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Para nosotros las Navidades, nunca fueron blancas... (25/12/2001)

  Llega la Navidad, rojiblanca Navidad, porque para nosotros las Navidades nunca fueron blancas. Nuestra nieve siempre ha estado teñida por el rojo de la sangre, algo que puede sonar tal vez a violencia o incluso, para algunos, puede llegar a ser símbolo de menor pureza, si se entiende que el blanco como tal simboliza dicha pureza. Pero en nuestro caso evidentemente no es así. No, en nuestro caso tiene más bien un simbolismo contrario. Para nosotros ese impoluto blanco navideño no puede significar nada más que repugnancia. Repugnancia por ese color estúpido y fulero que denota la ausencia de ningún otro, o la presencia de todos ellos (según escuelas y según colores, claro está), pero a fin de cuentas, que tan solo significa INDEFINICIÓN y ausencia de colores. Por este motivo es necesario que, en nuestro caso, esa nieve siempre quede teñida por el rojo impoluto de nuestra sangre. Rojo que aporta el cincuenta por ciento del color de  nuestra enseña rojiblanca. DEFINICIÓN. Sangre que cada uno de nosotros derramaríamos, gota a gota, por nuestro amado club.  
 Pues estando en éstas y pensando en estas fechas, me acordé de que ya estaba a punto de llegar ese gordo cabrón de Papá Noel, Santa Claus o como coño se le quiera llamar. Pensé que en breve se dejaría caer por las chimeneas de nuestros rojiblancos hogares, o tal vez, por las cada vez más abundantes, blancas y recalificadas chimeneas de nuestra gran ciudad, porque creo que este año por las chimeneas vallecanas no se va  a dejar caer, ni nada. Es evidente que nuestros más humildes vecinos esperan el negro carbón para la época de los Reyes Magos, (marca Trappa, eso sí). El último objetivo de Santa, para emprender tan arriesgada maniobra sólo es uno, sólo debería ser uno: colmarnos de regalos, aunque creo que para nuestros rojiblancos y sufridos corazones tan sólo un único regalo tendría un verdadero significado navideño.  También pensé que antes de hacerlo, antes de descolgar su oronda panza por el hollín de nuestros hogares, se pasaría por el Corte Infiel o por cualquiera otra de esas grandes superficies que tanto proliferan, para hacer ostentación de su tarjeta PRISA, digo VISA, –que descuido tan imperdonable–. Y estando en ésas, de repente PENSÉ!!! (no lo hago frecuentemente porque agota lo suyo, la verdad, pero de vez en cuando, no está mal, sobre todo si estamos en agónicas épocas navideñas como las que actualmente ocupan nuestras vidas), –OSTENTación..., ostentoso, NO!!!, ¡¡¡OSTENTOREO!!! Eso es–, y a mi rojiblanca mente navideña acudió el recuerdo de otro Gran Gordo Rojiblanco. Y pensé para mí, –vaya, vaya... –Tenemos un gordo vestido de rojiblanco, de amplia panza y barba blanca como símbolo representativo de estas fechas caóticas y consumistas llamadas Navidad y, luego, tenemos otro gordo “ostentoreo”, de no menos amplio buche y simbolizado también por el rojiblanco de unos colores usurpados. Por lo que veo sólo les diferencia la barba, porque por lo demás incluso ambos comparten hasta esa risotada, que ciertamente resulta desagradable.  Y por mi afán de joder, que no por otra cosa (jeje), me pregunté: –¿qué es lo que más le jode a Santa Clavos–, y me vino a la memoria la película de Tim Burton, “Pesadilla antes de Navidad”, y recordé que en esa película el políticamente incorrecto de Jack Skellington le secuestraba, al regordete personaje del gorro rojiblanco, la Navidad, que evidentemente es lo que a Santa más le gusta en el mundo. Y me dije –Pues ya está, le secuestraremos al otro gordo lo que él más quiera–. Y pensé, –¿qué puede ser?, qué puede ser lo que ese gordo cabrón quiere más– Pero por desgracia me di cuenta que lo que él dice que más quiere (jajajaja – risotada a lo Santa), ya lo tienen secuestrado, porque lo que él dice que más quiere, no es cierto que lo quiera, que le importa un huevo (de Pascua, que no navideño), porque lo que él dice que más quiere, es en realidad lo que más queremos nosotros, y eso ya lo tiene secuestrado y lo tiene secuestrado él (-qué cabronazo- pensé también).  – ¡¡¡Demonios!!! –  grité –¡qué horror!, lo que más podría dolerle, es lo que más nos duele a nosotros, maldito contrasentido, maldito usurpador, maldito gordo cabrón. Por ese lado vamos mal... Además ése es un regalo que muchos otros rojiblancos, de sangre roja y blanca como las nuestra también consideran suyo, y aunque nosotros seamos algo más... radikales, por decirlo de algún modo, si intentamos secuestrarlo nosotros también, pues no sé, creo que no se lo van a tomar demasiado bien–.  Entonces eché la vista atrás y me vi en mil campos de batallas, en otras Navidades, en otros estadios. Me vi con mi gran bufanda rojiblanca, casi tan grande como yo, en un partido contra el Valencia en el que celebramos nuestro último título de Liga, (luego vendrían casi veinte años de sequía). Y me vi encaramado en la Cibeles, celebrando mi primera copa, cuando todavía era un crío, antes de que los Fuleros nos la usurparan y la convirtieran en esa Zorra Maldita que es hoy. Y me vi esperando la salida de los futbolistas al campo..., Florencia, Manchester, Brujas, Birmingan, Leicester, Parma, Amsterdam, Roma (dos veces) y otras grandes ciudades pasaron por mi memoria. –¡¡¡Qué tiempos aquellos!!!–, pensé –¡¡¡Cuánto honor y cuánta gloria!!! Pero en seguida otra risotada... –jajajaja (risa tipo Santa de los huevos de nuevo), nubló otra vez todos mis pensamientos. –Santa Claus–, pensé – ya está aquí el muy cabrón. Pero no, no era ese viejo gordo y bonachón de mofletes sonrojados, todo vestido de rojo (y de canesú). Era algo mucho más escalofriante, era la risa del otro Gordo, del verdadero Gordo Cabrón. Y éste no iba vestido de rojo terciopelo, éste lucía chándal de yonkie y grueso “colorao”, que no rojo. Se reía, se reía mucho, el muy cabrón. Y no decía aquello de “Jajajaja, Feliz Navidad, tengo regalos para los niños buenos, jajaja, Feliz Navidad”. No, que va, éste no decía ese tipo de cosas, éste decía cosas como: “Venid aquí pequeños hijos de puta, jajaja (nueva risotada del mismo tipo), venid aquí que os voy a dar (y no precisamente regalos), venid aquí jodios, que sois unos mal comíos y unos mal nacíos y unos mal vestíos y unos mal peinaos”, con un extraño deje que no le permitía terminar los participios de forma correcta, evitándole pronunciar las “des”. – Jajajaja – repetía, – venid aquí bastardos mal peinaos, que os voy a dar lo vuestro y lo del inglés, jajaja y tal y tal y tal”, repetía una y otra vez..  “Y el tal y tal y tal”, sonó con sordina y se propagó como un eco que se apaga en la noche. Se repetía tintineante en la oscuridad nocturna, como un extraño replicar de campanillas, “y tal y tal y tal”, “y tal y tal y tal”. Pero eso sí, aunque sonaran como campanillas, eran campanillas para nada navideñas, agonizantes, confusas, tenebrosas...  Debo decir que si no fuera un aguerrido ultra (ejem), esas risotadas me hubieran acojonado, pero lejos de eso, lo que sí consiguieron, cuanto menos, fueron helarme la sangre. Y el siniestro personaje se acercaba cada vez más a mí, con su tenebrosa y oronda sonrisa, con sus repugnantes mofletes, pero no llegaba a tocarme. Un ejercito de enanitos guardaespaldas vestidos de negro le impedían el paso. Él no podía llegar a mí y yo tampoco podía llegar a él. Los enanitos, algo parecidos a seres diminutos vestidos como presentadores de CQC, repetían sin parar: “no os acerquéis al trineo, podéis gritar, pero no os acerquéis al trineo”. –Trineo, ¿qué trineo? –“, pensé yo –si el muy mamón va en un sedan de lo más hortera.  Ya no sabía ya quién era quien. Los dos gordos infaustos se mezclaban en mi mente como en un mal sueño. La Navidad secuestrada. El club secuestrado. Y medio Madrid recalificado. –¡¡Cielos!!–, pensé. –Sí, es cierto que nuestras Navidades nunca fueron blancas, pero al menos en el pasado el tono rojiblanco las tiñó siempre con su alegre colorido, pero ahora, ahora son negras, joder, ¡¡¡qué Navidades nos esperan!!!. Y ya no sabía qué hacer. No podíamos ni arruinarle, ni secuestrarle nada. De hecho cada intento era condenado repetidamente por el resto de los lugareños con inusitada excitación. Cada vez que sus exabruptos de ogro de la Navidad eran rechazados por nuestros alegres cánticos navideños del estilo “Gordo Cabrón, fuera del Calderón”, una cohorte de aldeanos nos pitaban y silbaban. Luego, ¿qué hacer? –, me pregunté. Bueno, pues si no podemos emular al bueno de Jack y joderle la Navidad, por lo menos debemos ser su auténtica “Pesadilla”, t
Posted: dic 25 2001, 12:00 por SDHEditor
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