Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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La felicidad

Uno de los dos equipos de Madrid es dichoso (o lo era hasta el domingo 4 de enero a las siete en punto de la tarde), aunque va lejos del líder en el campeonato. Lleva sin ganar ni a las chapas más de una década (y lo que te rondaré), pero rebosaba satisfacción y estaba pasando –según decían– unas Navidades de ensueño. El otro, en cambio, no levantaba cabeza desde que hace un mes y medio se le declarase (o le fuera prescrita) una crisis de caballo. Tan es (o era) así que sus dirigentes, compelidos a reaccionar, primero despidieron al entrenador y después reforzaron el plantel (campeón de las dos últimas Ligas, por si alguien lo ha olvidado); empero, sus seguidores no las tienen todas consigo y exigen nuevas medidas. Ah, se me olvidaba un detalle que ayudará a completar el estupefaciente panorama: entre el primer equipo y el segundo mediaba hasta el domingo famoso ¡un punto en la clasificación, a favor del primero!; ahora la ventaja es del cuadro en crisis, que le saca al feliz ¡cinco puntos!

Tan ufanos estaban los botarates en jefe que okupan el Atlético de Madrid (suficiencia que arrullaban las vacaciones), que por una vez habían escondido a García Pitarch (el mensajero de las desgracias, el pregonero de la subida del pan, el cínico verdugo de la ilusión) y habían salido a pasear a cuerpo gentil ellos, previa consigna repetida ad libitum por sus cubicularios de los periódicos, a saber: lo perfectamente que colma toda aspiración colchonera enseñarle al Madrid el dorsal, la culotte o ese lugar donde la espalda pierde su honesto nombre. (Nunca se les ocurrió pensar ni a los cubicularios ni a sus jefes que esa felicidad gritona y entreverada de profecías de un hortera rosa-fucsia, no sólo confirma el minúsculo tamaño del club, sino que lo empequeñece aún más. Han convertido al Atleti en un bonsái.)

Pero es sabido que la alegría dura aún menos en la casa del necio que en la del pobre. (Y pensar que al Madrid le inquietaba o le irritaba que el Atleti fuera por delante en el campeonato era otra de las fantasías para consumo interno de los cubicularios y los okupas, que no saben que, de puro microscópicos e insignificantes, son invisibles para los merengues.)

De ahí que la invitación de ciertos ideólogos a disfrutar sin reservas del magnífico presente (el tercer lugar que se transformó en el quinto por arte de magia) sonara demasiado a "Goza, que te queda poco". Pues bien, la última cena del cerdo no es la última cena del condenado a muerte porque el animal, al revés que el ser humano, ignora que va a morir. Inherente a la condición humana es la facultad de prever. Y habría que ser muy animal para limitarse a fruir con cuatro goles (por muy de Agüero que sean), cerrando los ojos ante las patrañas y triquiñuelas que ocultan la destrucción programada del club. Por citar la última: esa fabulosa ciudad deportiva (en realidad, un gran parque de ocio) cuya fama ya se extiende por la redondez del orbe, aunque el primer ladrillo no haya sido colocado aún. Aquí se omite (un mero lapsus sin trascendencia) que el Atlético no puede construirla porque no tiene dinero, y serán los que financien las obras los explotadores y beneficiarios exclusivos de las mismas. Al Atleti le permitirán, a lo sumo, entrenar en los páramos de Alcorcón, a cambio de un canon (que en la vida nada es gratis) de la misma naturaleza del que paga ahora por el uso del Manzanares, antaño su casa. Esto es como lo de los pieles rojas: primero les quitaron las tierras y la existencia; después confinaron a los raros supervivientes en reservas inmundas y más tarde usaron sus nombres, exóticos ropajes y utensilios (la pipa de la paz, el bélico tomahawk, etc.) para atraer a los turistas. El saqueo del Atleti –como expliqué en mi penúltima monserga– es en su nombre, a sus expensas y por gente pintada a brocha gorda de rojo y blanco.

Pero detrás de ese fulero "¡Venga tío, no le hagas asco a la copa de Vega Sicilia; apúrala y que te quiten lo bailao!" de los ideólogos puede haber cierta mala conciencia (if any). Imaginemos a alguien obligado por su profesión a ejercer la crítica y a informar, pero impotente para hacerlo por falta de luces, por vagancia o por mera cobardía. Semejante individuo tenderá a calumniar el menor conato de sensatez como producto del resentimiento, de la envidia, de la incapacidad de gozar y otras hierbas. Y redoblará sus esfuerzos para desacreditar a los que, ante la nunca vista ni oída hazaña de ir terceros o quintos, pronuncian un tajante: "No sirve, idiotas". Los ideólogos no ignoran que se han ganado a pulso el desprecio de los 14 disidentes (según el cómputo harto optimista de Cerezo) que no les ríen las gracias (if any); y no los pueden dejar en paz. Quizá teman que ese puñado de personas nada contentadizas sea el germen de una oposición más numerosa y operativa. (El germen es siempre pequeño, pero atesora un potencial de eclosión y desarrollo que no tienen la planta o el árbol ya adultos.) Sin embargo, no conviene descartar otro factor: los creyentes de cualquier fe (y más los conversos a la fuerza y, peor aún, los sacristanes pelotas de pontífices y prelados) experimentan el descreimiento ajeno (por minoritario que sea) como una amenaza a sus convicciones y a su posición. En el reino de la rabiosa y estruendosa unanimidad, no cabe la negación, ni tan siquiera la duda. Pues para ellos la toba del cohíba; nosotros hace tiempo que dejamos de fumar.

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