Debería existir una palabra para definir la enfermedad y síntomas de quien no sabe quién es. Algún término griego con tintes médicos y onomatopeya pomposa.
Algo así como "anonimatosis", o "difusalgia". ¿Qué eres? ¿Eres siquiera? ¿Existes porque te damos todos el mismo nombre (o definimos todos lo mismo, de tan distintas maneras)? ¿Eres tan único que eres sólo en lo que te diferencias?
¿Quién eres? ¿Quién quieres ser?
¿Eres lo que quieres ser?
Te veo querer ser Jacob, eres Esaú. Te pintas Abel, te conocen Caín. Sales de víctima en los mentideros y de rufián en los mensajeros. Secuestrado por conocidos, sociedad anónima, pelele de campeonato. Omne tibi impune lacessit, Vorsprung durch Technik, Dolce&Gabanna, lo que los demás digan de ti. Y así no hay manera de saber quién eres.
Campeón o simple ganador. Guadamecil rematado o cordobán sin remate. Arraclán de escribidores sin honra, o pupitre de ilustres plumas, en el anochecer, bajo velas sin barco. ¿Qué eres, lo que tanto me poblaste?
Fuiste Athletico en mis cartas a los Reyes, en el 1X2, en el salto del b/n al color. Fuiste orgullo, coraje y corazón. Fuiste rabia, amor y decepción. Fuiste y ¿eres?, dime, ¿eres?, ¿queda algo de ti? ¿Una señal, un resquicio, una marca? Señor, una dichosa marca... un amor hacia algo sublime, abstracto, sin razón: un amor esclavo, más cuanto más etéreo, como el sentido por alguien que nunca pudimos tocar, a quien no vimos hablar, ni siquiera comer, ni mucho menos cagar. Alguien cuya personalidad sólo imaginamos en onanismos virtuales, alguien del que al preguntarnos "¿quién eres?" cabrían tantas dudas. Y en la duda, la condena, impartida por el agresor: la hagiografía de una imagen, virgen en nuestro ideario, sacacuartos de nuestro bestiario. Nada legal ni legítimo.
En el fondo, creo que lo que me genera esta duda, no es que seas o dejes de ser. Es que no eres dueño de ti mismo. Y cuando no sabes quién eres, ni crees saberlo, ni tienes voz interior que lo sepa aun sin necesidad de verbalizarlo, corres el peligro de creerte ser lo que los demás te digan. Para bien y para mal. Quizá alguien debería saberlo por ti. Pero por desgracia no tienes dueño, y el que hoy te esclaviza tampoco te posee, así que nadie sale en defensa tuyo, y estás a merced de la opinión. De cualquiera.
Una pista más sobre el delito de esta ignominia. Sería mejor la muerte (?).