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Las Perlas del Foro de Señales de Humo

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El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

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Fechas, glóbulos, nuevos tiempos (III)

El 21 de Septiembre de 2012,  Adelardo Molina Torres salió por primera vez en meses a dar un paseo. Dos años antes, por esas mismas fechas, había sufrido un accidente ridículo que cambió su vida.

Aquel día, justo cuando pasaba por debajo del Teatro Alcalá, en la calle Alcalá esquina Jorge Juan, cerca del Retiro, un operario sufrió un descuido. El operario trabajaba junto con otros compañeros instalando el cartel anunciador de la sexta secuela de la saga musical que contaba las tribulaciones del grupo Mecano. Mientras intentaba ajustar parte de la cartelería, hecha en madera y plástico rígido, algo le hizo desviar su atención y la cincha que sujetaba resbaló de sus manos. Cuando le preguntó la policía, el operario argumentó que se descuidó por estar inmerso en diferentes pensamientos abstractos.

Cuando la cincha resbaló, las tres últimas letras del letrero principal y una de las figuras del cartel cayeron al suelo desde una altura de ocho metros. Cuando los bomberos consiguieron retirar lo que había caído, repararon en el cuerpo inconsciente de Adelardo Molina Torres. Por un cúmulo de circunstancias, éste se hallaba justo debajo del voladizo del teatro hablando por su dispositivo audiovisual portátil cuando se vió sepultado simultáneamente por la enorme figura de un teclista que tocaba dos sintetizadores a la vez, uno con cada mano, y las letras A, N y O, todas ellas mayúsculas.

Trasladado de urgencia a la vecina clínica de El Rosario, en la calle Príncipe de Vergara, cerca del Retiro, los médicos diagnosticaron varias contusiones, dos fracturas en cada pierna y varios cortes profundos en brazos y espalda. Nada más. Un milagro. Aunque no practicaba ni le gustaba ningún deporte, Adelardo Molina Torres tenía una masa muscular notable que preservó sus órganos vitales. El único contratiempo serio, causado por el tiempo que pasó bajo las letras y el peso de las mismas, fue que Adelardo Molina Torres perdió mucha sangre. Fueron necesarias varias transfusiones para que recuperara el tono vital. Reducidas las fracturas, anduvo en silla de ruedas y posteriormente con muletas durante muchos meses. Después de muchas horas de rehabilitación, podía por fin andar tranquilamente, sin ayuda.

Andaba por fin sólo y sin ayuda por el bulevar de la calle Sáinz de Baranda, cerca del Retiro, cuando reparó en que se sentía distinto. Tenía ganas de hacer cosas que nunca antes le habían interesado. Se movía por impulsos, giraba por calles que nunca hasta ahora le habían llamado la atención. Se notaba diferente, y eso le asustaba y le gustaba a partes iguales.

Paró en el antiguo bar Domínguez, en la esquina con la calle Narváez. El bar acababa de recuperar su nombre y aspecto tradicional después de haber sido convertido por unos nuevos dueños en lo que llamaron un "espacio eno-gastronómico". El nuevo negocio había quebrado, no había resistido los nueve años de obras que el Ayuntamiento había tenido a bien mantener en su misma puerta. Ahora, el negocio había vuelto a manos de los hijos gemelos del primer propietario, quienes habían recuperado el antiguo cartel rojo, la antigua barra y el antiguo sabor a bar antiguo.

Sin saber muy bien por qué, Adelardo Molina Torres entró en el bar Domínguez. Se sentía bien, muy bien. Pidió un café con leche, e insistió en que ni la leche fuera desnatada ni el azúcar fuera sucedáneo. Se tomó el café y le supo mejor que nunca. Pidió otro e hizo lo propio. Al ir a pagar, una idea le asaltó la mente como un rayo.

  • - Cóbreme los dos cafés. Bueno, no, cóbreme tres. Con el dinero del tercero invite usted al próximo cliente que entre, siempre y cuando tenga cara de que no le van bien las cosas.

El camarero puso cara de sorpresa. No de extrañeza, sino de sorpresa. Antes de que pudiera decir nada, Adelardo Molina Torres explicó su repentina e impulsiva decisión.

  • - Es que me encuentro bien. Quiero pasarle algo de mi bienestar al siguiente que entre. Quiero compartir el buen momento que vivo. Si entra alguien con mala cara y le invita usted a un café le dará una alegría y yo me alegraré por ello.

El camarero no salía de su asombro. Dudó si decir algo. No conocía a aquel cliente que le pedía algo que le resultaba familiar. Cogió los 14 euros justos que el cliente dejaba sobre el mostrador  y no pudo resistir la tentación de preguntar, inclinando su cuerpo sobre la barra.

  • - Oiga, ¿usted es del Atleti?

Adelardo Molina Torres se asombró con la pregunta. Nunca había sido de ningún equipo. Nunca había tenido ningún interés por ningún deporte, mucho menos por el fútbol. Nunca había dado pie a una pregunta similar, sencillamente se notaba que no era el tipo de persona a quien el fútbol pudiera interesarle.

  • - En absoluto, ¿por qué lo dice?
  • - ¿Por qué ha hecho eso?
  • - ¿El qué?
  • - ¿Por qué ha invitado a un café a un desconocido?
  • - No lo sé, creí que era una buena idea....
  • - ¿De dónde ha sacado esa idea?

Adelardo Molina Torres empezaba a irritarse...

  • - ¿Y a usted qué coño le importa? No sé, se me ha ocurrido, así, no sé...

El camarero se dio cuenta de que estaba patinando. Decidió explicarlo.

  • - Verá. Tiene que disculparme por mi curiosidad, he sido un indiscreto. Pero es que su petición es del todo inusual, pero no es nueva en este bar. Durante años, un familiar nuestro, de Segovia, solía hacer lo mismo cuando venía al bar. Invitaba a un café a un desconocido, al próximo que llegara a la barra, para así transmitirle buena suerte, o alegría, o compartir la suya. Lo mismo que ha hecho usted hoy. Nunca nadie lo había repetido, por eso me he quedado tan asombrado. Nuestro familiar, como nosotros, era del Atleti y lo hacía cuando ganaba el Atleti. Así, decía, dejaba claro que los del Atleti éramos distintos.

Adelardo Molina Torres estaba turbado. Nunca había oído algo así, pero en cierto modo le resultaba familiar lo que escuchaba. No sabía bien qué decir. El camarero siguió:

  • - Eso fue, claro, antes de que el Atleti desapareciera. Ahora ya nadie lo hace... bueno, o sí, a lo mejor vuelve a hacerlo pronto si es verdad lo que dicen por ahí. A lo mejor está más contento ahora y vuelve a invitar a cafés.

El camarero se giró y guardó los catorce euros. Sacó los cincuenta céntimos de la vuelta de la caja y los puso sobre un platito. Cuando se giró, el cliente se había ido. Echó la moneda al bote y lavó un vaso.

Al salir de nuevo al bulevar, Adelardo Molina Torres seguía turbado. Pero ya no era por el acontecimiento asombroso que acababa de vivir. Era otra cosa. De forma súbita, imparable y arrolladora, nacía en él un inesperado interés por el balonmano.

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Posted: mar 24 2008, 03:20 por admin |
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