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enero 2008 - Artículos

Al Atleti, sepultado en sus ruinas

En los geniales versos de Quevedo, el peregrino busca a Roma y en Roma misma a Roma no la halla. De igual modo, en la grandeza, en la hermosura del Atleti, huyó lo que era firme, y solamente lo fugitivo permanece y dura.
 
Permanecen las palabras de Pelé: “si yo era el rey del fútbol, Ben Barek fue su dios”. Olvidadas, llegaron al Olimpo donde habitan Carlsson, Marcel Domingo, Vavá, Ramiro, Mendoza, Griffa, Ayala, Pantic, Leivinha, Dirceu, Heredia o Pereira.
 
Duran los diecinueve títulos nacionales, la Intercontinental y la Recopa, efímeros como el hockey (masculino y femenino), el boxeo, el voleibol y el glorioso balonmano: Juan de Dios Román, Lorenzo Rico, Cecilio Alonso y tantos otros.
 
Se agigantan las figuras de Aparicio, Gabilondo, Escudero, Silva y Mújica, Verde, Collar, Rivilla y Calleja, Peiró y Adelardo, Ufarte, Luis y Gárate, Rodri, Salcedo, Capón, Martínez Jayo y Jabo Irureta.
 
Permanecen los nombres de los presidentes que engrandecieron al Atleti: Luis Navarro, Cesáreo Galíndez, Javier Barroso y Vicente Calderón, junto a los de sus entrenadores y directivos más atléticos.
 
Pero huyó lo que era firme: el espíritu que nació a principios del siglo XX de la mano de mineros vasco-madrileños. El calor de un barrio, el del Stadium Metropolitano inolvidable, irrepetible, compendio de una ciudad y de un tiempo.
 
Huyó lo más valioso de la historia colchonera: la pasión, el orgullo, las manos limpias, la preferencia a los barcos de la honra, el valor del esfuerzo, la lucha ante la arrogancia, el cocidito madrileño.
 
Se ha diluido el quijotismo de creer que el mundo es como nosotros queremos que sea: los molinos gigantes, y las rameras princesas; no perdura la utopía de pensar que se puede derrotar al Imperio Galáctico por siempre jamás amén.
 
Se llevó el viento los sueños de un mayo del 68 adelantado a su época: estudiantes junto a obreros; se borró la senda de los elefantes de una avenida de la Reina Victoria (tan impostora como su hermana la Derrota) rojiblanca para siempre.
 
Y volviendo a nuestro clásico, la corriente del aprendiz de río, como si fuese la del Tíber caudaloso, ya sepultura, llora a su paso bajo los puentes de San Isidro y de Toledo, con funesto son doliente. Son de la loma, son de La Habana.

Posted: 09 ene 2008, 06:56 por SDHEditor |
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