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Las Perlas del Foro de Señales de Humo

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El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

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A vueltas con las matemáticas

El partido de Eibar nos ha dejado a todos chafados. Estábamos haciendo nuestras cuentas, que si esta semana entrábamos ya en puestos de ascenso, que el líder quedaba a tantos puntos, etc. etc y de pronto la derrota nos ha cortado las alas. Ha sido el golpe directo al mentón que nos ha dejado sin resuello.

 


Presagiaba yo que este partido nos iba a resultar muy difícil, y era al que más miedo tenía de aquí al final. Desgraciadamente se han cumplido mis temores. Evidentemente no porque el juego de los eibarreses sea un dechado de virtudes, sino más bien todo lo contrario. El Eibar es el equipo correoso por excelencia: todo se le vuelve correr, pegar las patadas justas y necesarias para que no haya ritmo de juego, lanzar balonazos arriba y forzar córners. La caja de cerillas que tienen por campo les viene que ni pintada para ello.

Y sucumbimos con estrépito. Dice bien nuestro amigo Antonio Castelo en Señales que fuimos castigados por un árbitro torpe y ya sospechoso, que se tragó un penalty clamoroso y permitió que los locales zurraran de lo lindo impunemente. Pero no caigamos en el error de echarle toda la culpa del desaguisado al tal Bello. El Aleti perdió, me parece a mí, básicamente porque cayó en la trampa del rival y porque no fue capaz de jugar lo suficiente para destripar el fútbol primitivo del contrario.

¿Y ahora qué? ¿Nos quedan matemáticas para la esperanza? Si volvemos la vista un poco atrás estaremos de acuerdo en que hemos ido sumando muchos puntos al tran tran, sin juego ni estilo digno de tener en cuenta. Pero sumando, en definitiva. Todos habíamos dejado de lado las exquisiteces y el buen fútbol a cambio de que las matemáticas siguieran siendo propicias.

Aún queda esperanza. Ocho partidos de los que, en el peor de los casos, habría que ganar siete. No quedan tan lejos los rivales y ninguno de ellos da suficientes signos de fortaleza como para tenerle miedo. Pero lo peor de todo no está en los rivales: está es nosotros mismos, con un equipo demasiado vulgar y una dirección desde el banquillo francamente desconcertante. Ojalá al final cuadren todos los números y nos despertemos de esta pesadilla.

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