Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Arteche

Por encima o al margen de la opinión que nos mereciese como futbolista, Arteche fue uno de los primeros jugadores que se atrevió a plantar cara a Gil, y cuando fue despedido y los tribunales le dieron la razón, siguió siendo un detractor acérrimo de los okupas. Por ello es digno de elogio, ya que la mayoría de los veteranos, incluso los que salieron abruptamente del club, luego han mantenido, con muy honrosas excepciones, una actitud entre indiferente y sumisa: o se han alejado de la institución o se han arrimado a los okupas.

En aquel entonces, la masa iba con el gran parásito, en parte porque consideraba, como ahora, que los jugadores son unos señoritos podridos de dinero, a los que conviene apretar las tuercas y atar corto (o putear, sin contemplaciones) y en parte porque Gil se parecía al Hitler de la Gran Alemania; lo suyo iba a ser el reich milenario. El público colchonero (la sedicente mejor afición del mundo) acató sin rechistar el finiquito de Arteche, del doctor Ibáñez, del propio Luis, de Landáburu, de Setién, del otro Quique, etc. Gil vendió la traca de defenestraciones como una limpieza del club: había que eliminar a los elementos anticuados y entorpecedores de la gestión. Gil era, claro está, el hombre nuevo. Y el público acató las arbitrariedades sin ningún disgusto (al revés, con secreta fruición) porque aquello también formaba parte del espectáculo. No había victorias, pero el enojo del mandamás (tan grosero como ficticio) superaba en varios decibelios la frustración del hincha y se adelantaba a ésta, prefigurándola.

Arteche no se dejó ni engañar ni comprar por Gil, y siempre que tuvo la oportunidad denunció los tejemanejes y golfadas de los okupas. Todo en vano, como es bien sabido.  

Ahora el hipócrita de Gil Marín pondrá una carita compungida e intentará adueñarse siquiera por un rato del cadáver de Arteche, aunque no ignore que, con unos cuantos mercenarios como el santanderino, tal vez él y sus compinches hubieran ya pasado a la historia, a la negra del fútbol, ¿a cuál si no?

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