Campeonato mundial de la cara dura (I)
Dos notas sobre el caso Agüero.) 1ª).-
La culpa exclusiva de todo cuanto ha sucedido es de Gil Marín, que, además de
bribón e hipócrita, nunca anduvo sobrado de coraje. Sus tejemanejes con los
representantes y los futbolistas y su tendencia a esconderse hasta detrás de
los niños han dejado a Agüero el trabajo sucio de quedar como una persona egocéntrica,
caprichosa e infantil, paripé por el que le han pagado su peso en oro, todo hay
que decirlo; el papel de villano absoluto se lo han adjudicado los ultras (el
pueblo jamás es inocente), que de esa forma han podido dar rienda suelta a lo
único que les pone de verdad: el fácil odio de la palabra gruesa, que es el
odio automático, histérico y sin luces de los impotentes bocazas en el último
estadio de la resignación; no son lobos sino ovejas rabiosas. Y si Agüero no ha
acabado en el Madrid (¡menudo éxito, eh!) o en el Barça es porque, al parecer,
no convencía ni a Mourinho ni a Guardiola, que prefieren delanteros más
laburantes.
2ª).-
Me importa un bledo que el "Kun" no se sienta del Atleti y que Torres no se
sienta de otro equipo. Lo decisivo es que ninguno de los dos actúa aquí. En
realidad esta idiotez de mezclar el hincha y el profesional es otra desgracia
del balompié que sufrimos. En la época anterior a los besaescudos (¡la hubo; doy fe!) el aficionado era poco agradecido, pero no exigía a los
jugadores que saludaran a la grada, ni que multiplicaran las carantoñas a los
colores, ni los arrumacos a los hinchas. Yo pago, miro, animo (si me peta y te
lo mereces) y hago oír mi opinión; tú entrenas y juegas lo mejor que sabes y
puedes. Estamos en paz. Pero hoy los astros, según los forofos, o están en
deuda con el club (o sea, con los forofos) o el club está en deuda con ellos y
hay que tributarles culto de latría y sacarlos en procesión.
Por
si fuera poco, desde hace bastante tiempo predomina entre los ideólogos la torticera
tesis de la felicidad. ¡Ay, es que no le dejan jugar a fulano donde él quiere y
el pobre está contrito! ¡Jopé que injusto es el mundo! En realidad, se trata de
favorecer a los clubes poderosos arrebatando a los medianos y pequeños los deportistas
de valor. El presupuesto de la taimada argucia es: el futbolista debe ser dichoso.
Nada más falso. Lo que debe es jugar donde tiene contrato. Gana mucha pasta el
futbolista de élite y nadie le obliga a firmar. Pero en el caso de Agüero, es
el club el que ha organizado su salida porque a los Giles nunca les interesó la
permanencia de los buenos jugadores en su plantel. (El Atleti de los okupas es como un quiosco de periódicos
donde bajo mano se vendiese marihuana. El negocio sería la hierba, no la
información.)
El
legado de Agüero es diáfano: un puñado de partidos estupendos y cien goles, muchos
de ellos excelentes, algunos memorables, pero sobre todo la evidencia de que no
existe el club; es una irrisoria ficción.
(Fintas de fantasmas.) Para algunos
seguidores del Atleti el balonmano es un miembro amputado que todavía duele.
Ahora se anuncia con la trompetería habitual que el club recupera esa
especialidad deportiva. Es un nuevo embuste, pura propaganda. Los okupas van al rebufo del Ciudad Real
(equipo campeón que armó el exiliado
Juan de Dios Román), para sorber prestigio a bajo coste. Se trata de una
operación de imagen con aire de broma de mal gusto, pues hace un par de años,
Cecilio Alonso, Lorenzo Rico y Paco Parrilla quisieron resucitar la sección con
un plan modesto y hacedero, y les dieron con la puerta en las narices. En aquel
Gaudeamus, donde acudieron los tres ases a explicar su proyecto (perdón por
utilizar una palabra que han envilecido los okupas),
uno de los asistentes aseguró poseer los derechos del balonmano colchonero,
cedidos generosamente por Jesús Gil,
quien había desahuciado a un moribundo para que nadie le imputara el fiambre.
¿Qué va a ocurrir con esos derechos?