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Nuevo orden. Mismo fin (25/01/2004)

No merece la pena hablar más de este entrenador. Es cierto. Pero tal vez sí profundizar en algunos hechos acaecidos tras la derrota en Sevilla que, relacionados con él, sus jugadores y los Gil, han venido a establecer, en mi opinión, un orden de cosas distinto al hasta ahora imperante.

 

Conocida es la traición de los Gil a Luis la temporada pasada, negociando con otro entrenador mientras el equipo aún se encontraba en puestos que incluso mejoraban el objetivo fijado en su inicio y procurando subrepticiamente que el propio Luis tuviera conocimiento de ello, aun a sabiendas de la segura desestabilización de las relaciones plantilla-entrenador-directiva que llevaría consigo.

Sabido es, igualmente, y ocasión hemos tenido de irlo comprobando, que la contratación de Manzano no obedeció a la creencia en que él y sólo él fuera la persona adecuada para desarrollar un determinado proyecto deportivo. No. Independientemente de sus aptitudes como técnico, sus palabras, acciones y omisiones se han constituido desde un principio en el testimonio diáfano de una cierta desproporción, de una evidente gratuidad mal calculada, de una quizás demasiado deliberada sintonía con los intereses de los rectores del Club. 

Por ello, no creo nos equivoquemos en mucho si consideramos como ciertamente probable que fuera precisamente la percepción de esa camaleónica capacidad de adaptación de Manzano a las necesidades de los Gil aquéllo que determinara en su momento la firme voluntad por parte de estos de contratarle, prefiriéndole con mucho a alguien que, como Luis, se caracteriza en sus relaciones con el poder más bien por una obstinada animadversión contra todo aquello que siembre siquiera un atisbo de duda acerca de su autoridad moral dentro del vestuario.

Pero: ¿A qué necesidades de los Gil nos referimos? Desde mi punto de vista, no a otras que las derivadas de la nula credibilidad con que respecto a la afición, prensa y plantilla, dieron por terminado el curso pasado. Más que un entrenador con tales o cuales virtudes profesionales, necesitaban, pues, uno capaz de transmitir la idea de serenidad, de dominio de la situación, de coherencia, o, lo que es lo mismo, de que esta vez sí, había un proyecto. Era la última oportunidad.  

A ello se plegó Manzano incondicional y hasta diríamos que fervientemente. Pero no inocentemente. Porque ese que iba a ser "la voz", ese por cuyas palabras y acciones los Gil iban a volver a ser creidos y puede que incluso estimados, era el mismo que tenía que vérselas diariamente con una plantilla de jugadores a la que tales intereses le eran perfectamente ajenos y, en algún caso, abiertamente opuestos, de manera que tal servicio sólo podía pagarse, en justa contraprestación, con un reforzamiento de su posición llevado hasta límites no conocidos con Gil como Presidente. Ahí quedó sellado el pacto.

Mas llegó la derrota, la catástrofe. Y, con ella, como siempre, la pertinaz e ineludible exigencia vital de elegir un camino. Manzano,  sabedor de su fuerza, lo ha elegido: el de su salvación. No el de la de Movilla, no el de la de Rivas, no el de la de Sergio, no el de la de Burgos. A día de hoy, pues: ¿puede alguien en su sano juicio creer que este entrenador conserve un mínimo de autoridad dentro del vestuario? ¿Puede alguien pensar que concite otra cosa que desprecio y odio? ¿Declararía ahora el bueno de Fernando Torres, tal y como hizo en Agosto, que se notaba mucha más tranquilidad en todos los aspectos? 

Los Gil, atados por la necesidad ineludible de mantener "su proyecto", permanecerán callados, a la espera de que la sana ambición de unos profesionales y esas hermosas complicidades que ya empezaban a crearse entre algunos de ellos, salven la temporada. Pero lo cierto es que otra vez, por distintos vericuetos y atajos, llegan al mismo lugar de donde procedían: de la mentira, a la mentira; de la traición, a la traición; de la vergüenza, a la vergüenza. La del Atleti, claro.

Posted: ene 25 2004, 12:00 por SDHEditor
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