Porque este año junto a Sergi y el Niño han sido los únicos que me han hecho recordar por instantes lo que es el Atlético de Madrid y lo que es defender esta camiseta (metería al Mono también, pero apenas ha jugado).
Creo que Luis García es un futbolista que encaja como anillo al dedo con la idiosincrasia de nuestro equipo y de la afición. Cuando tras meter un zapatazo a la escuadra corría quitándose la camiseta hacia la afición para luego abrazarse con el Niño (detalle que se ha repetido varias veces), recordaba cuando esto era frecuente en nuestro club y ahora es simplemente un destello entre tanto mercenario adocenado e hijo de puta.
Por eso le doy las gracias a Luis García, porque en un centenario tan triste deportivamente hablando (la bandera es otro cantar) la ilusión de futuro del Niño, la profesionalidad sin límites de Sergi (sea mejor o peor, que a mí no me parece malo para nada y esté mayor o no, me da igual, pero es un PROFESIONAL con mayúsculas), el talante y la manera de entender el fúbol del Mono (lo mismo, puede gustar o no, pero este tío es grande entre los grandes, porque ya no quedan como el mono) y el coraje no exento de calidad de Luis García han sido las únicas notas que me han hecho querer un poco lo que veía sobre el césped.
Él es otro caso más de la incompetencia de nuestros dirigentes, capaces de amarrar al Jabalí y otra gentuza casi de por vida por un dineral e incapaces de conseguir o prever que un jugadorazo (no es un crack pero tiene cosas que admiro mucho en un futbolista) como Luis García sólo pueda estar un año con nosotros.
Además no suelo creer a estos mercenarios cuando emiten palabras bonitas en las llegadas o en las despedidas, populismo barato suelo pensar, pero de algunos sí me las creo, y Luis García es uno de estos casos.
Lo dicho, muchas gracias Luis García por mantener nuestro orgullo en la cancha en unas cuotas mínimas de dignidad. Que tenga usted suerte aunque lamentablemente a partir de ahora sus goles vayan a ser de un rival.
Hasta siempre, espero que algún día te pueda volver a ver con nuestra camiseta.
Chinasky.
No era hermoso tu juego. Incluso lo caracterizaba una cierta y deliberada aspereza. Esa armoniosa electricidad de Ufarte te era ajena. Más aún la luz dorada y quieta de José Eulogio, Vermeer de Indauchu. Debes reconocer que tampoco quebraste jamás a un rival como el divino Leivinha aquella tarde de Octubre.
No era hermoso tu cuerpo. Imposible encontrar en él la felina fragilidad de Peiró, la energía febril de Adelardo, la arrogancia de Hugo o el porte de Bernd Schuster, a quien tanto enseñaste todavía.
Pero en tus manos, como una llama nunca consumida, tenías la música, tenías el fútbol: cuándo pasar, cuándo correr, cuándo entrar, cuándo buscar el hueco, cuándo tirar, cuándo derribar, cuándo fingir y cuándo perdonar.
Hoy, viejo ya -y tan joven- aquel don ha ido destilando gota a gota una forma de ser, una verdad, un hombre. Entre las tres o cuatro cosas que únicamente te atreves a afirmar de ti siempre figura el sentirte atlético. Y pensar que todo empezó como todo, casi por azar, hace ya mucho tiempo.
¡Qué suerte tuviste!
¡Qué suerte tenemos!
Podrá llegar, renqueando, revolviéndose, hasta el año próximo, es decir, hasta la sentencia del Tribunal Supremo. Podrá refugiarse por momentos en una efectiva buena marcha del equipo. Podrá atrincherarse hasta esperar el mejor comprador o incluso dejarse ganar por un último sueño de gloria. Pero de la lucha con Luis ha de salir herido de muerte.
Y el caso es que a mí me parece que eso Gil lo sabe y que aún así emprende, con miseria y rencor, su último camino. Tienen razón los clásicos: es la manera de morir aquello que marca la altura de un hombre.
Hoy, por primera vez, creo que Gil ha empezado a marcharse.