El rodaje
Lo que más me gustó de la victoria del Atleti en la Supercopa
de Europa fue el modo tranquilo con el que los jugadores y el entrenador saludaron
el inobjetable triunfo. No era para tanto, y es bueno que los profesionales lo
comprendan así. (Por debajo del confeti y de la euforia descorchada, hubo
sobriedad. Felicidades por esa conciencia y por el trofeo, ni que decir tiene.)
En cambio no me gustó nada la actitud de Forlán cuando fue sustituido; autor de
un partido voluntarioso pero muy deficiente desde los puntos de vista técnico y
estratégico, Forlán olvidó una vez más que el héroe es el equipo. Se diría que su
meta no era que la copa fuese a parar a las vitrinas enmohecidas del club que
le paga, sino ser el próximo Balón de Oro. En cambio Agüero, su colega de vanguardia,
despachó un partido discreto para sus posibilidades, discreto pero coherente.
Hizo lo que debía, le saliera o no. Forlán, cuyo nombramiento como mejor
jugador del Mundial no fue del todo injusto, saltó al campo con la perniciosa actitud
que refleja la tópica frase "ahora vais a ver", y volvió a supeditar los
objetivos de la entidad a los personales; sobreactuó; malinterpretó las
situaciones y se condujo de una manera solipsista, sordomuda, en multitud de
lances del juego. Por eso carecía del derecho a enfadarse cuando lo reemplazaron,
y la cariñosa colleja que le propinó
Reyes cuando el Kun marcó el segundo tanto significaba: "Alégrate y relaja el
careto, hombre, que vamos a ganar".
Pero lo que me produjo verdaderas nauseas fue el desahogo
con que el tal Cerezo (ese redomado golfo, ese idiota convicto, ese disléxico
con tendencia irrefrenable a presumir y a mutilar el idioma) se colocó el
primero de la fila para recibir la medalla de campeón. ¿Tiene tamaña
desfachatez algún precedente?
Cuando vi la alineación de Quique me dije: mal asunto. Por
suerte me equivoqué. Quique acertó en el planteamiento y en los cambios, y se
dejó guiar por el criterio de la forma, el único que cuenta. Del Inter le
preocupaban Sneider, Maicon y las
jugadas de estrategia. Ahogó al holandés, tapó al brasileño (en mi opinión, un futbolista
que teniéndolo todo hace muy poco; luego de algo carece) y, sacando a Domínguez
de "tres", ganó un central más para los córners. ¿Y por qué sólo le inquietaban
esas cosas? Quique no ignoraba que el Inter estaba peor preparado (extremo que únicamente
se atrevió a indicar Luis Suárez). Muchos de los jugadores del Atleti tenían casi
un mes más de entrenamiento que la mayoría de los del Inter. De modo que la
gran ventaja del Atleti sobre su rival no era que el galardón se disputase a un
solo partido, ni que el favorito de la prensa fuese el conjunto italiano, ni
tampoco la superior ambición rojiblanca (lo que para el Inter era un adorno, el
complemento a un estupendo ejercicio, para el Atleti se antojaba trascendental,
pues quién sabe cuándo volverá a disputar
otra final como ésta). La gran ventaja del Atleti era el rodaje. Al poseer
menos internacionales, muchos de sus hombres estaban en mejor condición física.
El vuelo de los aviones neroazzurri no podía ser rasante porque
aún permanecían en el hangar o en el taller. Ítem más: los equipos muy
trabajados y con aspecto de máquinas, el caso del Ínter, que viven de aburrir
al contrario y esperar su oportunidad, necesitan un engrase perfecto para adquirir
ese plus de eficiencia que los hace muy difíciles de batir. (El Ínter es todo
menos una colección de figuras; más bien consiste en un grupo de obreros muy
cualificados).
Así, después de un primer tiempo casi anodino, con su fase
de tanteo, su guerra de nervios y el consiguiente desgaste, varios signos
anunciaron que el Atleti prevalecería: los rechaces y despejes se resolvían
casi siempre a favor de los jugadores colchoneros; García parecía más ágil que
Cambiasso y hasta acertaba a dar un pase primoroso a Simao en una jugada
anterior a la del tanto de Agüero; y el propio Simao, que sólo jugó para tapar a
Maicon, se permitía el lujo de irrumpir en el área enemiga. Y aunque Perea
volvió a conceder otra clara ocasión de gol (en cada partido regala uno, como
mínimo, acepte o no el obsequio el contrario), y García midió mal en la pugna
por un balón en el área propia, cometiendo penalti, el desenlace del choque no
podía ser muy distinto del que se produjo.
¿Es el Atleti el mejor equipo de Europa, el campeón de
campeones, el supercampeón? Parece mentira que haya que formular estas
preguntas aunque sea en broma. El Atleti jugará esta temporada en la segunda
división del fútbol del Viejo Continente, mientras que el perdedor del duelo por
la supremacía europea (más quisiésemos) irá derechito a la Champions. Algo
no encaja. Los objetivos del Ínter y del Atleti hablan con harta elocuencia de
los diferentes tamaños y destinos de ambas instituciones. Uno aspira a
revalidar el scudetto, ganar la Champions
e imponerse en el mundial de clubes. El otro se conformaría con quedar tercero
o cuarto en la Liga. De ahí que el tan cacareado retorno del Atleti a la ciudad
de los grandes, después de un prolongadísimo retiro en el campo, no sea más que pura propaganda; esto es: una falsedad en sus noventa y nueve centésimas
partes.