el PPV le pone al club de Concha Espina, quienes juraban no haber presenciado desde agosto un mejor fútbol del once de Schuster, aunque cualquiera podía ver el trotar desmayado de Guti, un artista que, cuando da el pase más obvio, proclama con el cuerpo: "¡Qué bueno soy!").

Fueron transcurriendo los minutos, y uno de los locutores profetizó: "Hay equipos que se encierran y aguantan casi todo el partido y, cuando al final caen, se quejan de su mala suerte sin ninguna razón". El otro también sudaba optimismo porque las cámaras enfocaban a Raúl y a Velázquez (el estupendo diez de la segunda mitad de los años 60 y la primera de los 70), y en aquellos rostros el locutor percibía la oronda, la orbicular, serenidad de los que nada temen. En estas, Marcelo le estampó un bofetón a Jonás y el árbitro salió a escape de allí, y nosotros parecíamos unos putos locos (muertos de risa, seamos francos): "¡Buuu! ¡Cucaracha! ¡Qué vergüenza! ¡Así gana el Madrid!", etc. Uno de los invasores interrogó con bastante gracia: "Maxi, ¿han venido de visita tus primos de Mallorca?"

El match entró en los minutos de la acostumbrada proeza, de la previsible hazaña, que los dioses reservan al heroico merengue, pero el cuero se resistía a horadar el marco bermellón; de modo que empezaron las lipotimias de los delanteros locales y sus protestas y dramáticas poses, sin que el árbitro, lívido, se atreviese a picar, y, en el único contragolpe mallorquín decente, ¡zas!, vaselina de Ibagaza y... ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol!

En el palco, Calderón le dio un golpecito congratulatorio al presidente del Mallorca, lo cual prueba que no tiene mal perder, todo lo contrario que Schuster, de quien luego oí que había felicitado a Manzano del siguiente modo: "Te has salido con la tuya, ¿eh? Enhorabuena, paleto". Ignoro si su colega le contestó: "Gracias, patán". ¿Los merengues de la tasca? Encajaron el revés desdeñosos: "¡Bah, la Copa es para los fracasados!"

Pero me percato de que apenas me referí al Atleti. Si tuviese que volver ahora a los pormenores del encuentro en Zorrilla no sabría cómo hacerlo de una manera ordenada. Ofreceré impresiones dispersas: el "Kun" es un fuera de serie (¿hay algún delantero preferible a él en cualquiera de las grandes ligas?), pero Forlán, nervioso y agotado, falló un par de goles. Reyes se lesionó solo, después de un fenomenal centro (desde la posición del interior zurdo) a Luis García, y éste vagó por el campo como excursionista dominguero sin brújula. Valera, por una vez, cumplió en el lateral; no obstante, Pablo Ibáñez, que había salvado un gol en la primera parte, comenzó acto seguido a dar síntomas de demencia senil; junto a él, Perea no falló un solo pase... al rival. Pernía, otro espectro, combinó muy bien con uno del Valladolid en el empate de los pucelanos. En cambio, Falcón transmitió la seguridad que no inspira Abbiati. Los del medio apenas jugaron (son risibles quienes insisten en que buena parte de las posibilidades colchoneras de acabar la temporada en un puesto digno dependen de la salud de un jugador que colecciona lesiones), y el Valladolid tuteó al Atleti y lo agobió al final. (Mendilibar puede quejarse de la pena máxima que no señaló Iturralde, pero no de la leña repartida por Motta -el hombre de las rodillas chungas- porque los suyos plagan de faltas los partidos.) 

Como la alegría dura poco en casa del pobre, pero mucho menos aun en casa del necio, me declaro pesimista sobre el resultado del derbi. Aportaré razones que juzgo sólidas: el Atleti es peor que el Madrid hasta Agüero (siendo generosos, hasta Forlán). Además, no está en mejor forma, y, por si fuera poco, Muñiz tiene coartada para inclinarse hacia el fuerte el domingo: el débil robó ayer.

Comentarios

pacoparaca ha opinado:

A esto llamo yo tener ojo clinico.

# enero 21, 2008 8:21