Columnas del Foro

Las Perlas del Foro de Señales de Humo

Sobre las Columnas

El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

Recursos Sindicaciones

marzo 2008 - Artículos

Fechas, glóbulos, nuevos tiempos (y IV)

El día 20 de Septiembre de 2010, domingo soleado de cielo azul de Madrid, empezaba la liga municipal de fútbol aficionado. Como todos los años, equipos de treintañeros fondones, viejas glorias futbolísticas y jóvenes impetuosos iniciaban una liga destinada a mantener a los jugadores en forma, a alejarles de sus mujeres durante un rato, a juntar a los amigos, a dar una excusa para tomar cañas luego sin sentimiento de culpa, a aliviar resacas.  Como todos los años, plantillas con equipaciones de oferta de las tiendas del barrio coincidían en el campo de fútbol de la Chopera, en el corazón del Retiro.

No obstante, ese año algo había cambiado. Entre las sonrisas generalizadas, un equipo no sonreía. Los jugadores tenían las caras serias de los que se juegan algo importante. No estaban allí para sudar la paella del día anterior, ni para tener una excusa para ver a sus amigos.  Tenían una misión que les ilusionaba y les pesaba. El equipo había nacido la primavera anterior, en un bar irlandés del centro de Madrid, en el seno de una reunión de amigos. La misión había sido definida en ese mismo sitio, ese mismo día, aunque se preparaba desde hacía meses. El equipo vestía camiseta de rayas rojas y blancas, pantalón azul y medias rojas con la vuelta blanca.

Unos meses antes, a finales del mes de Mayo de 2010, el Club Atlético de Madrid anunciaba oficialmente su desaparición. Las deudas que arrastraba desde hacía unos años impedían su viabilidad económica, a pesar de la venta del estadio, su único patrimonio. Los auditores habían revelado que el estadio había sido vendido mucho antes a un entramado de empresas fantasma con sede en diferentes paraísos fiscales. Cuando se vendió definitivamente al Ayuntamiento de Madrid, el club ya no era el propietario y no tenían nada que ofrecer a sus acreedores. Los nuevos dueños, empresarios del sector inmobiliario, habían acelerado la demolición del campo, que voló por los aires un día de agosto de ese mismo año para evitar disturbios, aprovechando la ciudad desierta. El día que el Calderón se convirtió en un solar, según el periódico local, unos tres mil quinientos seguidores vestidos con los colores del club habían asistido, impotentes y rabiosos, al sacrilegio.

Un mes y medio antes, algunos de los que asistían a la voladura habían creado otro club de fútbol, al que llamaron Atlético de Madrid 1903, Club de Socios. Surgió como un delirio tras varias pintas de cerveza negra, pero iba tomando forma. Se inscribiría en una liga local para ir subiendo posiciones en las divisiones federativas. Si todo iba bien subirían una categoría por año, y en siete o a lo sumo diez podrían estar pensando en un ascenso a segunda división. Ya había algún precedente, no tendría por qué no funcionar. No tenían dinero, ni jugadores ni fondo físico, pero tenían fe, y ganas, y rabia. Dos cosas se prometieron: la primera, jugar con botas negras, sin marcas, en señal de duelo; la segunda, en caso de ganar el campeonato no lo celebrarían porque, se dijeron, el Atleti no celebra ascensos.

El día 20 de Septiembre de 2010, domingo, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, debutaba en la liga municipal del distrito de Retiro. Debutaba a las 13.00 contra otro equipo del que nada sabían, salvo que ya había jugado algún año en esa misma competición. Los jugadores, también treintañeros, canosos, fuera de forma y nerviosos, sabían lo que se jugaban.

Cuando terminó el partido anterior prematuramente por una lesión del portero, los nervios se transformaron en pánico. Cuando los jugadores del Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, saltaron al campo a calentar, repararon en que alguien les miraba. Dejaron de estirar y se juntaron cerca del centro del campo para ver cómo, por los accesos al polideportivo de la Chopera, se acercaban cientos, miles de personas vestidas de rojo y blanco.

Señores, niños, bebés, pandillas de adolescentes, familias con sus niños, grupos de jubilados, señoras solas se acercaban al campo. No sabían cómo se habían enterado, pero allí estaban. Había profesores de instituto, catedráticos de sociología, informáticos, parados, taxistas y diplomáticos. Llegaron periodistas, fontaneros, ricos ociosos, pobres de solemnidad. Vino gente de Tarragona, de Asturias, de Canarias y de Cádiz; vinieron alemanes, búlgaros, ecuatorianos y escoceses, quienes llamaban por sus dispositivos móviles audiovisuales a otros de Portugal, Extremadura y Galicia. Vinieron muchos de Valencia, y muchos y muy ruidosos argentinos. Venían de Chamberí, de Carabanchel, de Villaverde, de Arganzuela, y de Retiro, de Getafe, de Alcorcón, de Patones y Segovia. Altos, bajos, melenudos, calvos, fuertes, flojos, ultras, tranquilos, rockandrolleros,  hooligans, aficionados a Bukowski, a Tolkien, a Cervantes y a Carlos Fuentes. Socios del Estudiantes, micólogos, novilleros, famosos, músicos, triatletas y celíacos. Llevaban camisetas del Doblete, del Centenario, camisetas Puma, Meyba, Nike y Toft's. Camisetas rojiblancas, rojas, azules, blanquiazules y amarillas. Según el periódico local, tres mil setecientas personas llenaron las bandas del campo de la Chopera para ver un partido de aficionados fondones. Como suele pasar en estos casos, en realidad fueron más.

Los jugadores del Atlético de Madrid 1903, Club de Socios estaban paralizados cuando el árbitro pitó el inicio del partido. No daban una a derechas, no podían con la responsabilidad. No eran profesionales, no querían fallar a esa multitud vociferante y no sabían si serían capaces. Cuando el extremo derecha se tropezó torpemente y fue a aterrizar contra una señora con bufanda que llevaba dos niños de la mano y que minutos antes había colocado un ramo de rosas rojiblancas junto al corner, ésta le miró con una calma contagiosa y le dijo: "Tranquilo. Y gracias". Y sonrió. Sonrió también el extremo derecha y volvió al campo con una confianza extrañamente renovada.

Se soltó, jugó mejor, llegó a controlar un balón y forzó un corner. La defensa subió, la delantera tomó posiciones. El extremo derecha golpeó con rosca y el balón describió la trayectoria soñada por cualquier cabeceador. Entre la maraña de cabezas y camisetas surgió potente la figura del portero rival, quien se hizo con el balón con facilidad. Al aterrizar, entre un murmullo de decepción de la hinchada, pronunció estas palabras:

  • - A ver si nos tranquilizamos y hacemos bien las cosas. Así no le metéis un gol ni al arco-iris y tenemos que subir de categoría por cojones. Sois, somos el Atleti. No lo olvidéis. Así que tranquilos y a divertirse.

A tres minutos del final, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, ganaba cómodamente por tres a cero. Las palabras del portero del equipo rival habían tranquilizado a los jugadores. Por alguna extraña conjunción astral todos entendieron en el mismo momento que era mejor esperar al contrario, recuperar el balón y buscar a los extremos. Así habían conseguido tres goles y una fe ilimitada en ellos mismos. Sin saber por qué, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, jugaba al contraataque. Así llegaron los goles, el creciente aliento de los espectadores, el gusto por jugar, el orgullo por llevar la camiseta.

Y entonces, a tres minutos del final, volvieron a paralizarse. No fue un gol rival, ni una expulsión, ni una entrada escalofriante. Fue un sonido grave, profundo y lejano que se fue haciendo más cercano, más presente y más intenso. Al principio creían que era el ruido que hacía un enorme camión que hacía temblar la tierra, o una de las tuneladoras que empleadas en las recurrentes obras iniciadas por el alcalde.  No era eso. Se paralizaron cuando comprendieron que, a tres minutos del final, tres mil setecientas personas según el periódico local, seguramente más, cantaban a voz en grito el himno del Metropolitano. También se quedaron de piedra los jugadores rivales, el árbitro y los que jugaban en los campos vecinos. Se petrificaron los que paseaban por el lago, los que bebían horchata en las terrazas y los que empujaban a sus hijos en los columpios. Se quedaron de piedra también los agentes de movilidad, los libreros de la Cuesta de Moyano y los visitantes del museo del Prado. El único que reaccionó desde su cercana fuente, según cuentan algunos, fue Neptuno. En medio del himno, cuentan, levantó el tridente y lanzó un bramido tal que hizo pararse el reloj de Correos y aterrorizó a los leones de la carroza de la Cibeles, quienes sólo alcanzaron a lanzar dos timidísimos maullidos mininos: el primero fue de miedo; el segundo, de envidia.

Terminado el partido y consumada la victoria, la gente se fue, sonriente y silenciosa, camino de la puerta de la calle Ibiza. Mientras cruzaban el Retiro pensaban en la paradoja que habían vivido: en un equipo nuevo que nacía ya con tradiciones. En el nacimiento de una nueva época que era, no obstante, la recuperación de los viejos tiempos. En lo que iban a disfrutar durante los años siguientes viendo a equipos pequeños en campos malos.

Entretenidos iban en estos pensamientos los que habían asistido al prodigio cuando, espontáneamente y sin decir nada, muchos empezaron a colocarse en una larga cola.

La cola se formaba delante de dos grandes autobuses de donación de sangre.

FIN

Posted: 24 mar 2008, 03:23 por admin |
Archivado en:
Fechas, glóbulos, nuevos tiempos (III)

El 21 de Septiembre de 2012,  Adelardo Molina Torres salió por primera vez en meses a dar un paseo. Dos años antes, por esas mismas fechas, había sufrido un accidente ridículo que cambió su vida.

Aquel día, justo cuando pasaba por debajo del Teatro Alcalá, en la calle Alcalá esquina Jorge Juan, cerca del Retiro, un operario sufrió un descuido. El operario trabajaba junto con otros compañeros instalando el cartel anunciador de la sexta secuela de la saga musical que contaba las tribulaciones del grupo Mecano. Mientras intentaba ajustar parte de la cartelería, hecha en madera y plástico rígido, algo le hizo desviar su atención y la cincha que sujetaba resbaló de sus manos. Cuando le preguntó la policía, el operario argumentó que se descuidó por estar inmerso en diferentes pensamientos abstractos.

Cuando la cincha resbaló, las tres últimas letras del letrero principal y una de las figuras del cartel cayeron al suelo desde una altura de ocho metros. Cuando los bomberos consiguieron retirar lo que había caído, repararon en el cuerpo inconsciente de Adelardo Molina Torres. Por un cúmulo de circunstancias, éste se hallaba justo debajo del voladizo del teatro hablando por su dispositivo audiovisual portátil cuando se vió sepultado simultáneamente por la enorme figura de un teclista que tocaba dos sintetizadores a la vez, uno con cada mano, y las letras A, N y O, todas ellas mayúsculas.

Trasladado de urgencia a la vecina clínica de El Rosario, en la calle Príncipe de Vergara, cerca del Retiro, los médicos diagnosticaron varias contusiones, dos fracturas en cada pierna y varios cortes profundos en brazos y espalda. Nada más. Un milagro. Aunque no practicaba ni le gustaba ningún deporte, Adelardo Molina Torres tenía una masa muscular notable que preservó sus órganos vitales. El único contratiempo serio, causado por el tiempo que pasó bajo las letras y el peso de las mismas, fue que Adelardo Molina Torres perdió mucha sangre. Fueron necesarias varias transfusiones para que recuperara el tono vital. Reducidas las fracturas, anduvo en silla de ruedas y posteriormente con muletas durante muchos meses. Después de muchas horas de rehabilitación, podía por fin andar tranquilamente, sin ayuda.

Andaba por fin sólo y sin ayuda por el bulevar de la calle Sáinz de Baranda, cerca del Retiro, cuando reparó en que se sentía distinto. Tenía ganas de hacer cosas que nunca antes le habían interesado. Se movía por impulsos, giraba por calles que nunca hasta ahora le habían llamado la atención. Se notaba diferente, y eso le asustaba y le gustaba a partes iguales.

Paró en el antiguo bar Domínguez, en la esquina con la calle Narváez. El bar acababa de recuperar su nombre y aspecto tradicional después de haber sido convertido por unos nuevos dueños en lo que llamaron un "espacio eno-gastronómico". El nuevo negocio había quebrado, no había resistido los nueve años de obras que el Ayuntamiento había tenido a bien mantener en su misma puerta. Ahora, el negocio había vuelto a manos de los hijos gemelos del primer propietario, quienes habían recuperado el antiguo cartel rojo, la antigua barra y el antiguo sabor a bar antiguo.

Sin saber muy bien por qué, Adelardo Molina Torres entró en el bar Domínguez. Se sentía bien, muy bien. Pidió un café con leche, e insistió en que ni la leche fuera desnatada ni el azúcar fuera sucedáneo. Se tomó el café y le supo mejor que nunca. Pidió otro e hizo lo propio. Al ir a pagar, una idea le asaltó la mente como un rayo.

  • - Cóbreme los dos cafés. Bueno, no, cóbreme tres. Con el dinero del tercero invite usted al próximo cliente que entre, siempre y cuando tenga cara de que no le van bien las cosas.

El camarero puso cara de sorpresa. No de extrañeza, sino de sorpresa. Antes de que pudiera decir nada, Adelardo Molina Torres explicó su repentina e impulsiva decisión.

  • - Es que me encuentro bien. Quiero pasarle algo de mi bienestar al siguiente que entre. Quiero compartir el buen momento que vivo. Si entra alguien con mala cara y le invita usted a un café le dará una alegría y yo me alegraré por ello.

El camarero no salía de su asombro. Dudó si decir algo. No conocía a aquel cliente que le pedía algo que le resultaba familiar. Cogió los 14 euros justos que el cliente dejaba sobre el mostrador  y no pudo resistir la tentación de preguntar, inclinando su cuerpo sobre la barra.

  • - Oiga, ¿usted es del Atleti?

Adelardo Molina Torres se asombró con la pregunta. Nunca había sido de ningún equipo. Nunca había tenido ningún interés por ningún deporte, mucho menos por el fútbol. Nunca había dado pie a una pregunta similar, sencillamente se notaba que no era el tipo de persona a quien el fútbol pudiera interesarle.

  • - En absoluto, ¿por qué lo dice?
  • - ¿Por qué ha hecho eso?
  • - ¿El qué?
  • - ¿Por qué ha invitado a un café a un desconocido?
  • - No lo sé, creí que era una buena idea....
  • - ¿De dónde ha sacado esa idea?

Adelardo Molina Torres empezaba a irritarse...

  • - ¿Y a usted qué coño le importa? No sé, se me ha ocurrido, así, no sé...

El camarero se dio cuenta de que estaba patinando. Decidió explicarlo.

  • - Verá. Tiene que disculparme por mi curiosidad, he sido un indiscreto. Pero es que su petición es del todo inusual, pero no es nueva en este bar. Durante años, un familiar nuestro, de Segovia, solía hacer lo mismo cuando venía al bar. Invitaba a un café a un desconocido, al próximo que llegara a la barra, para así transmitirle buena suerte, o alegría, o compartir la suya. Lo mismo que ha hecho usted hoy. Nunca nadie lo había repetido, por eso me he quedado tan asombrado. Nuestro familiar, como nosotros, era del Atleti y lo hacía cuando ganaba el Atleti. Así, decía, dejaba claro que los del Atleti éramos distintos.

Adelardo Molina Torres estaba turbado. Nunca había oído algo así, pero en cierto modo le resultaba familiar lo que escuchaba. No sabía bien qué decir. El camarero siguió:

  • - Eso fue, claro, antes de que el Atleti desapareciera. Ahora ya nadie lo hace... bueno, o sí, a lo mejor vuelve a hacerlo pronto si es verdad lo que dicen por ahí. A lo mejor está más contento ahora y vuelve a invitar a cafés.

El camarero se giró y guardó los catorce euros. Sacó los cincuenta céntimos de la vuelta de la caja y los puso sobre un platito. Cuando se giró, el cliente se había ido. Echó la moneda al bote y lavó un vaso.

Al salir de nuevo al bulevar, Adelardo Molina Torres seguía turbado. Pero ya no era por el acontecimiento asombroso que acababa de vivir. Era otra cosa. De forma súbita, imparable y arrolladora, nacía en él un inesperado interés por el balonmano.

*

Posted: 24 mar 2008, 03:20 por admin |
Archivado en:
Fechas, glóbulos, nuevos tiempos (II)

El día 25 de Septiembre de 2016 Ana Quiteria Narváez Escudero acudió a la cita que le había propuesto el director del colegio de sus hijos, los gemelos Pablo y Mario Caminero Narváez, de cinco años y tres días de edad. Era una visita rutinaria, cumpliendo con el turno que a todos los padres asignaba el colegio para hablar de los alumnos recién llegados.  Los gemelos acababan de volver a  las clases hacía poco más de dos semanas y aún así el director quería verles. Algo le resultaba raro.

Ana Quiteria Narváez Escudero dio a luz a los gemelos Pablo y Mario Caminero Narváez el día 22 de Septiembre de 2010 en la Maternidad de la calle O'Donnell, cerca del Retiro. Al ser gemelos y nacer sin cesárea, el parto despertó el interés de varios médicos, que se arremolinaron en torno a la madre en el momento del parto. Ana Quiteria Narváez Escudero miraba los rostros de la docena de especialistas que, sin ningún pudor y sin pedir permiso, clavaban sus ojos en su zona más íntima durante el momento más íntimo de su vida. Nerviosa, Ana Quiteria Narváez Escudero empezó a sentirse mal, a perder la conciencia, a marearse. Una complicación del parto unida a la ansiedad de la madre derivó en una complicación aún mayor. El parto fue aparatoso y muchos de los médicos que acudieron a ver el inusual acontecimiento terminaron por ayudar al doctor que lideraba la operación. Ana Quiteria Narváez Escudero dio finalmente a luz a dos niños robustos y pelones que gritaban con fuerza mientras a su madre le abandonaba el sentido, pero antes fue necesaria una copiosa transfusión de sangre que insuflara vigor a los que venían al mundo. La madre quedó exhausta y fueron necesarios varios días de reposo hasta que Ana Quiteria Narváez Escudero pudiera sujetar por sí misma a los niños cuyo futuro se discutía ahora en el despacho del director del colegio.

Al entrar en el despacho del director, Ana Quiteria Narváez Escudero estaba algo más calmada. Algo en el gesto del director le decía que las cosas no iban mal, pero sabía que algo preocupante, o al menos sorprendente, le iban a decir. Así fue. El director tenía algo que decirle, ni malo ni bueno, sólo algo que decirle.

Desde su entrada en el colegio, los gemelos Pablo y Mario Caminero Narváez se mostraron distintos a los demás niños. No hacían lo que todos, no les gustaba lo que a todos. No eran conflictivos pero sí distintos: no les gustaba ir por donde iba el resto, no querían las mismas cosas, su personalidad era poco común. No se llevaban mal con los demás pero tampoco se llevaban todo lo bien que cabría esperar. Los profesores tenían la curiosa impresión de que esos niños tan pequeños con esas personalidades tan definidas sentían que el resto de niños no les comprendían. Más aún, era evidente que eso no les importaba lo más mínimo.

Al final del curso anterior, primero de pre-escolar según el nuevo plan adoptado por el flamante gobierno del partido Ciudadanos Hartos Aunque Tranquilos, ya habían advertido una aceleración en la definición de su curiosa personalidad. Habían decidido esperar a la vuelta del verano para ver si habían vuelto a la normalidad.  No era así. Sus peculiares rasgos se habían acentuado. En clase hacían preguntas pertinentes en el fondo pero impertinentes en la forma y el momento, que incomodaban a los profesores en un grado insólito para niños de esa edad. Reflexionaban sobre lo que les explicaban en términos poco comunes para las preocupaciones del resto de niños de su clase: lo justo y lo injusto, lo digno y lo indigno, lo noble, lo mezquino, lo admirable, lo triste, lo merecido y lo injustamente regalado, el porqué lo fácil no siempre es preferible a lo difícil. 

Ana Quiteria Narváez Escudero escuchó atentamente al director. Cuando éste hubo acabado, le preguntó si aquello era un problema. El director dijo que no, pero que al ser tan inusual querían comentarlo a los padres, al menos para advertirles. Le preguntó si éste era un rasgo común en su familia o en la del padre de los niños. Ana Quiteria Narváez Escudero respondió:

  • - En absoluto. Tanto su padre como yo tenemos una personalidad totalmente distinta a la de los niños, a quienes, por otro lado, conocemos perfectamente. Y además nos gusta mucho cómo son. Adiós.

Ana Quiteria Narváez Escudero se despidió amablemente del director y se fue a buscar a sus gemelos. Cuando los encontró estaban pintando letras rojas en un gran trozo de tela blanca.

*

Posted: 24 mar 2008, 03:15 por admin |
Archivado en:
Fechas, glóbulos, nuevos tiempos (I)

El 23 de Septiembre de 2017, el Dr Anófeles de Brito Ocampo, natural de Baurú, estado de São Paulo, Brasil, daba los últimos toques a la mesa en la que habría de ofrecer un banquete a sus familiares y allegados. Celebraba su retorno definitivo a su ciudad natal y su completa recuperación después de un transplante de hígado.

Brasileño de nacimiento, tenía la nacionalidad española gracias a su madre, una gallega de ojos tristes pero risa contagiosa. Una vez hubo acabado sus estudios de medicina emigró al país materno a ejercer su profesión. Trabajó muchos años en el Hospital Gregorio Marañón, en la calle Doctor Esquerdo esquina Ibiza, cerca del Retiro. Lo hizo como especialista en la Unidad de Trastornos del Sueño; durante años concentró sus esfuerzos en dar una dimensión científica al acto de contar ovejas.

Tras casi 20 años en el hospital, le diagnosticaron una insuficiencia hepática irreversible que obligaba a los médicos a hacerle un transplante. Tras mucho esperar, el día 21 de Septiembre de 2010 apareció un donante con un órgano compatible y tras varias horas de quirófano y varias transfusiones, el Doctor Anófeles de Brito Ocampo inició una nueva vida. Más nueva de lo que él pensaba.

Como suelen decir todos los beneficiarios de un transplante, el Dr Anófeles de Brito Ocampo volvió a nacer. En su caso, más que otros, si cabe. Desde que vivía con un hígado y una sangre nueva se notaba distinto, reparaba en cosas en las que antes no caía, veía virtudes donde antes veía defectos, despreciaba lo fácil, admiraba a quien se resistía a seguir la corriente. "Será el transplante", pensaba el Dr Anófeles de Brito Ocampo. Equipado con su nuevo hígado, flamantes plaquetas y recién estrenados glóbulos rojos y blancos, decidió volver a su casa, con su familia, tras años y años en España. Lo hizo unos años después del transplante, un día de 2016, cuando se encontraba ya en plena forma - o al menos para lo que la expresión "plena forma" significa para un hombre de mediana edad con un hígado ajeno y tres litros de sangre prestada.

El día que nos ocupa, el Dr Anófeles de Brito Ocampo preparaba un asado para reunir a su familia y festejar su vuelta y su mejoría, ambas definitivas. Vendrían sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos, sus nietos y algunos amigos. Celebraba su nueva salud, también su nueva forma de ver las cosas.

Los familiares y amigos del Dr Anófeles de Brito Ocampo acudieron puntuales a la invitación. Llevaron regalos, postres, vino y flores. Se sorprendieron al ver que el Dr Anófeles de Brito Ocampo había pintado la valla de la vieja casa de sus padres de rayas rojas y blancas. Se sorprendieron aún más cuando el Dr Anófeles de Brito Ocampo inquirió con insistencia y entusiasmo a sus hermanos, los gemelos Sócrates y Sófocles, sobre la suerte de su primo lejano Ricardo, ex futbolista que había jugado en el equipo local y en Europa. Hasta ese día, el Dr Anófeles de Brito Ocampo no había mostrado interés alguno por el fútbol.

*

Posted: 24 mar 2008, 02:27 por admin |
Archivado en:
Carta a un amigo: Fernando. (y III)

30 de Diciembre de 2007


Esta es la tercera parte de una carta que algunos foreros me pidieron en su día y que hasta hoy no he tenido ganas de escribir. Es algo que, a pocas horas para que el 2007 nos deje, me ha parecido de justicia dejarlo plasmado aquí. Y es que ha sido este un año en el que a nosotros los atléticos se nos ha escapado un pedacito de nuestra historia. Ojalá el mes de Enero nos traiga la buena nueva de que los saqueadores de nuestro amado Atlético de Madrid pierden definitivamente la mayoría del accionariado y por consiguiente el control de la sociedad. Ojalá vengan tiempos mejores, que ya nos toca.
 

TERCERA PARTE (Nunca caminarás solo) 

Mi imaginación se traslada a esos últimos días de junio de este 2007 que ya se nos escapa entre los dedos. Además viaja a miles de kilómetros para detenerse en la Polinesia. Imagino a un chico de 23 años con el mundo en sus manos. Su novia, un marco paradisíaco a su alrededor y todo el dinero del mundo para hacer lo que se le antoje. Todos los ingredientes para construir algo muy parecido a la felicidad en lo mas extenso de la palabra. Pero no, tu mente estaba a medio camino entre Madrid y Liverpool. ¿Qué hacer?

Tu corazón seguía aferrado a seguir luchando por una causa ya casi perdida, pero tu cabeza empezaba, por primera vez, a decirte que tu futuro estaba lejos de Madrid. Tu familia, amigos, representantes, etc... te aconsejaban que ya estaba bien, que lo mejor para ti era marcharte. Aún en los últimos momentos tú te resistías a dar el paso, pero lo que terminó por decantar la balanza fue el comprobar como tu propios “jefes” estaban deseando que dieras el visto bueno a la operación para poder venderte y poder así embolsarse una cantidad ingente de dinero. En siete años en la primera plantilla te habían dado innumerables motivos para decir basta, pero eso fue la gota que colmó el vaso y, a pesar de haber dicho semanas antes que no te marcharías del equipo, diste vía libre a todos para llevar a cabo la tan anhelada operación.

No quisiste montar una escena. No quisiste hacer de aquello algo que diera la vuelta al mundo. Saliste del club de tu vida sin hacer ruido, sin un mal gesto. Saliste como sólo lo hubiera hecho Fernando Torres. Saliste con la tristeza de no ser querido y reconocido por todos los atléticos, dejando 38 millones de euros en la caja registradora, mas de 100 goles con la rojiblanca y ni una sola lágrima de cara a la galería. Una vez más, grande Fernando.

Y ese mismo día aterrizaste en Liverpool. Llegaste a esa ciudad que casi nunca ve el sol, que tiene muchas más fábricas que bares y que tiene un estadio que respira fútbol, que tiene un césped que huele a otros tiempos, que vacío no impresiona, pero que en día de partido se le mete a uno por dentro de las carnes para decirle al mas pintado que allí se ganan Copas de Europa a fuerza de querer ganarlas. El sitio perfecto para ti, Fernando.

Han pasado los meses y cada día que pasa haces que aquí en Madrid muchos nos sintamos más orgullosos de ti. Los que decían que estabas sobrevalorado están escondidos debajo de las piedras. Tú sigues haciendo lo que has hecho siempre, callar bocas con los pies. Y yo, que siempre he estado un poco loco, sé (y siempre he sabido) que algún día levantarás el Balón de Oro. Lástima que en España uno tenga que marcharse fuera para ser realmente reconocido amigo.

Aquí en Madrid la cosa pinta un poco mejor, en parte gracias a que tu salida ha hecho que los ineptos Gil Marin y compañía hayan fichado mejor de lo que acostumbran. En parte también a que el Kun, tras un año de adaptación está dando lo que se espera de él. Forlán es un buenísimo delantero, ¿qué te voy a contar? Simao o Raúl García tienen muchísima calidad y, a pesar de que el equipo defensivamente es una calamidad, la gente está disfrutando un poco más que otros años. Pero... ¿qué quieres que te diga, Fernando? Cuando vemos la tablilla del cuarto árbitro con el numero 9 y no estas tú... la mente a muchos se nos va a Anfield Road. A ese césped que ahora disfruta esos cambios de ritmo que solo tú eres capaz de realizar. Se te echa mucho de menos Fernando y, aunque hay mucho resentido como al que le deja la chica de su vida, en el fondo un millón de Atléticos te esperamos.

Nunca caminarás solo Fernando, ya lo sabes.
Posted: 13 mar 2008, 12:02 por admin
Archivado en:
Carta a un amigo. Fernando. (II)
2 de Julio de 2007

A estas horas a mí, al igual que a muchos de vosotros, el desánimo me invade y me apetece hacer pocas cosas, pero como me lo habéis pedido unos cuantos, ahí os dejo la segunda parte de la carta. Espero no resultar pesado, pero eso sí, os anuncio que hay una tercera y última parte.

 SEGUNDA PARTE (Capitán de un barco a la deriva) 

... Al año siguiente, y de la mano de un Luis Aragonés, que te las hizo pasar canutas, al final se consumó el ascenso. Por fin ibas a jugar en primera. Tu debut en la máxima categoría fue en un escenario propio de tu nivel, el Nou Camp. Aquella noche empatamos en Barcelona y no pudiste marcar. Hubo que esperar una semana más para verte marcar tu primer gol entre los grandes. Fueron los cincuenta mil de siempre los que pudieron gritar con aquel gol ante el Sevilla de Caparrós.

Aquel año pasó sin mucho que reseñar en lo deportivo. El equipo hizo una temporada discreta en su retorno a primera. Luis y Futre se marcharon al finalizar el campeonato y tú hiciste trece goles. ¿Te acuerdas aquel que le metiste a Molina? Naybet, el pobre, no lo ha podido superar. Pero aquel era el año de nuestro centenario. Cómo te hubiera gustado estar en Neptuno aquel sábado de abril en que nuestro Atleti cumplía, se dice pronto, cien añitos. Cómo te hubiera gustado estar con los tuyos llevando aquella kilométrica bandera. Esa bandera significaba tanto para nosotros, Fernando... Significaban miles de momentos vividos por miles de atléticos como tú y como yo a lo largo de cien años. Cada uno de los hilitos de los que estaba compuesta olía a domingo por la tarde, a sobresaltos escuchando a un locutor de radio que te mantenía en vilo noventa minutos, olía también a grandes gestas que cada uno de nosotros vivimos como aquella final de copa del 92, o como aquel doblete que tu pudiste vivir a pie de campo, olía a millones de lágrimas derramadas por gentes distintas unidas por un mismo sentimiento. Gentes como tú y como yo Fernando. O como el abuelo Eulalio, ese hombre de Valdeabero que te inyectó en vena esta droga de la que no se puede escapar uno nunca por más que quiera. Y cómo te hubiera gustado estar sobre el césped ese día también, pero una lesión te dejó en la grada sufriendo al ver como tus compañeros eran incapaces de ganar a Osasuna precisamente en aquel día. Es paradójico que tuvieras que ver aquel partido, que sobre todo tenía importancia para el aficionado, precisamente como lo que eres, un atlético más. Un atlético más con el corazón infartado en esas gradas que tanto saben de cardiología. Una vez más no pudo ser.

Y así, como que no quiere la cosa, fueron pasando los años. Fueron pasando compañeros nuevos y pronto tuviste que ver cómo en el vestuario cuando mirabas a tu alrededor ya no quedaba nadie de los que estaban aquella tarde en Albacete. El club era pura inestabilidad y a los diecinueve años te viste con el brazalete de capitán en el brazo. Ese mismo brazalete que en otros tiempos llevaba Adelardo y otros míticos como él a los que tú y yo nunca pudimos ver, aunque los conozcamos de sobra porque siempre hay un abuelo Eulalio para contárnoslo. Ese mismo brazalete que, cuando éramos más niños que ahora, veíamos en el brazo de Futre, y después de Solozábal, y más tarde de Aguilera. Te viste demasiado pronto siendo el capitán de uno de los clubes mas grandes de la historia. Y no sólo eras el capitán, también eras el buque insignia, la bandera, el referente para los niños más niños que tú y que yo. Eras además de todo eso, la esperanza de una afición que se empezaba a acostumbrar al fracaso. Una afición maltratada por sus dirigentes que veía en ti la posibilidad de volver a ser como antes. De volver a ser grandes. Todo el peso del club recaía sobre tus espaldas y eso en ocasiones resultaba una presión demasiado grande para un chico aún en formación. Cuando el equipo ganaba, ganaba Torres. Cuando el equipo perdía, también era Torres el que perdía. Yo eso nunca lo consideré justo, pero tú asumiste ese rol con una naturalidad fuera de lo normal. Sin darte cuenta estabas sacrificando el completar tu formación como futbolista, por las exigencias sociales de un barco a la deriva que solo se mantenía a flote gracias a ti. Pero como este país es así, no tardaron en salir como ratas los ventajistas detractores a los que tú no tardabas mucho tiempo en mandar callar con goles y grandes partidos. Si había que tirar un penalti, ahí estabas tú el primero para lanzarlo. Si había que darse una carrera de cincuenta metros para recuperar un balón ahí estabas tú. Si era necesario presionar hasta la extenuación ahí estabas tú. Si había que defender medio millón de corners aún a costa de perjudicar tus cifras anotadoras ahí estabas tú. Si había que salir a rueda de prensa para explicar un nuevo fracaso, ahí estabas tú siempre. Siempre tú y no otro. Todo y más por tu Atleti. Faltaría más.

Como te decía. Seguían pasando más y más compañeros nuevos. Y también pasaban entrenadores. Manzano, Ferrando, Bianchi, Pepe Murcia... y el equipo nunca cumplía los objetivos. Todos tus esfuerzos nunca eran suficientes y eso en ocasiones te hacía sentirte frustrado. Se hizo habitual verte en los finales de temporada cabizbajo por el césped. Pero tú siempre volvías. Volvías tú y nos hacías volver a los demás. Nos hacías renovar ilusión cada verano. Por cierto... ¡qué veranos eh!. Se hizo normal ver cómo en cada uno de ellos te colocaban fuera del club. Siempre había rumores que decían que te marchabas, que no aguantabas más. Y aunque razones no te faltaban, siempre salías con la boca llena de Atleti a decir que tú no te marchabas. Como por ejemplo hiciste el año pasado cuando todos daban por echo que te ibas. Venías de jugar aquel mundial en que nos hiciste sentir orgullosos y los rumores se volvieron a disparar. “Que digan lo que quieran” dijiste. Y renovaste tu contrato. Continuará...
Posted: 13 mar 2008, 12:01 por admin
Archivado en:
Carta a un amigo: Fernando. (I)
29 de Junio del 2007.

Hola amigo. Vaya la que has liado ¿no?. Los dos sabemos que ya no hay vuelta atrás. Lo tienes decidido. Te vas. Con todo el dolor de tu corazón, pero te vas. Y bien que haces, Fernando.
    
PRIMERA PARTE (Comienza la leyenda)
  
Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi. Era la primavera del 99 y por aquel entonces nuestro Atleti acababa de jugar el partido de ida de semifinales de copa contra el Deportivo de la Coruña. Tú eras el vecino de mi novia, el hijo de la Flori. Un pecoso larguirucho que acababa de cumplir 15 añitos. Decían en el barrio los que sabían algo de fútbol que no ibas a ser uno más, que tú llegarías lejos, cosa que yo dudaba mucho pues es lo que se suele decir de cualquier chaval que despunta a esas edades en la cantera de un grande como nuestro Atleti.

La segunda vez que te vi fue a los pocos días. Era temprano. Tú salías del portal de tu casa para ir al instituto y yo iba a buscar a mi chica para llevarla a la facultad. Me miraste fijamente y me saludaste levemente hasta donde tu timidez te permitió hacerlo, pero en esa mirada noté una gran complicidad, pues yo llevaba la camiseta rojiblanca puesta, venía de Coruña (sitio muy especial para ti) de ver ganar a los nuestros con un golazo de Serena. Estábamos en la final y tú sabías que la noche anterior yo había estado allí disfrutando de la victoria. Con aquella mirada me quisiste decir que ojalá hubieras podido estar la noche anterior allí conmigo. Aquella final la perdimos en la Cartuja de Sevilla ante el Valencia y allí empezó el principio del fin. Un año mas tarde descendimos a segunda.

El tiempo fue pasando, y un día nos enteramos en el barrio que había estado Valdano personalmente en tu casa. Quería convencerte de que te marchases al Madrid. Fue entonces cuando me di cuenta de que eras realmente bueno. Pensé que ya lo tendrías cerrado con ellos entonces, pero... qué grata sorpresa. Le habías dicho a aquel argentino que hablaba como los ángeles que no ibas a jugar nunca en ese equipo, que tú eras del Atleti. Desde ese día me ganaste por completo, Fernando.

Poco tardó la prensa en hacerse eco de el filón que había encontrado la cantera rojiblanca. El equipo estaba arrastrándose por los campos de segunda y era necesario vender ilusión como fuese. Y en esto llego el Europeo sub-17, ese en el cual el nombre de Fernando Torres irrumpía en el panorama futbolístico nacional e internacional de forma definitiva. Empezaba la leyenda. El club se agarro a ti como a un clavo ardiendo y a falta de pocas jornadas le impusieron a Cantarero que te subieran directamente del juvenil A para entrenar con el primer equipo. Al mister no le gustó mucho que le impusieran tu presencia en el entreno jugándose lo que se jugaba el equipo, pero fíjate por dónde, en aquel primer partidillo dejaste a Cantarero y a todos con la boca abierta, creo que hiciste cuatro goles y eso te abrió directamente las puertas de la convocatoria.

Estabas ante el gran día. Ese que uno siempre sueña cuando es niño de debutar con esa camiseta de rayas rojas y blancas, de salir por esa bocana de vestuarios por la que antes habías visto salir a los Simeone, Caminero, Pantic... Cómo estaba “la Flori” (siempre comedida y serena ella) de ancha ese viernes en el cual ya sabía que ibas a debutar el domingo a las 12 contra el Leganés. Igual de ancho que estaba yo que ya llevaba hablando muchos meses a mis amigos de un mocoso de Fuenlabrada que iba a ser como mínimo el sucesor de Van Basten. El Calderón, lleno como de costumbre, empezó a pedir que saliera 'el niño' y, lo pidió tan fuerte, que al final Cantarero te llamó para darte entrada en el campo. Ibas a cumplir tu sueño y el de cincuenta mil almas que parecían presentir ante qué clase de jugador estaban.

Saltaste al campo en la segunda parte y yo me alegré como si fuera tu padre o tu hermano, estaba muy nervioso. Se ganó aquel partido y tú hiciste una buena jugada de las tuyas con un desparpajo insultante. ¿A que lo recuerdas Fernando? El disparo se te fue alto. Y a la siguiente jugada expulsaste a un rival que no le quedó más remedio que tirarte al suelo. Se ganó aquel partido 1-0 y aún podíamos soñar con ascender. El siguiente partido era en Albacete y allí me fui con mi chica. A ver al Atleti. A verte a ti meter tu primer gol. De nuevo en la segunda parte Cantarero te llamaba para saltar al campo. De repente se iluminó la tablilla del cuarto árbitro la cual mostraba un número 19 que se veía mal debido al impresionante sol de aquella tarde primaveral. Pero aquel no era un número cualquiera, era el dorsal de tu ídolo, era Kiko el que corría hacia ti. Parecía como si el destino no quisiera que coincidierais nunca en el campo a modo de relevo generacional. Y así fue.

A los pocos minutos Iván Amaya colgó un balón sin mucho sentido desde la derecha y allí apareció tu cabeza para enviar aquel mal centro a la red. Yo grité y grité enloquecido desde el fondo de la portería contraria, al igual que todos. Era real, habías marcado el gol de la victoria. Qué bonito recuerdo tengo de aquel día. Aún conservo aquella entrada del Carlos Belmonte y la guardo como oro en paño. A la semana siguiente no se pudo consumar el ascenso, pues aunque ganamos al Getafe en su campo, el Tenerife hacía lo propio en Leganés. Ese fue uno de los dos días en que el fútbol me ha hecho llorar hasta el día de hoy. Era demasiado duro pensar que otro año lo pasaríamos jugando en segunda. A las pocas semanas me enteré que aquella noche no pudiste dormir, que tú también lloraste, que llorastes y lloraste. Como un niño. Como lo que eras. Tu madre dijo que nunca te había visto así. Continuará...
Posted: 13 mar 2008, 11:58 por admin
Archivado en: