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Bien abrigado, llegaba al colegio. Sería allá por finales de los 70, hace no mucho tiempo. Entonces, o los inviernos eran más fríos, o las pellizas no valían más que para diferenciar a unos críos de otros. Las había de herencia, sobadas por toda la ascendencia...
No es que fuera de una leche limpia y cristalina. Ya empezaba a echar cuajarones, y perdía por momentos esa fluidez que le daba verse de la mano jugadores y aficionados, después de concluir un partido en el Metropolitano. Inundando Reina Victoria de rojiblancos...