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El alcalde gordo, el especulador, el otro alcalde y el árbol del centenario... (28/12/2001)
Este título, que si bien podría ser el de una película francesa o italiana, al más puro estilo neorrealista, sin embargo corresponde a un sainete, para nada ligero, al más puro estilo hermanos Álvarez Quintero, que acontece en el momento actual y no a principios de siglo como debiera ocurrir.
Actualmente nos encontramos que tenemos dos alcaldes, uno gordo que oficia su alcaldía en las lejanas tierras de la costa del sol, aunque por desgracia para nosotros, al mismo tiempo opera de maestro de ceremonias rojiblanco de la manera más indeseable que pudiéramos sospechar. En segundo lugar tenemos otro alcalde, algo menos gordo que el primero, pero igual de indeseable, cuyo municipio es además capital de un reino, y que a parte de tener un cierto olor a vikingo que echa para atrás, incluso desde la lejanía, se dedica a obrar milagros que favorezcan las intenciones de nuestro tercer personaje, “el especulador”, un tipo sentado en la poltrona de un equipo al cual el alcalde menos gordo le pone en bandeja de plata, y aún a sabiendas del perjuicio que comete con respecto a su conciudadanos, la tabla de salvación a su maltrecha economía. Todo este escenario sainetero se culmina con dos centenarios, uno grande y poderoso (para los que le interese, claro) que se celebra ya (y apesta) y otro que está a la vuelta de la esquina y que parece interesar a menos gente (por lo menos parece de momento que al alcalde menos gordo no le interesa mucho y lo que es peor, si le interesa al gordo, podemos echarnos a temblar), pero que, evidentemente, a todos nosotros nos llena de orgullo, honor y gloria.
El primer centenario es oficiado por el especulador, ese pérfido personaje que todo el mundo debería silbar, como cuando los niños silban al de la garrota en los títeres, pero que incomprensiblemente en nuestra historia, todo el mundo parece aplaudir y admirar. El segundo centenario está secuestrado (como todo lo demás) por el alcalde gordo y sólo Dios sabe lo que hará con él. Por último, el otro alcalde, debería de oficiar de maestro de ceremonias de ambos centenarios, pero tiene un problema, se le ha ocurrido una brillante idea, que no es otra que conseguir que muchas gentes de otros lugares acudan a la capital del reino para de este modo celebrar unas Olimpiadas, que prácticamente nadie desea (por lo menos hasta la fecha), pero que a él personalmente le llenarían de gloria.
Estando en éstas, el alcalde menos gordo desea potenciar y conseguir sus Olimpiadas y para ello, sabe que puede contar con el especulador, que como de todos es sabido le debe unos pocos y cuantiosos favores. El alcalde gordo también quiere deberle favores, pero lejos de aspirar a grandes favores, se conforma con un poco de cariño: una audiencia por aquí, unas obrillas por allá, poca cosa, pero no quiere quedar fuera de tan jugosa tarta, por mucho que tenga que conformarse con lamer el cuchillo con el que piensan cortarla. Entonces entre los tres traman un plan. El alcalde menos gordo dice: tú, especulador me debes favores, como bien sabes. –Sí, responde el especulador. Pues de momento vamos a montar un partidito para empezar a pagar; a lo que el especulador asiente encantado. -Para que parezca algo más suave lo maquillaremos con la excusa de que es para vuestro centenario y lo vestiremos de oro Olímpico.
Y así queda la cosa, pero luego se dan cuenta de que es necesario un rival para que todo ello tenga lugar, al alcalde menos gordo se le ocurre una brillante idea. -Contemos con el alcalde gordo-, sugiere el alcalde menos gordo, -Es tonto, quiere favores y seguro que traga.
En eso quedan y se lo proponen al alcalde gordo que acepta sin rechistar, pero su hijo anda al quite y sugiere maquillar a su vez la realidad -Nosotros no podemos vender que ayudamos a vuestro centenario, nuestros ya de por si cabreados seguidores se cabrearían mucho más, ¿por qué no decimos que es un partido para ayudar a conseguir una ciudad Olímpica y organizamos otro de vuelta el año que viene, que además también es nuestro centenario (el cual tienen secuestrado, si os acordáis, como todo lo demás)-. Y finalmente esa es la decisión que todos toman en conjunto. El alcalde menos gordo se frota las manos, -tengo mi partido Olímpico, y ahora encima van a ser dos, y encima la idea de que sea un partido Olímpico, tapando que es un partido para el Centenario me la da el hijo de ese gordo y tonto alcalde-. El especulador también parece estar feliz. Tiene su partido inaugural del Centenario con su segunda diana favorita como objetivo conseguido (el hubiera preferido ridiculizar a los vecinos de otro reino más blaugrana, pero sabe que ésos no se iban a dejar). El alcalde gordo, bueno el alcalde gordo, es eso, gordo, tonto y feliz, además nunca a hecho ascos a lamer un buen culo si piensa que con eso puede conseguir algo en su propio beneficio.
¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Qué debemos pensar?
Pues desde un punto de vista objetivo, la respuesta es sencilla. Tenemos a tres golfos impresentables tejiendo sus hilos sin pensar en nada más. Por un lado el especulador se frota las manos. Tiene una tarta especulativa para el solo, un partido para celebrar su centenario, una excusa fantástica para enmascararlo todo llamada Olimpiada y la posibilidad de sacar nuevas tajadas, además le puede llevar un poco de carnaza a su fieles para que se sientan a gusto, como en el Circo Romano.
El alcalde menos gordo también está muy contento. Tiene excusas para todo, hace lo que le viene en gana y favorece a su amigo especulador porque los colores tiran y, además, al tonto del gordo le tiene contento con unas migajas. No está mal debe pensar, en las próximas elecciones, con eso de la Olimpiada, aunque deje a mi municipio descapitalizado para darle al especulador capital, volveré a arrasar. Además el gordo no se va a quejar.
Y por último tenemos a un alcalde gordo impresentable, recolectador de migajas, payaso de turno ocasional, al que nada le importa salvo su reino particular de pisos, inmuebles y chanchullos políticos, al cual le importan tres narices los destinos de su club; al cual le importan tres narices lo que piense su afición, por que total, son unos muertos de hambre, mal vestios, mal comios, y nada agradecios (¡¡¡coño!!! ¿no será este tipo el colega de Papá Noel?, curioso, muy curioso). Y, sobre todo, le importa tres narices todo lo que no sea el mismo, su reino y su riqueza, y no le preocupa hacer de bufón. Por lo menos, hace años, parecía tener orgullo, pero al que ya no le queda ni eso. Triste bufón, patético panderetero.
Triste, muy triste, señor bufón. Usted puede consentir que se rían de usted todo lo que quiera, me encanta que sea un bufón, pero no consentiremos que se juegue con nuestra afición. Insúltenos, defenéstrenos, diga de nosotros cuanto quiera, pero su carrera está acabada, ya no sirve ni de bufón. Tarde o temprano acabaremos con usted y conseguiremos que lo que siempre ha sido nuestro vuelva a serlo, y con un poco de suerte lo conseguiremos antes de que el árbol de nuestro centenario nos de sombra. Porque si no es así, usted, antes o después terminará a la sombra... eso seguro, señor bufón.
Chinasky
Posted:
dic 28 2001, 12:00
por
SDHEditor
Archivado en:
Chinasky
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