Telegramas desde el Este (3)
Los grandes juegan con ventaja, cuando deberían hacerlo con
handicap. España hizo un penalti al
final del partido que el árbitro no cobró,
que diría un comentarista argentino. Antes hubo uno en cada área. El nuestro lo cometió un desquiciado Ramos, quien trató de anticiparse en una acción
intrascendente y habilitó un hueco por el que prosperó el ataque rival. Allí
llegó él como un caballo y se cruzó llevándose por delante el esférico y al
croata que se lo disputaba.
Pero lo peor fue el barullo organizado por Del Bosque, que cometió
un cambio que requería otro (o los haces a un tiempo o no solucionas el
problema porque creas otro); puso a Navas por Torres, con la idea de que el
sevillista desbordase y no tuviese a quien darle el pase de la muerte. Durante
varios minutos se sucedieron las jugadas que exigían un delantero que les
pusiera colofón rematador, pero no lo había. Volvió Cesc y más tarde Negredo.
En fin...
A Del Bosque no le gustan ni Torres ni Silva, y a nada que
vayan bien o mal las cosas los sustituye o los deja en el banquillo (el canario
jugó poco en el Mundial). La pregunta es ¿por qué los lleva?, si los considera
inesenciales.
Un día de éstos a Del Bosque se le marchitará la flor, que
antes que él lució en la solapa o quizá más abajo el finado Miguel Muñoz, y
entonces culpará a la mala suerte y los críticos dirán amén.
España pasó entre las bengalas de los gamberros y la
cansina verborragia de los locutores. Todo el mundo habla de las semifinales,
pero antes habrá que jugar los cuartos: la vieja muralla contra la que solían
estrellarse nuestros afanes conquistadores. Una herrumbrosa señal de peligro aún
lo indica.